Pintar es cuestión de sangre

Anna Bogomolova, hija de dos pintores que se han ganado la vida en la Rambla, expone por primera vez a los 19 años en Casa Piera

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Hay cosas que se llevan en la sangre, y Anna Bogomolova, que tiene nombre ruso y nació en Moscú pero se crió en Barcelona, lleva en la sangre ser la hija de sus padres, dos pintores que llevan años trabajando en la Rambla, haciendo retratos de los turistas. Anna recuerda que de niña pasaba algunas tardes con ellos, mirando lo que hacían y de vez en cuando cogiendo el lápiz y dibujando también, ejerciendo, de alguna forma, lo de ser hija de sus padres. La niña se crió entre artistas, entre pintores, rodeada de óleos y de pinceles, y a nadie debió de resultarle extraño que en un momento dado se inclinara por hacer ella lo mismo. No tiene que ser pintora una hija de pintores de la Rambla, pero Anna lo fue. “Verlos hacer lo que hacían me inspiró mucho”, dice. Es falsa la idea de una casa manchada de pintura por todas partes, con pinceles rodando por la mesa del comedor, y en el baño, pero no es falsa la de una habitación de esa calaña, caóticamente de pintores. En esa habitación empezó a pintar Anna, muy joven.

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Hay cosas que se llevan en la sangre, y la hija de los pintores es ella misma ahora pintora, se le quedó metido eso, tanto retrato, tanto pincel. Pero no pintará en la Rambla, si puede evitarlo. “La vida del pintor de la calle es dura”, dicen a la vez ella y su madre, Antonina Bogomolova. “Me veo en otro ámbito”, dice la hija. Tiene 19 años y lleva al menos 15 pintando: dice que es lo que más ha hecho en la vida. “No soy de salir, no soy de tomar copas; donde más a gusto me he sentido siempre es en la clase de arte”. “Siempre ha sido de pocos amigos”, dice la madre. El fruto de haber pintado tanto con tan corta edad es una exposición, su primera muestra, que recoge el trabajo hecho durante el año que ha pasado estudiando en la Universidad de las Artes de Londres. Es un triunfo de Anna y es un triunfo de su madre Antonina y es un triunfo también de su padre, Andrei. Sus cuadros estarán exhibidos en la Casa Piera hasta el lunes.

EL DURO ARTE DE LA CALLE

Ha sido natural, pero no ha sido sencillo, toda vez que los padres han tenido con la pintura una relación agridulce: han querido su arte y lo han considerado eso, arte, pero también han visto cómo los demás lo menospreciaban. “Nosotros hemos trabajado en la calle por necesidad –dice la madre–, pero eso no quiere decir que no nos consideremos artistas. Por mucho que lo que hagas sean retratos de la gente que pasa, por mucho que estés al servicio de la persona que pasea por la Rambla, tú intentas plasmar en lo que haces tus inquietudes, tu mundo interior, el arte que llevas dentro. Pero la gente no suele valorar eso”. Se han curtido en la calle, y la calle es dura, y al principio, cuando se dieron cuenta de que su hija iba a seguir ese camino, no les pareció una buena idea; acaso la veían siguiendo sus pasos, pintando a la intemperie, padeciendo. “No, no les gustó mucho al principio”, dice Anna. “Lo único que queremos es que nuestra hija –dice la madre, señalando con la mano el segundo piso de la Casa Piera, donde cuelgan los cuadros de Anna – desarrolle su arte en este tipo de ambiente”.

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La cincuentena de cuadros expuestos en la galería componen una reflexión sobre la niñez y la pérdida de la inocencia que puede resultar perturbadora. “Perturbadora me gusta; 'creepy', que me lo han dicho algunos, no”. 'Creepy' no, insiste: espeluznante no. Pero perturbadora sí. “Siempre me ha interesado, el tema de los niños y su felicidad inocente, que desaparece lentamente”. Algunos de sus niños lloran lágrimas de colores que se desparraman desde unas cuencas vacías; otros niños se están deshaciendo, literalmente, en el cuadro. “Algunos de mis cuadros están basados en fotos post mortem de niños victorianos”, explica. Los prejuicios o el tópico querrían que la autora de semejantes cuadros, que la persona que lleva dentro niños llorando con las cuencas vacías tenga, quién sabe, un aire torturado, o bien un aire de sufrir por este mundo, o bien un aire de no encajar, pero Anna Bogomolova es en sí misma un desafío al tópico, porque su obra perturbadora la pinta desde un aspecto dulce, prácticamente angelical. Y, de todos modos, su intención no es perturbar: “Lo que quiero que le pase a la gente cuando vea esto es que regresen de alguna manera a su infancia, cuando todo era puro, cuando éramos inocentes”, dice, aplicándose el plural. La madre, a su lado, asiente. Su hija se ha vuelto artista.