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El 'correfoc' de la Mercè vuelve a encender la jornada de clausura imponiéndose voluntariosamente a la lluvia

Correfoc

Correfoc / periodico

MIQUI OTERO / BARCELONA

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Justo antes del cielo azafranado, el humo púrpura, las centellas de titanio, los paraguas de chispas y las lenguas de fuego, en un lugar bautizado no sin acierto La Porta de l'Infern, donde los dragones aguardan para bufar y los tambores suenan como estampidas de caballos y los diablos arden en deseos de que todo empiece, uno siente lo mismo que el reportero Michael Herr escribió en sus 'Despachos de guerra' durante su corresponsalía en Vietnam: "Lo único que puedes hacer es mirar alrededor a los demás que van a tu lado y ver si están tan asustados como tú. Si parece que no, piensas que deben estar locos; sí que sí, te sientes muchísimo peor".

Solo que no es locura, sino pasión por esta cabalgata incandescente, lo que guía a muchos 'diables'. También experiencia. A algunos, desde que en 1979 se inaugurara la tradición de hacer desfilar en un pasacalles a todas las 'colles' de la ciudad. "Yo soy 'diable' desde antes de que existiera el 'correfoc'", comenta Jordi Gras, del Clot.

En breve el 'correfoc' debería salir de la plaza de Antonio Maura para recorrer la Vía Laietana hasta la plaza de Antonio López, pero durante toda la tarde se ha debatido si el agua vencería al fuego. Duelo épico: solo un elemento cosmogónico puede achantar al otro. O, mucho mejor expresado en términos superheroicos: no sé quién ganará este duelo entre Tormenta y la Antorcha Humana.

En la plaza de salida, la Porta de l'Infern ofrece un bochinche interesante. No se ve tan a menudo en vivo y en directo a los políticos pactar con los diablos. O, al menos, saludar a uno, como aquí es tradición desde que la instaurara Joan Clos, padre de 'diables', y como esta vez hace bajo la lluvia Jaume Collboni, concejal de Cultura. Entre chubasco y chubasquero, uno se refugia bajo la bestia de su barrio (la Porca de Sant Antoni) para ver cómo la 'colla' de la Barceloneta arma batucadas: las 'espardenyes' de algún valiente comparten charcos con las chancletas de los guiris que se asoman a los pubs, mientras Joan Manel Camps, del Departamento de Fiestas y Tradiciones, mira el cielo: "Solo se ha suspendido una vez, cuando era alcalde Maragall". 

SIMPATÍA POR EL FUEGO

Algunos parecen buscar entre tantos dragones de fibra de vidrio, ahora melancólicos, a Daenerys, la dueña de los dragones de 'Juego de tronos', la Mercè rubia de Rocadragón, para pedirle que interceda.

Hasta que una primera chispa cicatriza solo un momento en la cara del cantante Pharrell, cuya efigie en un cartel gigante de fachada ha asistido sin inmutarse a tanto nerviosismo. Y la Porta de l'Infern deja de ser una estructura de cartón piedra para encenderse y hacer honor a su nombre. Y estallan las palmeras de fuegos artificiales en el cielo. Y los 'ceptrots' prenden sus tridentes. Y ya desfilan, al fin, nombres mitológicos y de barrio (suele ser lo mismo), bestias y aspirantes luciferinos; de Hydras Trinitat a Maléfica del Coll o Pork Clot, todos se abren paso entre barceloneses y japoneses con gafas de sol por una calle, gracias a la lluvia, más despejada que otros años.

Dicen que, preguntado por qué cuadros se llevaría si se incendiara un museo, Cocteau respondió: el fuego. Aun abierta al mar y en día de lluvia, Barcelona, y especialmente la Vía Laietana que enterró a Durruti, también prefiere el fuego.