En busca del caviar rojo de Santa Coloma

Un colomense trata de recuperar las 'maduixades', los festines que se celebraban en la ciudad con sus celebérrimas fresas

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Carles Cols

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La última cosecha de fresas de Santa Coloma de Gramenet se recogió en 1981. Una a una, Coloma Bayà (la revista 'Grama' hasta le dedicó un obituario a tan triste defunción botánica) las arrancó de la mata. La fama de las fresas de Santa Coloma había sido épica, literalmente épica, pues lo que se requiere de un personaje para que merezca ese calificativo es que se canten en verso sus proezas, como si fueran El Cid o los nibelungos, y resulta que las fresas de Santa Coloma aparecían en la letra del himno que la ciudad tenía en los años 30, musicado por el maestro Josep Voltas y que ensalzaba, además de las cualidades de los frutos de su huerta, la belleza de las lugareñas (…”un primor tens de donzelles, que als cors joves fan glatí, d’ulls encesos com estrelles, i de llavis de carmí”…) y el esplendoroso futuro que le aguardaba a la localidad (…”poble de Santa Coloma, abans noble i ara gran, tant com s’ha parlat de Roma, de tu amb el temps parlaran”…).

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Parece que el renombre de las fresas colomenses no era inmerecido. Las cosechas se vendían con un año de anticpación a las familias burguesas de Barcelona, a las que iban a veranear a la riba del Besòs y a las que no salían de la capital. Para estas últimas, los cestos de fresas viajaban a Barcelona en un trolébús expresamente reservado para la ocasión, con cajas en los asientos en lugar de pasajeros, pero las más delicadas, las más belugas del huerto, se llevaban en cestos y a mano, puro bucolismo.

CESTOS DE MONEDAS ROJAS

Las fresas llegaron a ser moneda de cambio. Con ellas se pagaba a veces la visita al médico. Según Bayà, la última payesa, bajo el asfalto y las casas de la ciudad hay unas tierras de una fertilidad inimitable, que le daba a los fresas colomenses un ‘bouquet’ que no proporcionaban las otras fincas que cultivaba su familia, por ejemplo en La Llagosta.

Hay una foto, publicada por el FòrumGram, que resume aún mejor aquella época olvidada. Es del doctor Antoni Puigvert, natural de Santa Coloma,que ya hecho una eminencia y con bata blanca recibe un cesto de fresas de Quimeta, la que fue su niñera cuando era niño, y que periódicamente le visitaba con ese obsequio en las manos, muy dieurético, por cierto.

EL BUSCAVIDAS DEL FUNDERELELE

Aquella Santa Coloma, en resumen, murió en 1981, pero pasado 35 años acaba de brotar, tímidamente de momento, un intento de recuperar las ‘maduixades’ de antaño, fiestas locales dedicadas a degustar el delicado fruto de las fragarias. Al frente de esta aventura está Jordi Navarro, un joven de la ciudad que hace dos años y medio se quedó en el paro y que decidió remontar el vuelo como dueño de su propio negocio. Para gente como él se ha acuñado estos últimos años una expresión que ya comienza a sonar cursi, los emprendedores. “A mi me gusta más pensar que soy un buscavidas”, dice, como Paul Newman en la película del mismo nombre, pero en vez de con taco de billar, con un funderelele en las manos, esa graciosa cuchara de los helados, porque lo que hizo Navarro fue pasear por el centro de su ciudad y concluir que lo que le faltaba era una heladería con productos artesanos.

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Lo de las fresas, pues, es solo una casualidad. Le dio por  buscar un sabor que pudiera asociarse con Santa Coloma, y ahí emergieron de la memoria aquellas historias que contaban sus primos, todos mayores que él, sobre las fresas que se zampaban de chicos y que él no cató. Total, que se ha convertido en un experto, en una suerte de Daniel Boone local. “¡Allí, allí!, en esa balcón a la derecha. Esa familia tiene fresas en un tiesto”. Nada como salir de paseo con un explorador, porque resulta que algunas familas de Santa Coloma conservan con nostalgia algunas plantas en el balcón, algo simplemente testimonial. Pero Navarro ya anda en conversaciones con los restauradores de la ciudad, como Víctor Quintillà y Francesc Armengol, para darle vuelo a la ‘maduixada’.

Parece una empresa difícil. En 1981 se llevó a cabo la última cosecha. El metro llegó a la ciudad dos años más tarde, como los cohetes que parten de Ohio en las ‘Crónicas marcianas’ de Ray Bradbury y destruyen la plácida y poética vida del plantea rojo…, como las fresas.