a pie de calle

El bar de los desheredados

Interior del bar situado en el edificio de la calle de Avinyó, 34 en el Barri Gòtic, ayer.

Interior del bar situado en el edificio de la calle de Avinyó, 34 en el Barri Gòtic, ayer.

CATALINA GAYÀ

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El edificio de Avinyó 34 ha perdido las barbas verdes. Está desnudo y a la calle es como si le faltara algo, un rasgo que la definía sin ser evidente. Quien fotografiaba esa barba (y eran multitud) también inmortalizaba el bar de abajo, el que no tiene nombre, el que se llamaba Zipi y Zape hasta que el cartel desapareció y al que los parroquianos llaman Cal Manel. El martes conocí, en la plaza de Sant Miquel, a dos de las tres hermanas Sirvent, las hijas de Manel. La hija de Sandra jugaba con una botella de plástico a fútbol. No era por la prohibición de jugar con pelotas.

No sabía de esa prohibición: sabía de lateros porque se ha enfrentado a ellos y estos la han amenazado en su propio bar; sabía del reguero de vecinos que se está yendo del barrio Gòtic; sabía de los comercios que están cerrando. «El bar que abrieron mis padres es el de los desheredados».

El miércoles, me encontré con las tres hermanas en el bar. Eran las siete y la música de la tienda de enfrente se colaba en una charla en la que intervenía la parroquia, los citados desheredados.

La situación es esta: el ventilador refresca, cuelgan platos y llaveros que la clientela ha ido enviado en los últimos 26 años, cuando Manel Laura se pusieron tras la barra. Hay platos que han llegado de Australia. La luz es mortecina, nada de luz de gas. Hay banderas, baldosas y bufandas del Barça. El bar no es peña; es la Asociación Barcelonista Mamá Inés y agrupa a arquitectos chilenos, artistas argentinos, profesores catalanes, pintores turcos… La suma de ese crisol de 100 identidades que un día fue el Gòtic, cuando escritores y artistas se establecían en el barrio por barato y por bohemio.

Lo que me explicaron las tres también lo piensa el señor que había entrado con el paquete de Ducados y una cesta de la compra y la mujer que estaba sentada en la barra. El Gòtic es «un parque temático». «No se valora a los vecinos, que somos los que hemos hecho Barcelona. Ahora nos tratan como de segunda división», decía Noemí. Entiendan que no era un alegato en contra de lo nuevo ni en contra del turismo, lo aclaraba Noemí varias veces. Es una reivindicación de que «en la Barcelona de hoy debería caber lo de toda la vida y lo nuevo», decía. Pero lo viejo está bajando la persiana -jugueterías, bares, librerías- y lo nuevo, «de fuera y con etiqueta de emprendedor, es la apuesta del ayuntamiento».

Nacieron cuando Manel, que era músico, invitaba a Manu Chao y a Ketama y se jugaba al dominó. Ahora, decía Sandra, ni se puede cantar ni se puede exhibir el precio de la bebida, aunque «en inglés esté por todos lados», apuntaba Arianna. Oscurecía, un latero se había apostado a unos metros. Desde la calle, los vecinos decían «adéu» a las hermanas.