La Barcelona más guantanamera

Playing for Change le hizo un hueco a la ciudad en la (tal vez) segunda mejor versión de la historia de este clásico cubano

CARLES COLS / BARCELONA

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Tiene tres años y probablemente es la segunda mejor guantanamera de la historia de la música cubana, un producto de la factoría Playing for Change, mitad fundación de ‘buenrollo’, mitad negocio. La cosa, para los que aún no lo hayan disfrutado, tiene su qué. Uno a uno y en solitario, para un posterior trabajo de mesa de mezclas y edición solo apto para maestros relojeros, se grabó a 75 músicos cubanos repartidos por el mundo, artistas de la calle, algunos, y estrellas consagradas, otros, en Cuba, en Miami, en Los Ángeles, en Japón y, ¡oh alegría!, en Barcelona, lo cual es una deliciosa oportunidad para concertar una cita con Papa Orbe, la contribución local a aquel proyecto que vio la luz en abril del 2014  y que anda ya por los cinco millones y medio de visionados en youtube. Se merece aún más.

En los siete minutos y medio de esta guantanamera de orfebrería, Barcelona aparece en dos ocasiones. Una, con Orbe, bajo en mano, en el Port Vell antes de que aquel rincón de la ciudad fuera impunemente privatizado (nunca está de más meter el dedo en el ojo). La otra es una escena de una luminosidad deliciosa. Es el patio trasero del piso en que entonces vivía el bajista, que lo cedió para que Reinaldo Elosegui recitara allí una de las estrofas de la canción. Parece Cuba, pero es el Raval.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Papa Orbe\u00a0es\u00a0","text":"un sublime tresero, la piedra angular de la m\u00fasica cubana, un instrumento endiablado que pocos conocen a este lado del Atl\u00e1ntico"}}Papa Orbe (en una oportuna pista que antes de concertar la cita brinda el trompetista Roqui Albero, de aquí, pero formado en Cuba) “es un gran tresero, ahora se dedica al bajo, pero es un virtuoso del tres”, o sea, que toca como los ángeles un instrumento, el tres, que a este lado del Atlántico casi ni se conoce ni se practica, pero que en su país natal es casi una deidad. “Es el piano de la música cubana, el que pone a la gente a bailar”, explica Orbe Ortiz, y eso no es fácil, porque aunque hijo del laúd, tiene una endemoniada distribución de cuerdas, tres parejas en paralelo, vamos, que de nada sirve haber cursado un CCC de guitarra por correspondencia.

El pan con tomate de la música

El origen de las guantanameras es como el del pan con tomate, una niebla de versiones contradictorias. Ya saben, hay quien sostiene que lo de frotar el tomate con la rebanada es un invento de la inmigración murciana, que plantaba tomateras junto a las vías durante las obras de construcción del metro, luego está Néstor Luján, que decía que es un invento payés en un año de excedentes para ablandar el pan seco del día anterior y, a la que nos despistemos, el día menos pensado Jordi Bilbeny asegura que Guifré el Pilós en realidad preparaba un último almuerzo cuando lo del escudo y las cuatro barras. A la guantanamera le pasa lo mismo, sus raíces se pierden como las de la yuca, y Papa Orbe la leyenda que prefiere es que es obra del genio creativo de Joseíto Fernández, que allá por los años 20 la entonó para apaciguar el enfado de una mujer a la que cortejaba cuando esta le pilló tras otras faldas. Echó mano de los versos de José Martí y del son de la guajira, lo cual ahora parece fácil y perfecto, como un botijo, pero había que estar ahí para ser el primero.

Papa Orbe salió de Cuba con 19 años, primero con destino a Colombia, donde descubrió a Totó la Momposina y que en aquel país suceden musicalmente cosas que en ningún otro lugar ocurren, y después fue barcelonés, pero solo al segundo intento, lo cual es una anécdota que merece una explicación y que da qué pensar. Aterrizó en la ciudad para una serie de conciertos y le alojaron en el Heron City, así que cada tarde salía de su habitación, recorría la Meridiana, muy soviética en 1994, tocaba y regresaba al hotel. Vamos, para huir como de Fidel. Pero en 1998, regresó, esta vez como parte de la programación del Grec, y le alojaron en la Rambla, la repanocha. “Volví a Colombia y me lo vendí todo, hasta el perro, y me vine para aquí”.

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"Esos son los restos fríos..."

Su participación en el proyecto de Playing for Change es solo un punto y coma en su trayectoria profesional, pero, qué caray, le ha hecho popular para algunos, que le ven sobre el escenario y le reconocen como parte de esa hermandad cubana internacional de la segunda versión más emocionante del Guantanamera jamás grabada. ¿Y la primera? Pues es cuestión de opiniones. Lo grande de este ritmo es que está concebido para versos octosílabos, una distancia métrica perfecta para contar historias, gracias a Joseíto, y puede que quien mejor lo comprendiera fue Abelardo Barroso, un sonero mayúsculo, que cuando murió en 1972 dejó en herencia una obra maestra de la tristeza. “Una noche en que la luna / nos daba su luz tan bella / solamente las estrellas / alumbraban mi fortuna / Sin esperanza ninguna / a su sepulcro llegué / una dalia coloqué, / en medio del amor mío / esos son los restos fríos / de una mujer que adoré”.

Guantanamera, guajira guantanamera…