Una señorita de 76

Los anuncios de contactos revelan un aumento considerable de la edad a la que se ejerce la prostitución

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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En "Maduritas de muy buen ver, 24 horas, completo 30 euros” contesta una mujer que amablemente explica que “era empresaria” y tuvo que “cerrar el negocio por culpa de la crisis”, y dado que no tenía “nada”, “ninguna ayuda ni nada” –con un elocuente énfasis en el “nada”–, tuvo que probar con la prostitución. Aparte del hecho de que la mujer tiene 60 años, no es una historia que no se haya escrito antes: las penurias de estos tiempos han empujado a muchas a ejercer. Pero tiene 60 años, y ahora es –tiene que anunciarse como– una “madurita de muy buen ver”. “He tenido que dedicarme a esto. Soy una mujer que estaba en su casa, sin trabajo, sin nada, y no he tenido más remedio que dedicarme a esto”. “Me llamo Kris”, dice.

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Quienes asiduamente echan un vistazo a las páginas de contactos en la prensa han advertido el cambio, el aumento paulatino de la edad de los anuncios. Los reclamos tradicionales siguen campando: “Jovencita, me inicio”; “Chicas particulares”; “Rosellón Srtas.” Las promesas de lo que habrá de deparar el servicio son objeto de descripción más o menos cruda, desde los que se decantan por un inventario específico de placeres hasta los que prometen –con cierta elegancia, dado el contexto– “un final de éxtasis”, o más ambiguamente, “lo que puedas hacer”. Los que son verdaderamente asiduos saben que hay anuncios que pueden aparecer durante meses y prometer siempre lo mismo, y que algunos desaparecen para volver a aparecer al cabo del tiempo.

VIUDA NO PROFESIONAL

Ese paisaje tradicional –de éxtasis, de orgasmos, de bocas bien abiertas, de entrepiernas explicadas con minucia–, ha cambiado un poco con la irrupción de las mujeres maduras. Pero no ha sido irrupción: ha sido una escalonada ocupación del espacio, seguramente al ritmo al que la crisis se iba aplicando en la tarea de infligir dolor. Una página de contactos de la prensa de hace una década era cualquier cosa menos un monocultivo de señoritas jóvenes acompasadas al canon, y entre los anuncios divergentes ya había una “señora de 60 años, culta, elegante y discreta”, y una “viuda no profesional” que respondía al nombre de “Marta”, y a la que se le suponía una edad provecta. Más atrás, las páginas de principios de siglo revelan una mayor escasez de este tipo de anuncios, pero también muestran maneras más líricas de ver las cosas: “Señora otoñal”, describía con delicadeza un anuncio publicado en el 2001.

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Al parecer, lo que ha conseguido la crisis es no solo multiplicar este tipo de oferta, sino empujar al alza la edad de las prostituidas. “Maika y María, 60 y 65 años, lésbico auténtico, buen precio” lleva meses apareciendo en la prensa, aunque esta semana contestaba el teléfono una chica que decía que tenía 28. “Hace mucho que Maika y María no están por aquí”, explicaba. “Catalana, 52 años, atractiva”. “Las maduras del Clot”. “Catalana, 48 años, muy morbosa”. “Catalana madura, mucha clase, lencería fina”. “Sara, 50 años, catalana, no profesional”. “Marta y Ana, 45 y 49 años”. Y así sucesivamente, hasta llegar a una cumbre: “Señora guapa, 76 años reales, apasionada y dulce”. “Reales” es una fórmula frecuente en los anuncios, pero suele seguir a las descripciones anatómicas precisas, como una coda que habla de la posibilidad de engaño: “120 de pecho reales”. Quiere decir que 76 años es un valor.

CON DISCRECIÓN

“Todo tipo de clientes –dice Kris–, desde el muy joven porque busca experiencias nuevas hasta los señores mayores que se sienten bien con una mujer de su edad. No sé si en el mundo de la prostitución hay más demanda de mujeres mayores, no lo sé. Yo no me he puesto a trabajar por la demanda que hay, sino porque tengo que hacerlo”. Organizaciones que trabajan con las prostitutas como Àmbit Dona no tienen constancia de este fenómeno porque su labor se centra en las mujeres que ejercen en la calle, y porque todo indica que la mujer mayor que se quedó sin nada y tiene que ejercer, ese nuevo oficio lo lleva a cabo en la discreción de su apartamento, donde nadie la ve. No es menester airearlo. Hay muchas cosas de esta crisis que producen vergüenza y que la gente prefiere no ventilar.