OTRA FORMA DE EXPULSIÓN DEL VECINDARIO

Adiós, Raval, adiós

Margarita nació en la calle del Marquès de Barberà, que deberá abandonar el año próximo tras la muerte de su madre, titular del contrato de renta antigua

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Margarita es una de esas vecinas del Raval "de toda la vida". De las que lo cuenta con orgullo allá dónde va y hace pedagogía del barrio, aquella pedagogía que en el 2017 aún es necesaria. "Cuando era pequeña, para ir al colegio de las monjas, que estaba en Drassanes, pasábamos con mi hermana por la calle de Sant Ramon y las prostitutas siempre nos defendían si algún hombre nos decía algo. No me podía sentir más segura", explica Margarita, nacida en la calle del Marquès de Barberà, entre la Rambla y la Rambla del Raval, mucho antes de que esta segunda existiera, obviamente; donde aún vive. "Se me parte el alma cada vez que pienso que tendré que marcharme. Que ha empezado la cuenta atrás", cuenta esta jubilada de 63 años, cuyo contrato de alquiler expira en noviembre del año próximo.

Su madre, la titular del contrato de renta antigua, falleció en noviembre del año pasado. Pagaban algo más de 200 euros por un piso grande -no sabe de cuántos metros exactamente-, con una preciosa terraza que encendería chiribitas en los ojos de cualquier inversor. Tras el fallecimiento, Margarita lo comunicó al propietario, consciente de que el contrato iba a su nombre y debía cambiarse. "Quería hacer las cosas bien y sabía que pagábamos poco y que me tenían que actualizar el alquiler, pero la respuesta que recibí fue que, tras los dos años de subrogación que recoge la ley, la relación arrendaticia quedaría extinguida", lamenta.

Sabe que la suya, como tantas otras, es una batalla perdida, pero no quiere callarse. "No puede ser que nos echen de nuestros barrios -reflexiona- y los vendan al mejor postor".