Baños que visitar en Barcelona sin la vejiga llena

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ANA SÁNCHEZ / BARCELONA

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Hace años que dejó de ser ese rincón inevitable al que se podía ir discretamente sin preguntar: el baño estaba siempre al fondo a la derecha. Ahora hay retretes tan sofisticados que no te enteras de que has llegado hasta que alguien tira de la cadena. Hay servicios donde uno se sienta en el trono con más tensión que en el de ‘Mujeres y hombres y viceversa’. En algunos –que tome nota el señor Roca, por favor– no estaría de más una ‘masterclass’ para no sentir que practicas un ritual indígena cada vez que intentas lavarte las manos.

Es extraño que una ciudad que vende ‘caganers’ como suvenirs aún no tenga una ruta turística donde cagarse a gusto en cualquier caso de corrupción. Òscar Broc –autor de la única guía escatológica no oficial, ‘Barcelona és una merda’- definió la ciudad en su día como “la Gotham City de los cagadores”. Del medio centenar de baños que descubrió en su libro, hace cuatro años, apenas tres no parecen “parajes posnucleares”,  “la rulot de Ángel Cristo” o haber sido decorados “en una convención de Critters adictos al estramonio”, describió él mismo. Encontró, eso sí, “el lavabo perfecto” de Barcelona: “El Valhalla de los urinarios”. Sigue siendo el baño donde se pueden encontrar más guiris en posición selfi que en cuclillas: el del Boca Grande (Passatge de la Concepció, 12). ¡Hasta ha tenido DJ!

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Pero –ay– los baños barceloneses han pasado a la era ‘hipster’. Lo mismo te encuentras en el lavabo un mando que parece arrancado del Halcón Milenario que una fábrica de cerveza. Aquí van unos cuantos que merecen una visita sin la vejiga llena.

Un baño donde mearse de risa: restaurante Lando (passatge de Pere Calders, 6). Una entra en el lavabo, se baja los pantalones y escucha una voz de hombre: “Diu: ‘Mamá, mamá, papá se quiere tirar por la ventana”. Aprietas el esfínter para escuchar mejor. La voz continúa: “Dile a tu padre que no sea imbécil, que le he puesto cuernos no alas”. Suenan risas enlatadas, así que aprovechas para mearte literalmente de risa. “Saben aquel que diu…”, el hilo musical continúa. ¡Pero si es Eugenio! “Un tío que va a confesarse y dice… –te resistes a tirar de la cadena–. …dice: ‘Oiga, padre, ¿usted es el que aparta a las mujeres del mal? –sigues de pie con la mano en la cisterna–. Diu: ‘Sí, hijo, sí’. ‘Pues apárteme dos para el sábado, por favor”. Ahora sí: suenan las cisternas de los tres baños del local a la vez.

La idea se le ocurrió a una de las socias: Vanesa Virumbrales. Más de un niño, cuenta, ha salido gritando: “¡Hay un señor en el baño!”.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"hasta una \"ducha de confort\"\u00a0","text":"Los retretes\u00a0del Agust son japoneses. Los\u00a0botones\u00a0del v\u00e1ter incluyen\u00a0hasta una \"ducha de confort\"\u00a0"}}Un baño donde seguramente la cagues: Agust Gastrobar (Parlament, 54). Junto al retrete, hay un mando con el que se te queda la misma cara que al leer las instrucciones para montar un mueble del Ikea. Es un baño japonés. Así que una se sienta sin bajar la guardia y hace lo que haría cualquier persona con afán de explorador: apretar todos los botones a la vez. Cuando menos te lo esperas, sale un chorrito a traición que te hace sonrojar. Como se prolongue mucho, piensas, le darás al retrete tu teléfono. Se puede controlar la temperatura del asiento, la presión del agua, incluso tiene “ducha de confort” (eso pone en el manual de instrucciones).

Un baño que te cagas: Fábrica Moritz (Ronda de Sant Antoni, 39). Hay que seguir los cartelitos de WC hasta el sótano. Poco antes de llegar, uno se topa con toda una fábrica de cerveza acristalada. Los carteles señalan al fondo de un oscuro pasillo que podría pasar por la cueva de Batman. En realidad, solía ser una sala de fermentación del XIX. Tras la visita al baño, una vez cagado de miedo, siga hasta el final del pasillo: está el jardín vertical más alto de Barcelona.

Un baño transgénero: Mextizo (calle Diputació, 239). En vez de las dos puertas clásicas, aquí hay tres: una con una mirilla tras la que se intuyen los ojos de un chico; en otra, los de una chica, y tras la tercera, los de una pantera. “Por el punto ambiguo masculino-femenino”, justifica su ideólogo, Juli Capella. “Es una broma”, añade. La idea de fondo: “Dejar un lavabo libre: ni hombre ni mujer”. Para ese género fluido que ya se asume entre los ‘millennials’ con la naturalidad con la que ahora se atrapan pokémons por la calle. Todo un alivio: ya hay demasiados baños ante los que hay que tomar una postura, a veces casi literal: en el Celler Cal Marino (Margarit, 54), por ejemplo, un baño tiene un 6 y el otro, un 9.