La ciudad de las almas puras
Las banderolas del ayuntamiento siempre muestran una Barcelona uniforme en las que todos somos buenos y pensamos igual
El otro día me topé con una de esas banderolas bonistas que el ayuntamiento de Barcelona lleva colgando desde que mandaban los socialistas. Ya saben, esos mensajes de buen rollo modelo “no haga usted demasiado ruido al vomitar, que los vecinos tienen derecho a dormir”. La que vi el otro día aseguraba que Barcelona es una ciudad que rechaza la violencia de género, como si las ciudades aceptaran o rechazaran nada. Serán sus habitantes, digo yo, los que acepten y rechacen, y en todas debemos convivir los que nunca le levantaríamos la mano a una mujer con los que tienen por costumbre zurrar a la parienta con cierta frecuencia y a los que hay crujir.
Barcelona rechaza la violencia de género. Barcelona rechaza la barbarie de las corridas de toros. Barcelona es solidaria con cualquier causa noble que suceda en algún sitio lejano. Barcelona quiere cerrar el CIE porque así no se trata a los seres humanos. Barcelona –si la CUP se hubiera salido este miércoles con la suya- habría declarado persona 'non grata' al Rey y a toda su parentela. Barcelona esto y Barcelona lo otro. Eso sí, a los barceloneses que les den. Sobre todo, a los que muestran extrañas aficiones que no encajan con la idea de ciudad que sus máximos responsables tienen en mente.
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ANTITAURINOS EN TWITTER
La reciente muerte del diestro Víctor Barrio en acto de servicio me ha hecho pensar en los amigos que se quedaron sin ir a los toros los domingos porque los animalistas y los nacionalistas se pusieron de acuerdo para aguarles la fiesta. Me preguntaba a qué se dedicaban aquellos histéricos que se congregaban a las puertas de la Monumental para arrojarse por encima cubos de sangre falsa y gritar “¡Asesinos!” a mis amigos, y todo parece indicar que se han refugiado en Twitter, la delegación del infierno en el ciberespacio, desde donde insultan sin tasa, como esa señora que le espetó a la viuda de Barrio que su marido era “un cobarde” y “un hijo de puta”. Desde Lleida, el inefable rapero Pablo Hasél -al que pudimos ver hace poco en un Telenoticies repartiendo sopapos entre los periodistas que pretendían cubrir la ocupación del rectorado de la universidad-, rebuznaba: “Si todas las corridas de toros acabaran como las de Víctor Barrio, más de uno iríamos a verlas”.
Hay un notable contingente de tarados inhumanos entre los animalistas. Deberían ver el documental de Werner Herzog 'Grizzly man', sobre un muchacho con problemas de relación que solo era feliz en compañía de los osos, a los que visitaba cada año en una zona boscosa de los Estados Unidos. En cierta ocasión, tras protagonizar una discusión en el aeropuerto cuando iba de regreso a casa, decidió volver con sus queridos plantígrados, arrastrando a su pobre novia. Lamentablemente, se había producido un cambio de turno y los nuevos osos, que no le conocían o carecían de la paciencia de los de antes, se los comieron a los dos. ¿No hay entre nuestros animalistas ningún voluntario para irse a dialogar con los toros de lidia en la dehesa de su elección?
EDUCACIÓN Y HUMANIDAD
Yo creo que, aunque a veces no lo parezca, el ser humano ocupa el peldaño más alto de la civilización. Así pues, podemos hacer lo que se nos antoje con los animales, salvo maltratarlos de forma gratuita. A los que nos caen simpáticos, como chuchos y mininos, los metemos en casa. A los que no hacen el menor esfuerzo por comunicarse –conejos, vacas y tal-, nos los comemos. Los que saben rugir o montar en bicicleta –leones, tigres y osos-, al circo con ellos. Y los cornúpetas atraídos por el color rojo, a la plaza. Evidentemente, los antitaurinos están en su derecho de pedir la abolición de la fiesta, pero con educación y humanidad. Ya está bien de llamar “hijo de puta” a alguien que ha entendido algo que a ellos se les escapa. Basta ya de tomar partido por un bicho frente a un ser humano.
No les voy a engañar: las corridas de toros me aburren, pero aprecio a los amigos que las disfrutan. Lo que no aprecio nada es al rapero de Lleida, a los animalistas inhumanos, las campañas bonistas del ayuntamiento y a los que se enganchan a un ser irracional, de cuatro o dos patas, para dar sentido a su vida.
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