El 'peep show' del capitán Nemo

El espectáculo de sexo, muerte y canibalismo de las sepias del Aquàrium, visto desde las bambalinas

José Costa atraca junto al muelle del Aquàrium tras una jornada de captura de sepias.

José Costa atraca junto al muelle del Aquàrium tras una jornada de captura de sepias.

Carles Cols

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Alegría, es mayo, así que es tiempo de fornicación en el Aquàrium de Barcelona, pero no de cualquier especie, porque el apareamiento de un par de merluzas, por poner un caso, seguramente es la antítesis de la lujuria, sino de las sepias, las chicas listas del mar, tanto que hasta hay una bióloga canadiense, Jennifer Mather, que está convencida de que se comunican entre ellas a través de un lenguaje corporal muy elaborado y que algún día los humanos dialogarán con ellas. Eso dice. Vuelve, como cada mayo, la orgía invertebrada. El lector más fiel podrá decir que esta no es la primera vez que ese espectáculo de sexo, muerte y canibalismo de las sepias del Aquàrium es tratado en estas páginas. Cierto. Pero esto no es un reestreno. Esto va de las bambalinas, de qué se mueve en los bajos fondos (marinos, claro está) para que un centenar de inocentes sepias (mitad machos, mitad hembras, aproximadamente) se presten a que los últimos instantes de su vida sean en un peep show.

Solo por situar a los lectores infieles, el espectáculo de las sepias consiste en admirar lo que sin publico habitualmente ocurre en el mar, que las sepias se lanzan a la cópula sin freno, hasta 30 veces en un día, y no con una misma pareja, sino llevando el swinging a límites inhumanos. Los machos más fornidos se gana los favores de las hembras, pero, después, extenuados por el trajín, mueren y son devorados por otros aspirantes al coito, que así reponen fuerzas y se suman a la fiesta. Ni en el más célebre de los prostíbulos de Barcelona, Madame Petit, donde por haber había hasta un carnero amaestrado, se llegó nunca tan lejos.

Para que año tras año esto sea posible allí, en el Port Vell, es imprescindible el concurso de José Costa, el alcahuete de los mares, el pescador al que cada año el Aquàrium le encarga que le provea de sepias. Hay que reconocerle una modestia y sinceridad dignas de encomio. Qué bien quedaría que adornara la captura de las sepias con unas frases entresacadas de El viejo y el mar, de esos tres días de lucha entre un pescador y un pez espada que Ernest Hemingway noveló en 1951. Pero no. Resulta que las sepias, instintivamente escurridizas, cuando escuchan la llamada de la selva (de posidonia, para ser más exactos), bajan la guardia y casi es posible capturarlas con las manos. «Son muy dóciles, andan como atontadas, las puedes recoger sin esfuerzo con una pequeña red».

Vale, de acuerdo, la pesca de sepias vivas no le convierte a uno en el capitán Nemo en feroz lucha contra el kraken. Pero queda lo que viene después, separar machos de hembras para que el desenfreno no dé comienzo antes de que se levante el telón, y esa tarea tiene su intríngulis. Toni Plaça, miembro del equipo del Aquàrium, dirige la operación sexado. «Ve, esas son hembras. Y allí en el otro tanque están los machos». ¿Y cuál es la diferencia? El secreto está en observar los tentáculos exteriores. «Los del macho son rayados». Parece simple, sin embargo entonces llega el pero, porque en estos casos siempre hay un pero.

Landismo subacuático

Como es sabido, una de las facultades más sorprendentes de las sepias es su enorme capacidad para cambiar de color. Sin ir más lejos, para la coyunda se visten con un hermoso conjunto atigrado, y en el fondo marino si conviene se mimetizan con la arena. Algunos biólogos calculan que el fondo de armario de las sepias es de unos 300 modelitos. Entre ellos, algunos para practicar el travestismo. «De vez en cuando, algún macho cambia la coloración, simula ser una hembra y termina en el tanque equivocado». Puro landismo. Desde que en 1970 se estrenó No desearás al vecino del quinto no se había visto nada igual en Barcelona. Cuando eso sucede, vienen las prisas. Hay que meter rápido las manos en el tanque y cazar al Alfredo Landa de turno, porque lo que suele delatarle es que ha puesto en marcha los preliminares del apareamiento, una tarea a la que dedica nada menos que una hora.

Total, que la sicalíptica temporada de sepias del Aquàrium ya está en marcha. Merece la pena no perdérsela, aunque sea porque, ¡ay, ay, ay!, no puede colgar el cartel de que ningún animal ha sufrido daños en el escenario, ya que quién sabe si el día menos pensado, después de que en Barcelona se haya prohibido la venta de periquitos en la Rambla, los sacrificios en la perrera, la cocción de un bogavante en un teatro, los toros y la exhibición de bonobos en el zoo por parecer demasiado humanos, venga ahora otro grupo de abrazaárboles y pretenda salvar de una falsa depravación a este excepcional animal que hace millones de años se desprendió de la concha para ser libre..., qué caray, más aún, para practicar el amor libre.