¿Por aquí se va a Hollywood?

El gremio de los extras me inspira una extraña ternura. ¿Cuántos sueños rotos albergarán en la mente tan encantadores arbustos humanos?

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Dentro de este columnista que les habla hay un actor pugnando por salir, aunque la sociedad que lo acoge no parece compartir su opinión. Mi carrera de intérprete se reduce, hasta el momento, a un cameo en 'Haz conmigo lo que quieras' -no muy meritorio si tenemos en cuenta que el director de la película era yo- y sendas apariciones en dos obras de Isabel Coixet, aunque el público nunca pudo disfrutar de mi presencia: en 'Cosas que nunca te dije' obtuve un prometedor papel de paralítico, pero me cortaron la cabeza en el plano con la excusa de que el que pintaba algo en la trama era el que empujaba mi silla de ruedas; en 'Mapa de los sonidos de Tokio', me cayó una secuencia que acabó desapareciendo en la sala de montaje. Tal vez por eso, cuando mi buena amiga Isabel me dijo que hiciera de figurante en la onerosa secuencia de la fiesta en una mansión de Yorkshire del filme que está rodando actualmente, 'La librería', experimenté sensaciones encontradas: ¿conseguiría esta vez que se me viera o volvería a perder miserablemente el tiempo en mi carrera hacia el estrellato?

En cualquier caso, el pasado miércoles me subí a una furgoneta que me trasladó a un casoplón en Argentona que hacía las veces de mansión británica. Los exteriores de la peli se han rodado en Irlanda del Norte, pero los interiores se están filmando aquí, que sale más baratito: los mandamases de Diagonal TV y A Contracorriente no se distinguen precisamente por su tendencia al despilfarro. La librería está basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, que aborda las tribulaciones de una buena chica que pretende montar una librería en un pueblo de Yorkshire a finales de los años 50 y debe enfrentarse a la miserable hostilidad de los locales, que la consideran una intrusa con pretensiones. La novela es también una reflexión sobre la mezquindad humana, absolutamente demoledora, aunque en el guion de Isabel se abre al final una pequeña puerta a la esperanza.

CON GAFAS DE JOHN MAJOR

A mí me tocó embutirme en un frac, cambiarme las Ray Ban por unas gafas a lo John Major con las que no veía una mierda y deambular de esa guisa por la fiesta que ofrece en su manor la arpía de Violet, a la que da vida la simpar Patricia Clarkson (Florence, la ingenua librera, tiene los dulces rasgos de Emily Mortimer, hija del difunto escritor John Mortimer, a quien debemos, entre muchas obras de mérito, la adaptación televisiva de 'Retorno a Brideshead'). Para no arruinarse el maquillaje -o estucado, según algún miembro del equipo-, Patti besó el aire en torno a mis mejillas, por lo que me quedé sin disfrutar de su habitual manera de saludarme, que consiste en una amplia sonrisa, un ósculo lanzado al vacío y un cariñoso pellizco en el moflete como los que me administraban las amigas de mi madre cuando yo era pequeño. 

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Reconozco que me deprimí ligeramente cuando me crucé con Luis Mauri, redactor jefe de este diario y sin embargo amigo, y vi que el frac le sentaba mucho mejor que a mí. A su santa, Emma Riverola, la habían dejado que parecía una mezcla de Joan Crawford y Veronica Lake. Y su hija, Amanda, me recordó a una joven Natalie Wood. Yo, por el contrario, parecía un diputado tory a punto de colapsarse por el calor reinante y la pajarita estranguladora que me habían endiñado. Y a lo largo de unas cuantas horas, pude comprobar que la vida del figurante no es precisamente una fiesta: Ricky Gervais y Stephen Merchant la retrataron a la perfección en la serie 'Extras', una obra maestra de la auto irrisión.

Conocí a un tipo alto que se parecía un poco al hermano gay de Los Morancos. Tras quedarse en el paro, hacía de extra de día y, por la noche, curraba de segurata en un restaurante. Se tomaba la cosa tan en serio que hasta me ordenó que sacara las manos de los bolsillos, ya que eso, según él, les está vedado a los figurantes. Conocí a un señor con bigote al que de vez en cuando le caía algo en publicidad y que aseguraba ser actor profesional; también me conminó a sacarme las manos de los bolsillos. Conocí a una mujer muy agradable que aseguró no participar ya en figuraciones de estadio, pues te tienen doce horas bajo la solanera y te puede dar un vahído o una lipotimia.

Creo que esta vez lograré que se me vea, pues comparto un plano con Miss Clarkson, pero no las tengo todas conmigo. Sudé como un gorrino, pero nadie ha dicho que el camino hacia Hollywood esté alfombrado de rosas. Y experimenté una extraña ternura hacia el gremio de los extras -el del bigote me dijo que hacía esto por romanticismo-, que se tiran diez o doce horas ejerciendo de arbusto humano por ochenta euros (con suerte), un bocata de media mañana y un almuerzo. Fue un placer ver dirigir a mi amiga, pero como me vuelva a eliminar en el montaje final, me va a oír.

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