Ir a la fuente

La costumbre de ir a la fuente se ha recuperado a causa de la pobreza energética

Fuente de la calle de Sardenya, esquina con Còrsega.

Fuente de la calle de Sardenya, esquina con Còrsega. / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

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Entre la alta sociedad (es un eufemismo), ahora se lleva más ir a la cárcel que ir a la fuente, pero es que ir a la fuente siempre ha sido de pobres, tanto en periodismo como en la vida civil (escribir en los periódicos es militar, toda una militancia literaria y una trinchera). Por supuesto existen fuentes esplendorosas, fuentes mágicas como la que diseñó Carles Buïgas en Montjuïc, pues para algo fue además novelista de ciencia ficción. Buïgas se había especializado en luminotecnia, en técnicas para generar luz artificial, es decir que era un clásico del genero literario, ya que la electricidad y la luz eléctrica están en el origen de una de las novelas que van a dar a luz (natural) a esta literatura.

Detrás del Nautilus donde viaja el capitán Nemo, detrás de las 'Veinte mil leguas de viaje submarino', se encuentra la fascinación de Julio Verne por la electricidad. Es la energía eléctrica lo que mueve e ilumina el submarino del solitario príncipe indio; y esto lo escribe, lo anticipa Verne, una década antes de que Edison patentara la lámpara incandescente, diez años antes de que en París se celebrase la primera Exposición Internacional de Electricidad.

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Con Julio Verne la ciencia ficción adquiere su carácter de género de anticipación, pero también anticipa un gusto literario fuera de este género, que llega hasta la actualidad. En el capitán Nemo hay un dandismo, un esteticismo salpicado de nihilismo, que al fin y al cabo es una misantropía, y que prefigura a otros grandes personajes literarios franceses, como es el caso de Des Esseintes, el protagonista de la novela de Huysmans 'À rebours' (el libro corrió aquí muchos años con el título de 'A contrapelo', pero daba corte llamarlo así; menos mal que el poeta Antonio Martínez Sarrión volvió a traducirlo y le puso 'Al revés'. En Martínez Sarrión es muy importante la música, por encima de la musicalidad; un poema suyo de juventud se titula “Ummaguma”, como el disco doble de Pink Floyd. Solo obedeciendo a la música se respeta a la letra, a las palabras; pero eso todos los poetas lo saben. A principios de los años noventa, Martínez Sarrión publicó un libro de memorias delicioso, Infancia y corrupciones, y entre los muchísimos elogios que recibió nunca se ha destacado que se trata de uno de los libros más bellos que se han escrito jamás sobre Albacete, esto no es una frikada sino literatura en vena).

Pero no acaba en el personaje de Huysmans la estela, el carácter, del capitán Nemo, sino todo lo contrario, y todo lo contrario es que a partir de él empieza de nuevo, esta vez encarnándose en un escritor real: Michel Houellebecq. La misma misantropía, el mismo gesto desabrido, la misma soledad en Nemo, en Des Esseintes, ahora en Houellebecq. En su última ficción, 'Sumisión' (que también es una novela de anticipación, en este caso política, o sociológica), Houellebecq hace protagonista a un profesor experto en la obra de Huysmans, y hasta ese propio personaje tiene algo de la biografía y de la personalidad de Huysmans. Para que un texto sea de anticipación no tiene por qué llegar antes, basta con que no llegue después. 'Sumisión' (transcurre dentro de cinco años, en 2022, los islamistas moderados ganan en la segunda vuelta al Frente Nacional), salió al mercado el mismo día del atentado a la revista Charlie Hebdo. La anticipación está hecha de las inquietudes y de los miedos del momento.

LA EVOLUCIÓN DE LA MISANTROPÍA

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La misantropía también ha evolucionado. Con Molière surge una misantropía física (hipocondríaca) y a la vez filosófica; en el capitán Nemo se trata de una misantropía de interior, psicológica y a la  vez familiar (un psicólogo sistémico diría que es una redundancia); en Des Esseintes, la misantropía está basada en el esteticismo; Houellebecq llega a la misantropía por la política. “Su desprecio creciente por la izquierda nunca borró su aversión inicial al capitalismo”, dice de su protagonista.

Siempre las fuentes. La costumbre de ir a la fuente se ha recuperado a causa de la pobreza energética. Cada vez se ve a más gente en los solares que aún quedan, allá donde haya una fuente pública, llenando de agua garrafas, botellas de plástico, lavándose o lavando una prenda. Cuando en los años sesenta, el personal pasó de vivir en las barracas a vivir en los bloques, dejó asimismo de ir a la fuente a recoger agua (aunque los más recalcitrantes mantuvieron esa costumbre) para ir a la fuente a admirar sus chorros iluminados. En la plaza del ayuntamiento de Sant Adrià también pusieron una fuente mágica, una fuente de colores, que se encendía los domingos al anochecer, a modo de espectáculo de barrio. Se trata de dos tipos diferentes de fuente, y han existido desde siempre. La tradición órfica situaba las dos a la entrada del Hades (el reino subterráneo de los muertos). Una era la fuente del olvido, y quien probaba su agua ya nunca recordaba nada de lo que fue. La otra era la fuente de la memoria, y quien bebía de ella obtenía la vida eterna. También la memoria histórica pasa por ir a las fuentes.