Los colores de los días

GRUA RETIRANDO UN MASERATTI MAL APARCADO

GRUA RETIRANDO UN MASERATTI MAL APARCADO / periodico

ELOY CARRASCO / BARCELONA

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Black Friday, Ciber Monday... llega el miércoles y no quedan ni las migas. El peatón medio se ha gastado hasta las telarañas de los bolsillos y hoy es un día de pobres, de callejear en busca de las marcas blancas y otras virutas después de que los enchufados de la semana se hayan rebozado en la opulencia de las carteras llenas. Si será modesto este miércoles, que hasta futbolísticamente lo es, con la visita del Villanovense al Camp Nou. Este miércoles convendría, por lo tanto, economizar en las cuentas domésticas, si hay que afrontar un dispendio extra, e ir a un mantero. Es discutible, incluso ridículo podríamos decir desde puntos de vista proletarios, que existan bolsos de cientos y cientos de euros. Pero existen, y, lo que es más necesario, existen personas dispuestas a gastar ese dinero en ese bolso.

Maneras de incendiar billetes es lo que sobra. Peor es querer y no poder, y acudir necesariamente, por tanto, a los maltratados de la sociedad de consumo que expenden mercancía ilegal en sus lonas y, cómo se han puesto las cosas, exigen sus derechos a seguir vendiendo esa mercancía falsificada (el tendero que paga impuestos y vende la misma mercancía, pero legal y con marchamo, contempla la escena con cara de muchas circunstancias, aunque casi ninguna pacífica).

El miércoles, por lo tanto, hay que gastar con cabeza. Suele ser el día del espectador en los cines, pongamos por caso. Ahora no hay ninguna película en cartel de Woody Allen, lo que ya es raro, aunque siempre podemos aprovechar para felicitar al prolífico cineasta, que este martes se convirtió en octogenario, y al fin ha llegado a la edad que tantas veces aparentó. Lo malo es que, como barceloneses, deberíamos guardarle algún rencor, siempre incruento, pero duradero e innegociable, porque ya es mala suerte que la película más desdichada, menos graciosa y con argumento más insostenible de Woody Allen, con varias brazas de diferencia, fuese la que lleva Barcelona en el título. Quizá influyese que, al retratar a una ciudad que conocemos bien, era más fácil detectar dónde estaba el cartón piedra, la cochambre y las pirulas que no vemos en París, Roma o Manhattan.

Justicia poética

En una película de Woody Allen podría ocurrir -basado en hechos reales- que la grúa municipal capturase un pez gordo, nada menos que un Maserati Quatroporte (no baja de 100.000 euros) en la calle Gran de Gràcia en hora punta, lo cual conlleva aglomeración de curiosos y profusión de fotógrafos espontáneos, que eso es algo fenomenal que no se ve todos los días. A la mayoría le parecería un acto de justicia poética que la persona que aparcó aquel precioso coche en zona de carga y descarga, tal vez con un deje de prepotencia, se disgustara como un mortal cualquiera al ver que su automóvil se había esfumado. El suceso ocurrió más o menos a la altura de la calle de Esparreguera (candidata a una de las más angostas de la ciudad, alguien debería explicar por qué la villa del Baix Llobregat merece una vía tan lóbrega) y a no mucha distancia de un restaurante renombrado donde quizá ventilaba bogavantes alguno de los muchos famosos del mundo del fútbol que por la noche acudieron a la gala de la Liga Profesional.

La fiesta del balón celebrada en el Auditori del Fòrum terminó siendo como los días de la semana, donde ya se ha dicho que hay triunfadores, 'losers' y hasta neologismos forzados (esos que para animarse han inventado el 'juernes'...). Messi vivió un lunes de colores y empezó a hacer ejercicios de calentamiento de cara al Balón de Oro (aunque su americana era sorprendentemente discreta) y se llevó los premios grandes de verdad. Cristiano Ronaldo, en fin, ni siquiera se presentó a recoger su trofeo a Mejor Jugador Para la Afición (risas y aplausos para el creador del concepto). Él se lo perdió. Eso, y poder ver de cerca a Elisa Mouliaá.