Las columnas de la autopista

La autopista era a la vez un vínculo entre los pueblos de la costa y una frontera que partía a Sant Adrià

Columnas de hormigon  bajo la C-31  decoradas por grafiteros

Columnas de hormigon bajo la C-31 decoradas por grafiteros / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cada época nos trae su manera de leer el periódico, y en la actual, tal y como está el asunto, más que información lo que agradecemos en un diario es un refugio. El concepto (bueno, la expresión), de "estar bien informado" resulta ya igual de peregrino que el dicho de "la buena música". No en vano, ambos son contemporáneos. Se puede estar informado de lo que pasa; pero una cosa es lo que pasa y otra lo que ocurre. En política, las cosas pasan más que ocurren. A las que pasan en el ámbito catalán, que han demostrado ser de carácter psicotrópico, nos hemos habituado tanto que ya no nos producen efecto, y aumentar la dosis podría ser letal (aun así, debe tratarse de una sustancia blanda, pues si te quitas no da mono). Y las del espacio exterior, léase política española, parecen la programación del Canal Nostalgia de RTVE. En el plano de los viajes astrales, la trumpología ha nacido como ciencia oculta. 

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"En 1969 los americanos llegaron a la Luna.","text":"\u00a0Para no desmerecer, por aqu\u00ed iba a pasar la A-19, la primera autopista de peaje de Espa\u00f1a"}}

Principalmente, hoy abundan dos tipos de lector y lectora de periódicos: el lector de peluquería y el lector de droguería perfumería. El primero solo repasa titulares y el segundo solo busca artículos. Dentro de la segunda modalidad, hay quien disfruta sobre todo con las columnas.

LA FRONTERA

Antes de que aparecieran las columnas (que son desde la Roma de Trajano género periodístico), todo esto era campo en Sant Adrià de Besòs. Y casitas bajas. Pero aún corría 1969, el año en que los americanos llegaron a la Luna y, para no desmerecer, por aquí iba a pasar la A-19, la primera autopista de peaje de España. De este modo empezaron a crecer esas columnas de hormigón, como árboles de un paraíso antiguo. Algunas casas de la zona fueron derribadas, y se destruyeron calles que mantenían aquella pacífica longevidad de haber sido vecinos toda la vida durante los buenos viejos tiempos, y en los años malos y duros y aún recientes de la guerra, y en los entonces días grises y mezquinos de la dictadura. Un mundo de vecinos y vencidos. En la callecita de la Paz, lo primero que tiraron fue la casa más grande, más bonita, más vistosa. Todo el mundo la llamaba "la casa del sol" por un reloj que tenía. Por encima de las excavadoras y de los camiones con los volquetes llenos de arena, las columnas se alzaban más cada día. Parecían columnas rotas, como las que dicen que tiró Sansón en el templo de los filisteos. Pero una vez terminada, la autopista, sus columnas, se transformarían, a la vez que en un vínculo (un camino que unía velozmente los pueblos de la costa), en una frontera que partía de una nueva manera a Sant Adrià (además de seguir dividido por el río), y así se convirtieron también en una especie de columnas de Hércules situadas en el confín de un universo, a modo de pórtico donde el mundo conocido del viejo Sant Adrià de los comercios, el ayuntamiento, los médicos... quedaba apartado y a salvo del Sant Adrià prearcaico, ignoto y nocturno de los huertos, los pescadores olvidados, la fundición de hierro con sus explosiones y sus ocasos incandescentes, la fábrica de vidrio que se fue a la China, la colonia textil, obrera y arruinada de Can Baurier, los descampados infinitos, los primeros bloques, la pasarela de la Catalana, la vía del primer tren... Durante muchos años, la autopista fue una cicatriz de cemento vivo, y la gente rehuía pasar bajo ella de noche como en la leyenda del mar tenebroso de los antiguos marinos griegos.

UN CAMIÓN COLGADO

La autopista, las sombras de sus columnas, tenían una nocturnidad permanente, una noche eterna, suburbana, bestia y salvaje, en el modo en que lo era todo en la periferia. En los días grises de lluvia, mientras el barro efervescía al pie de las columnas, como espuma lamiendo tubos de ensayo, era cuando más natural, más mimética, más adaptada a su entorno parecía aquella mole de hormigón con patas. Una vez se salió de la autopista un camión y allí se quedó días colgando en el vacío, enganchado por las ruedas traseras en el guardarraíl (que entonces era de tubos), y los niños corrían a verlo a la salida del colegio. Mucho después, emplazarían bajo ese toldo de asfalto los encantes, el mercadillo semanal de los martes, y esos comerciantes, con sus retales, sus telas de colores, sus bragas y calzoncillos voceados, su pienso para mascotas, su alpiste para los pájaros, su cacharros para la casa..., se convertirían en los primeros pobladores de este no lugar

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Las sombras de las columnas ten\u00edan una nocturnidad","text":"\u00a0bestia y salvaje, como todo lo de la periferia"}}

Ahora el mundo es cruel de otra manera, y ya no se utilizan columnas para delimitarlo. Se llevan más los muros (reales, mentales y virtuales, pues también algunas redes sociales funcionan con muros). La arboleda de columnas de Sant Adrià es un parque monumental secreto, un bosque petrificado como en la obra de Robert Sherwood, y este otoño pasado, con la coordinación de la asociación El Generador, empezaron a convertirla en arte callejero dentro del Festival Hop de danza y cultura urbana. Hasta ahora ha participado una decena de artistas en cerca de cincuenta columnas, pero está previsto pintar alrededor de unas doscientas. Un bosque domesticado.