Le está sirviendo el rey

Despunta un reinado: el de Carlos González en la carrera de camareros de la Rambla

Carlos Gonzalez, ganador del título de camarero mas rápido

Carlos Gonzalez, ganador del título de camarero mas rápido / periodico

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Al talento para conseguir que el movimiento frenético de sus pies al correr se quede allí, en sus pies, o lo que es igual, para impedir que contagie a otras partes de su cuerpo, en especial su brazo, en especial su mano, Carlos González lo llama simplemente "ir tieso”. “¿Lo ve? ¿Ve cómo voy tieso?”, dice, mientras vuelve a ver en el teléfono las imágenes de su victoria. “Como el Correcaminos”, agrega. La comparación es acertada: el Correcaminos devoraba desierto con la cabeza erguida y el tronco recto, tieso, imperturbable, mientras abajo sus patas fabricaban remolinos de velocidad. Quizá haya creado un estilo, González, sin darse cuenta. Quizá a su destreza para correr con la bandeja haya que llamarla así, el estilo Correcaminos.

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Es probable que a esa destreza le deba lo que empieza a despuntar como una especie de reinado. González acaba de ganar su segunda carrera de camareros de la Rambla de forma consecutiva, lo cual habla por lo menos de una cierta hegemonía. Es el camarero más rápido de la ciudad, y serlo no significa simplemente que sabe correr como un caballo desbocado: conlleva esa destreza, la de saber hacerlo con una bandeja en la mano, llena de botellas y copas llenas. Naturalmente, sin derramar el contenido. Llámenle rey de la especialidad.

"ES MI TRABAJO"

Todo parece indicar que a González le sale de forma natural. “Es muy difícil que a mí se me caiga algo –dice–. Me tienes que pegar un codazo para que se me caiga, es mi trabajo”. En la Bodega Sepúlveda, donde trabaja hace ocho años, empiezan a entrar comensales nuevos que preguntan si ahí es donde sirve el rey; o quizá no digan rey, quizá digan campeón, quizá digan, los más literales, el ganador del concurso de la Rambla, ¿es aquí? Pero entran y preguntan por él y quieren verlo servir, y saludarlo, y acaso hacerse una foto con él. Toda victoria mitifica, al parecer, y las dos seguidas de González le empiezan a granjear un respeto. Quizá sobreviva su nombre, por qué no. En la hemeroteca ya están archivados sus logros, y tal vez de aquí a unos años alguien hurgue entre periódicos y se entere de que hubo una vez un camarero apodado el 'Correcaminos'. Que corría como el pájaro, fabricando remolinos con los pies. Sin derramar la cerveza. En el Gremi de Restauració -que ha rescatado la tradición- se frotan las manos. Un mito. Lo que necesita cualquier deporte.

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A su primer concurso, en noviembre del 2014, el 'Correcaminos' se presentó sin saber exactamente qué hacía, qué estaba haciendo, si tenía, como decía Tom Wolfe, lo que hay que tener, si era un camarero de mitad de tabla o de los de arriba o de los de abajo. Así que se entrenó, por si acaso. “La verdad es que la bandeja no la uso casi en el día a día. Salvo si hay una mesa grande y hay que llevar ocho cervezas, digamos”. Es un camarero de manos, diestro para acomodarse tres platos entre las falanges y el antebrazo, ¿pero bandeja? Con la bandeja dudaba. Era un especialista en 100 metros enfrentado a una carrera de 200: otros  parámetros, otras habilidades. Así que se entrenó: durante una semana, cada noche, al acabar la jornada, ponía dos botellas y dos copas llenas de agua sobre la bandeja y corría por la acera. “Hasta ese arbolito, ¿lo ve? Veinticinco metros, más o menos”. Los paseantes lo miraban con curiosidad. Sus jefes y sus compañeros de trabajo lo jaleaban. A la postre resultó que era imbatible.

ENFRENTADO AL MITO

El pasado domingo, un día después de la victoria, González fue a jugar fútbol y luego a desayunar, con dos amigos. Sabía que su pequeña gesta había sido consignada en la prensa y pidió el periódico, y los tres estuvieron riendo y haciendo comentarios, celebrando. Los camareros se enteraron y uno de ellos le dijo: “Ahí detrás está sentado uno que ganó cuatro veces”. ¿Cómo? Sí, era un viejo 'maître' del bar Cosmos, y sí: cuatro veces se había llevado el título. Allá en los años 70. Era, cómo decirlo: era Messi conociendo a Kubala, Nadal conociendo a Borg. “Y yo pensé: tengo que saludarlo e inmortalizar este momento”, cuenta González. “Mire, aquí tengo la foto, es él”. También quedará en la hemeroteca.