Santa Coloma antes y después del apocalipsis

El 125º aniversario de la tocinería de Cal Nen enlaza el pasado rural y el presente prometedor de la ciudad con un producto único: butifarra de marc de cava

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CARLES COLS / BARCELONA

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Hasta mediados del siglo XX, las ribas del Besòs a su paso por Santa Coloma de Gramenet eran rojas cuando maduraban los campos de fresas, y en las laderas de las colinas del pueblo había viñedos, y los Sagarra veraneaban en su finca de la Torre Balldovina, lo que le proporcionó al poeta y escritor de la saga familiar, Josep Maria de Sagarra, deliciosos recuerdos para sus memorias, como aquel loro que un día apareció en la finca y que cuando abrió el pico escandalizó a las señoras de la casa por su vocabulario tabernario. Aquello era un pueblito incluso algo bucólico. En una de las páginas de aquella memorias, el autor de 'Vida privada' le dedica unas elogiosas líneas a la carnicería más notable de Sant Coloma, Cal Nen, pòr sus embutidos y, también, por las “facciones distinguidas y una belleza un poco oriental” que tenían todos los miembros de la familia, sobre todo el dueño, que “parecía una escultura de Verrocchio”. Cal Nen cumple 125 años este 2016, que se dice pronto. Eso ya sería un motivo para dedicarle una página de aniversario, pero lo es más porque ahora que Santa Coloma trata de de convertirse en la capital catalana de las ciencias gastronómicas (para algo tiene una sede universitaria sobre la materia), esa anciana ‘cansaladeria’  resulta que tiene lo que, según algunos, merece el título de producto típico de la ciudad, aunque no tenga ni un lustro de vida. Es la butifarra de marc de cava, un matrimonio tan insólito y sin embargo feliz como lo fue temporalmente el de Marilyn Monroe y Henry Miller.

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La historia de Cal Nen es oportuna por la fecha (realmente 1891, el año de la inauguración, es el del catapún) y porque, a su manera, enlaza el pasado rural y el presente prometedor de Santa Coloma, dos etapas interrumpidas por lo que allí sucedió a caballo de los años 60, 70 y 80, cuando murieron los campos de fresas, en aquellas tres décadas en las que el río Besòs era la mayor cloaca al aire libre de Europa, fantasmal a veces cuando nubes de espuma cubrían el cauce entero de margen a margen.

Hay que echar un ojo a las gráficas de población de Santa Coloma para comprender que algo muy bárbaro pasó en Santa Coloma a mediados del siglo XX. En 1950 vivían allí unas 15.000 personas, 10 veces más que cuando el Nen abrió la tienda, lo cual podía parecer mucho entonces, pero en 1970 eran ya 106.000 y la cifra seguía subiendo. Vista de perfil, la línea  demográfica de la ciudad es un acantilado de Dover, un símbolo de una gran ruptura geológica. Para dos o tres generaciones de barceloneses, Santa Coloma pasó a ser aquella ciudad a la que sencillamente no se iba a pasar el día. Los Sagarra, por supuesto, se batieron en retirada, pero, pese a todo, Cal Nen continuó su actividad inalterable, con su obrador artesanal de la trastienda tal cual era, como conervado en ámbar, con esa caldera en la que las butifarras se cuecen a 80 grados, ni más, ni menos, y con un armario de las especias como uno lo imagina antes de que se abran sus puertas, con tarros de cristal repletos de clavo, e pimienta de Jamaica….

CINCO NIÑAS Y UN 'NEN'

Al frente de la tienda está ahora Montserrat Saladrigas, la cuarta generación, que explica con gracia el curioso nombre del establecimiento, cosas que pasaban entonces. “Era una familia con cinco hijas y lo que ansiaban era un niño, así que cuando nació para todo el mundo era ‘el nen’, y ese nombre es que le quedó también a la tienda”.

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La cuestión es que Cal Nen, por eso de la orfebría gastronómica que tanto está de moda, vive una segunda juventud desde hace cinco años por sus butifarras de marc de cava y piñones, una combinación propuesta por el restaurador Francesc Armengol y aplaudida por Víctor Quintillà, concinero con estrella Michelin en Santa Coloma, y por Paco Cordero, sumiller también de la ciudad, que le puso el nombre, butifarra brisa, apellido dedicado al subproducto que se obtiene del prensado de la uva en la elboración del vino.

La producción, porque es manual, es muy corta, apenas 150 kilos al mes, pero, puestos a ser provincianos en este tipo de cosas, se sirven algunas raciones hasta en Madrid, en El Rincón de Foog, pero también en Ca n’Armengol, otra institución en Santa Coloma de recomendable visita, que abrió sus puertas en 1923.

Dicen que Santa Coloma se empezó a torcer con Blas Muñoz, el padre del exalcalde socialista Bartomeu Muñoz, que fue detenido por la Guardia Civil por presunta corrupción. Muñoz,el hombre de los mil pisos, como era conocido, falangista y oscuro empresario, hizo fortuna en aquellos años en que aquel pueblo idílico a la orilla del Besòs entró en una etapa de destrucción identitaria. Un apocalipsis urbanístico en el que perdió sus fresas, sus viñedos, su vida pastoral pero, aleluya, respetó intacto a Cal Nen.