Los buzos de playa

Linchamos y proscribimos lo que no nos sigue la corriente, desde Gregorio Morán hasta la incierta gloria de Carmen de Mairena

fcasals38993630 buzos170624160156

fcasals38993630 buzos170624160156 / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nadie ha ido mejor a la playa que Juanjo Menéndez cuando en 'Verano 70' se plantificaba en Benidorm con la camiseta de la disco Penélope y un 'Din Dan'. En la playa se han leído muchos tebeos, y esta es una de las más importantes diferencias que se dan entre el tebeo y la novela gráfica. Ninguna persona con un mínimo de conciencia social o de piedad cristiana se llevaría a la Barceloneta, a Ocata, a Castelldefels, a la playa del Fòrum..., 'La muerte de Virgilio' de Hermann Broch o su equivalente en viñetas. Aunque usar la palabra viñeta resulta tópico, ya que hace décadas que el cómic aprendió a hablar sin ellas. A estas alturas, una página llena de viñetas es como una playa llena de sombrillas, pues la gente ya no va con sombrilla a la playa igual que los ingleses ya no van con paraguas a Trafalgar Square, o a donde vayan los ingleses cuando no están en el pub.

La sombrilla era la pica en Flandes de la familia española que iba a la playa. Bajo la sombrilla se estaba como en casa, pues se convertía en una metáfora estival de las letras del piso, en una manifestación pública de que al fin se había logrado un techo propio. Una sombrilla abierta en verano era como una moneda de diez duros en invierno. Era lo que el franquismo entendía como bienestar de las clases medias. No se eliminarán definitivamente los vestigios del franquismo hasta que no desaparezca la última sombrilla (bueno, y hasta que no se le cambie el nombre a la estación de Metro y al barrio de La Pau, que se llama así porque se edificó con motivo de los 25 años de paz franquista y vino el dictador en persona, valga el oxímoron, para inaugurarlo). La sombrilla era la evidencia de que entonces a los pobres les causaba más respeto el sol que el agua, acaso porque el sol era lo único democrático que quedaba. El sol ha salido siempre para todos, y sobre este hecho astronómico, y en parte también geográfico, se fundamenta el conmovedor final de la vieja película de Cuerda 'Amanece que no es poco'.

EL INSTINTO DEL BUCEO

En la playa, a los que no sabemos nadar nos encanta bucear (por donde no cubre). Demasiadas décadas de economía sumergida para que también haya desaparecido este instinto. Parecería un chiste decir aquí que bucear es mucho más profundo que nadar; pero lo cierto es que el instinto del buceo ha perdurado con toda la fuerza del mundo entre quienes se ven con el agua al cuello. No saber nadar, no saber conducir y no saber inglés son los tres estigmas del Palmer Eldritch que algunos llevamos dentro. Sí, claro, Palmer Eldritch es el 'prota' de una novela de Philip K. Dick y por eso uno vive en la ciencia ficción de que el inglés lo entiende escrito, de que si le dejaran un coche sabría conducirlo sin necesidad de carnet y de que, donde esté bucear, que se quite el nadar. 'Los tres estigmas de Palmer Eldritch' fue escrita en 1964 y apareció al año siguiente. Eso mismo me ocurrió a mí y de hecho a una parte considerable del 'baby boom', con la salvedad de que España lo que estaba escribiendo en el 64, ya se ha dicho, eran los 25 años de la victoria de Franco sobre los cautivos y los desarmados.

En mi caso, bucear supone una forma de concesión, significa la admisión de una derrota, aunque desde un punto de vista 'new age' podría decirse que se trata de una manera de adaptarse al medio. Uno se mete en el agua, y como no puede vencerla se une a ella. Vivimos tiempos sumergidos. El siglo XX es lo que va de los relojes blandos a los relojes sumergibles, de Dalí a Seiko. Ahora el sol es una gran bola de fuego que hace picadillo nuestro pellejo. La gente se expone a él con protección como si fuera sexo. Cuando por unos días somos libres del trabajo, del horario, de todo, y el animal que llevamos dentro se convierte en el abominable hombre de la Costa del Sol, el astro rey en la república de los planetas en vez de salir para todos sale contra todos. Esto los franceses lo sabían bien desde que se echaron en brazos de los nazis. Es entonces cuando Camus hace confesar al protagonista de 'El extranjero' que cometió su crimen porque hacía sol. Pero ya antes, al salir de la carnicería de la Primera Guerra Mundial, Bernanos había presentado en su primera novela a la gente humilde del Paso de Calais a merced de un cruce de caminos Bajo el sol de Satanás.

SUMERGIRSE PARA NO AHOGARSE

Desde la Primera Guerra Mundial, desde la revolución soviética, desde el urinario de Duchamp, hasta las primeras elecciones generales de nuestra democracia, o el nacimiento de Anarcoma entre el trapicheo de la plaza Real, o la aparición del primer disco de los Chunguitos (con los hits 'Dame veneno' y 'Me sabe a humo'), han pasado de cien años de todo y cuarenta de casi todo. Toda esa historia cabe entera en una neverita de playa, junto con las latas, el melón y la tortilla de patatas. Nos hemos adaptado al medio, nos sumergimos para no ahogarnos, y linchamos y proscribimos a lo que no nos sigue la corriente, desde Gregorio Morán hasta la incierta gloria de Carmen de Mairena. En ambo casos actúa el puritanismo. Esto se hunde. Pero lo llamamos bucear.