Un tranquilizante para el perro en Sant Joan

El miedo de los perros a los petardos está estudiado, y las clínicas veterinarias de BCN imparten charlas sobre cómo gestionarlo

MAURICIO BERNAL

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Si hay un ente al que llama dios y hace tiempo no le muestra gratitud, esta es la semana para darle gracias por no haberlo hecho perro. No hay registro de unos días peores para serlo -de este lado del mundo-, y es posible que en la propia cofradía se estén preguntando por qué no nacieron otra cosa. Es el tamaño de la tragedia. Nada indica que el resto del año no se encuentren cómodos con lo que son, pero cuando empiezan a estallar petardos su vida entra en zona de tinieblas. No la de todos, no: la de los propensos. Los nerviosos, los inquietos, los que nacieron para temer al trueno. A estas alturas llevan varios días con los nervios de punta, desde el primer estallido, el petardo pionero. Pero es un crescendo, y como tal persigue un cénit, y el cénit es la noche de Sant Joan, y los perros la vislumbran con pavor.

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«Miedo, fobia, pánico», enumera la veterinaria Natacha Lebrero al poco de empezar la charla 'Fobia a los petardos' en el local de Zoo Salut, en Gràcia. Así están las cosas. Puede que una parte de los barceloneses vivan de espaldas al drama que se avecina, pero los propietarios de mascotas, de perros en particular, saben que Sant Joan es la noche del acabose. Así que hay charlas; los dueños consultan a los veterinarios; se ponen en marcha estrategias. Los etólogos -profesionales de la conducta animal- han estudiado el tema y sus trabajos están en la base de la mayor parte de las conferencias que se pronuncian en junio en la ciudad. Da la medida de la importancia del tema. También la da que a Zoo Salut ha acudido la delegada de un laboratorio veterinario. Palabras mayores. Se diría que hay toda una economía cuyo centro es el estrés animal.

CACA, ORINA Y VÓMITOS

Miedo, fobia, pánico: es inminente la bacanal del petardo y la veterinaria Lebrero repasa el abanico de posibles reacciones. El miedo, vaya y venga. El miedo, dice, «es natural», y la reacción que produce, «mesurada». Es normal tener miedo. Les pasa a los humanos. Les pasa a los canguros. Les pasa a los perros. La fobia es otra cosa. La fobia es una respuesta «desmesurada», y además, es la antesala del pánico, que es la pérdida total de control. No lo dice la veterinaria, pero cuando habla de pánico el público se imagina a un perro desquiciado y loco repartiendo aullidos y arañazos por doquier, buscando refugio sin hallarlo, preguntándose por qué, por qué, por qué; desesperado. No es gracioso; el propietario del perro sabe que no es gracioso. En los casos peores, el animal espantado se hace caca y orina y vomita donde puede. Con ese escenario, no es raro que tengan lugar charlas como la de Zoo Salut. Google («miedo», «petardos», «Sant Joan») es un espejo de lo profesionalizado que está el manejo del pánico perruno en estas fiestas. Con un cuadrúpedo histérico, las caricias no sirven de mucho.

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Resulta que al perro, para ayudarlo a soportar el mal trago, hay que aplicarle un «tratamiento multimodal», explica la veterinaria Lebrero; un ataque a las tinieblas por varios frentes. Parte de la estrategia pasa por lo sencillo, por darle una pastilla, un Calmex, por ejemplo. ¿Los humanos toman Valium? Los perros toman Calmex, y ni siquiera es lo mismo, el Calmex, dice la representante mientras reparte folletos, es un producto natural. «Un suplemento tranquilizante», subraya. Según el desplegable, ayuda al paciente en situaciones de estrés: viajar, ir al veterinario, pasar la noche en una ciudad donde todos queman pirotecnia. «Muchos perros viven felices, pero la vida moderna puede ser muy ruidosa y confusa para algunas mascotas, que luchan por entender el mundo que las rodea», cavila el tríptico.

LA ZONA SEGURA

En la charla también sale una lista de lo que en el mundo de las mascotas son, se diría, los fármacos habituales, a saber: clomipramina, fluoxetina, trazodona. «Pero estos deben ser prescritos por un veterinario etólogo, y acompañarse de una terapia de modificación de la conducta», dice la veterinaria.

La estrategia es variopinta, pero hay un capítulo fundamental: la creación de la que aquí llaman «zona segura». «Pequeña y oscura», dice Lebrero. «En la zona más tranquila de la casa». Un sótano o un garaje, agrega, sería ideal. El tema está tan estudiado que incluso se recomienda dotar al refugio con un difusor de feromonas: tiene el aspecto de los difusores antimosquitos, pero en vez de liberar veneno liberan, por decirlo así, zumo de placer perruno. Que se caiga el mundo que soy un perro feliz. Qué más se puede pedir.