DEGRADACIÓN EN PLENO EIXAMPLE

Barcelona no es París

El último puesto de libros de lance de la calle de Diputació es un hediondo cuchitril en ruinas

Abandono municipal. La última librería de la calle de Diputació, cerrada desde hace unos meses y totalmente destrozada.

Abandono municipal. La última librería de la calle de Diputació, cerrada desde hace unos meses y totalmente destrozada. / periodico

HELENA LÓPEZ / Barcelona

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Un reportaje publicado en este diario en 1992 con motivo de su 25º aniversario ya definía el estado de los emblemáticos puestos de libros de segunda mano de la calle de Diputació como «deplorable». Veintidós años después, ese mismo adjetivo encabeza el asunto del correo electrónico enviado a esta redacción por el lector Joan Soler Martí, quien denuncia la dejadez mostrada por la Administración dejando en medio de la calle el último de los pabellones Antoni Palau, cerrado hace unos meses y abandonado a su suerte. Medio derruido y desprendiendo un fuerte olor a orín. Olor del que ya hablaba Josep Maria Huertas en otro artículo publicado también en este diario y datado en agosto de 1994 -ahora se cumplen dos décadas-, cuando el ayuntamiento empezó el derribo de las casetas que antaño habían dado un aire parisino a la ciudad.

Los habituales del lugar -Diputació, entre Balmes y Enric Granados, acera mar- pasean sin inmutarse junto a lo que queda de la barraca que en su época de esplendor resguardó obras de Simone de Beauvoir y Virgina Woolf, y que en su última etapa sobrevivía de publicaciones eróticas del estilo Asian Fever y Hembras peligrosas. Está totalmente destrozada. Están habituados a la decadente escena, en pleno centro de la ciudad. Con las ventanas abiertas se ve el interior, lleno de botellas, latas, colchones viejos y una senyera que resiste en una de las paredes. Por fuera, sobre lo que queda de la roída madera verde, infinitas pintadas. Entre ellas, la ya célebre que imita la firma de Picasso, con la ce convertida en el símbolo de marca registrada, crítica a la ciudad marca, a la que no interesan mercados de libros de segunda mano como el ya difunto tras el edificio histórico de la Universitat de Barcelona.

Los restos del último de los puestos, que resistió abierto reconvertido a la venta de publicaciones porno hasta hace seis meses, son hoy por hoy nido de todo menos de literatura. Siguen entorpeciendo el paso de los viandantes en la calle, algo que se hace incomprensible dado que el municipio -su propietario- persigue su erradicación desde hace casi un cuarto de siglo.

A los que pasan por el lugar de forma puntual sí les sorprende encontrarse un puesto degradado y maloliente en una acera tan céntrica, en pleno Eixample. Algunos se hacen fotos con él -dónde no, en la era del selfie-, otros fruncen el ceño entre sorprendidos e indignados y se llevan la mano a la nariz de forma más o menos discreta.

En su día fueron una veintena de puestos los que se extendían desde Balmes hasta Aribau. Los restos del último, uno solo desde hace años, con el progresivo cierre del resto, llevan meses de absoluta decadencia. Cerrado y destruido desde que el último resistente bajó la persiana tras una larga agonía -y tras ser expedientado por el municipio por no ceñirse a los horarios marcados por su licencia, los del Instituto de Mercados, organismo del que depende su gestión. Una portavoz de este apuntaba ayer a este diario que no podían derribar la caseta hasta que rescataran la licencia, algo que acaba de suceder. «Durante este mes de julio el asunto quedará resuelto», zanjó.

Orígenes en la Rambla

Estos puestos nacieron en 1902 en la parte baja de la Rambla, frente a Santa Mònica. Permanecieron allí hasta que, en los años 60, la ampliación de la línea 3 del metro y su llegada a Drassanes obligó a levantarlos, momento que el municipio aprovechó para cambiar su ubicación. Optaron por moverlos a la parte trasera de la universidad, lugar que les resultó más noble, ya que en los últimos años a los pies de Colón ya mostraban «un aspecto bastante descuidado».