Porterías rimbombantes de ahora y de antes

La portera es la dueña de la escoba, y por eso siempre es víctima de la caza de brujas vecinal

icoy36938929 porteria170120171346

icoy36938929 porteria170120171346 / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Barcelona es hoy una ciudad de escaparates como antes lo había sido de porterías. En Barcelona a la burguesía le gusta que se la admire, y para eso se ha construido sus palcos, sus paseos, sus ramblas. La vieja magnificencia de las porterías, que tanto abunda en el centro de Barcelona, la convierte en una ciudad señorona, que es a lo señorial lo que Deliranta Rococó era a Sissí. En otros sitios sucede lo contrario. Por ejemplo, en Madrid la suntuosidad permanece dentro de los pisos mientras que las porterías tienen ese aspecto desangelado, y hasta lúgubre, de las zonas de paso. Quizás así se les esté insinuando a los visitantes que Madrid es una ciudad más bien para profundizar y quedarse y que a Barcelona es mejor venir solo para verla. Barcelona es una ciudad de postal con delirios de ciudad de acogida; porque lo evidente es que siempre que ha llegado gente de otra parte se la ha confinado en las barracas de las afueras, a modo de cuarentena entre clases sociales. La pobreza es muy contagiosa, a diferencia de la riqueza. En Barcelona, las únicas manifestaciones públicas de exultante recibimiento a un colectivo de extranjeros son la cabalgata de Reyes y el regreso del Barça tras ganar un campeonato de Europa (también el fútbol es una cuestión de porterías y, sobre todo, de porteros). 

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"No s\u00e9 si el lenguaje es machista,","text":"\u00a0pero sus usuarios lo somos un rato largo"}}

No sé si el lenguaje será machista, pero sus usuarios lo somos un rato largo. A las mujeres que trabajan en las porterías siempre se las llama porteras, mientras que para los hombres existe también el trato de conserje. En Francia, donde las porterías son toda una cinematografía, una literatura y un exilio (el nuestro), lo unificaron en la palabra 'concierge'. Bueno, en el París sórdido y lírico de los años 30, el de las brumas, los muelles, las gabarras, los canales y el Hôtel du Nord, les dio por llamar a las porteras 'bignolles' (mironas), y también se les ha quedado ese nombre. El argot es la prensa satírica de un idioma, es su libertad de expresión. A las porteras francesas será el folletín del XIX lo que venga a abrirles las puertas de la literatura mediante el personaje de Anastasia Pipelet (y su marido Alfredo) en 'Los misterios de París', de Eugenio Sue. El tópico las hará luego lectoras de estos folletines, pero primero los protagonizaron y, en parte, por ello se pusieron a leerlos. En uno de sus rebeldes y fascinantes escritos literarios, titulado 'La sagrada familia', Marx y Engels abordan el personaje de Anastasia Pipelet, y de las porteras en general, para señalar que el peligro o el misterio de estas espiando tras una puerta cerrada es una insignificancia comparado con el que tiene la policía, que se dedica a hacer lo mismo con otras intenciones y que suele acabar con la puerta derribada a patadas. Pero luego Marx y Engels añaden que fue durante la época de la revolución francesa cuando los porteros de París cambiaron su nombre por el de conserjes, pues la palabra portero se había convertido, con cierto fundamento, en sinónimo de soplón de la policía.

SIN DEFENSA

En ningún lugar les ha salido a las porteras y a los porteros demasiado personal que los defienda, o que se ponga de su parte. Ya no solo en los libros, sino en

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Los buzones les dan a las porter\u00edas\u00a0","text":"un cierto aire de cementerio con sus nombres de vecinos escritos como en l\u00e1pidas"}}

la praxis (por decirlo en terminológico), y así han acabado estos últimos años muchas y muchos de los que han llegado al momento de su jubilación: desterrados de los habitáculos que junto al ascensor tuvieron a modo vivienda, después de cincuenta años de lustrar puertas cerradas y barrer escaleras, después de entrar como criadas en un piso y acabar al cuidado de todo el edificio. La portera es la dueña de la escoba, y por eso siempre es víctima de la caza de brujas vecinal. Las tres porteras más populares del siglo XX (la del inmueble sito en '13, rúe del Percebe'; la del edificio con terraza, tan barcelonés, donde vive Doña Lío Portapartes, y la señora Mirlo de la calle Labrador, 26, que era donde vivía Tintin antes de mudarse a Moulinsart con el capitán) fueron representadas siempre con una escoba.

Las porterías que se quedan deshabitadas tienen algo de antiguo imperio destruido. De ruinas de Palmira donde va a ser el cartero quien a su regreso diario haga las veces de un Volney, que ha perdido a su interlocutor y medita en solitario sobre la fugacidad de las cosas. La esmerada alfombra que se ponía de otoño a primavera, pero que ya ha desaparecido porque la robaron una noche. Los buzones les dan a las porterías un aire de cementerio con sus nombres de vecinos escritos como en lápidas junto a la verja vieja de la caja del ascensor y el mármol cansado de los peldaños. La banqueta de madera, el sofá absurdo donde sentarse a esperar. Barcelona, ciudad más de porterías que de porteros y de porteras. Ciudad más de apariencias que de personas. Por eso durante tanto tiempo su monumento más conocido ha sido un edificio vacío que no paraba de crecer y crecer.