El señor de los sonidos

El técnico de sonido jubilado Joan Vidal rememora los tiempos en que los efectos especiales en la radio eran pura artesanía

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MAURICIO BERNAL

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En aquellos tiempos el viento meciendo las hojas se simulaba con un periódico agitado como un abanico; el fuego, “con un celofán que apretabas suavemente frente al micro”, y el graznido de las gaviotas, con un corcho húmedo sutilmente frotado contra la superficie de una botella. El mundo de los efectos digitales era si acaso el sueño en la mente de algún investigador preclaro, y el escaso acopio de efectos especiales pregrabados estaba en las caras a y b del formato más popular de la época, el vinilo. A ese mundo de sonidos hechos con artesanía fue a parar Joan Vidal cuando tenía 22 años: recién lo habían licenciado del servicio militar y estaba deseoso de entrar en el medio, que lo había subyugado siempre. “Yo entré en la radio por vocación, porque me gustaba mucho. Necesitaban una persona que hiciera efectos especiales y yo pensé: ‘Si hay que hacer efectos especiales, se hacen efectos especiales'”.

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O efectos sala, que así se llamaban entonces, porque se hacían en una ídem, o efectos Foley, en honor al neoyorquino Jack Foley, que fue, como ya se adivina, un pionero. En concreto, a Vidal lo contrataron para hacer los efectos especiales de las radionovelas y dramáticos de teatro de Ràdio 4, que suena a trabajo divertido y, confirma el afectado, lo era: un magnífico trabajo. “En aquella época la sede de RNE estaba en el número 1 de paseo de Gràcia, pero para no estar en medio de todo el ajetreo, los dramáticos se grababan en un estudio en una casa de la calle de Urgell, cerca de la Gran Via. Había una sala donde estaban los actores, otra donde estaban los técnicos y otra habitación en la que estaba yo, donde tenía puertas en miniatura, ventanas en miniatura, suelos diversos, de arena, de madera… Y toda clase de trastos”.

UNA GUITARRA FANTASMAL

La habitación que regentaba el joven Vidal era a todos los efectos una especie de disparatado trastero, habitado por objetos cuya única función era sonar: vasos, tazas, gafas, llaves, botellas, cualquier cosa que pudiera servir para crear un efecto de sonido, bien el que naturalmente salía del objeto (con una cucharita en una taza se simulaba el sonido de una cucharita en una taza), bien algo un poco más complejo. De esas características era su reino; si los fantasmas existen, y si alguien duerme hoy en esa habitación, acaso por las noches escucha un tintineo extraño, el viento meciendo unas hojas de periódico o el crepitar de un fuego hecho con celofán: son los viejos objetos de Joan Vidal, que hablan. “Nunca supe qué fue de todo eso, seguro acabó en la basura. Mi vieja guitarra… -recuerda-. Nunca la volvía a ver”.

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Vidal llegó en un momento extraño: era 1977, Ràdio 4 acababa de iniciar su andadura y el proyecto incluía la recuperación de un género que en ese momento andaba de capa caída; de hecho, buena parte de los objetos que conformaban su reino Vidal los había heredado de Radio Peninsular, que para entonces había abandonado la producción de dramatizados; en general, lo que ocurrió con la nueva emisora y su apuesta por las radionovelas tenía un poco el aire de un renacimiento, una resurrección. “El hábito de hacer radionovelas aquí, en Barcelona, se había perdido, como se habían perdido también las personas que de una manera puntual habían hecho efectos especiales”, explica. “Y fue entonces cuando aparecí yo”. Vidal lo define como un momento 'pasaba por ahí', la clase de coyuntura azarosa que define una vida: al fin y al cabo, esa etapa duró tres años, pero el resto de su vida Vidal se ganó la vida como técnico de sonido.

Ahora todo es digital. “Y si quieres mar, tienes 40.000 tipos de mar”. Entonces no era así, entonces había un solo mar, y el responsable de los efectos sabía que estaba en la pista 3 de la cara a del último disco a la derecha. “Era el tipo de sonidos que había en los vinilos, los sonidos de ambiente: el mar, la lluvia, un tren que pasa, el claxon de un coche”. Lo demás lo hacía él. 

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