La Barcelona antiglamur

Una ciudad se puede mirar de múltiples formas. También Barcelona. Su visión puede discurrir por una paleta de grises casi infinita. La que propone Joaquim Viñolas en sus fotos es de un gris casi negro, aunque las imágenes sean en color. La suya es una Barcelona nada glamurosa, una Barcelona tejida con paisajes sucios y viscerales y fotografiada en la exposición La suciedad del bienestar, que hoy inaugura (19.30 h) en La Casa Elizalde.

La Barcelona de Viñolas está a años luz de esa ciudad sofisticada y cosmopolita que venden políticos y publicistas, arquitectos y urbanistas. «Esa es la Barcelona de la élite, pero no es real», explica el fotógrafo. «Mi exploración fotográfica refleja el metabolismo urbano que late bajo una ciudad consumista como es Barcelona», razona Viñolas, que compara la ciudad con un ser vivo que, al final de su proceso, genera unos «outputs» en forma de residuos y contaminación. De suciedad en contraposición a la políticamente correcta sociedad del bienestar.

La muestra está integrada por una veintena de fotos realizadas en diferentes áreas de la ciudad, del Raval al Eixample, Montjuïc y Sants. Porque lo importante no es el lugar, sino la mirada. «No me interesan las arquitecturas deslumbrantes que pretenden modelar la ciudad para publicitarla -comenta Viñolas-, sino aquellas superficies sin pretensión alguna que inevitablemente terminan mostrando su decadencia ante el paso del tiempo».

SIN GUION / No son fotos hechas siguiendo un concepto predeterminado. «Hago fotos desde siempre, pero sin guion preestablecido. Hasta que un día me di cuenta de que detrás de muchas de ellas había una misma filosofía». Algo que no es extraño si se tiene en cuenta que Viñolas es arquitecto especializado en bioclimatismo y diseñador industrial experto en productos ecológicos.

Automóvil abandonado, Rincón de residuos, Rata energy. Son los elocuentes títulos de sus fotos. «Me interesa el caos del deambular urbano, los rincones vivos donde se acumulan el polvo y el olvido, los productos ya consumidos y abandonados -dice-.

Me fascinan esos paisajes a los que nadie hace caso aunque son los más reales y cotidianos. Y, sobre todo, la perturbadora belleza que desprenden aunque no lo pretendan».