Adiós a El Ingenio, la tienda encantada

La propietaria no ha encontrado a un buen gestor y mejor artesano a quien traspasarla

barceloneando tienda el ingenio

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Carles Cols

Carles Cols

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Durante un tiempo fue común que los relojes de artesanía lucieran una advertencia en latín, 'mors certa, sed hora incerta', y no era por ganas de amargar. Eso de que la muerte llegará, pero que no se sabe cuándo, no era por dar yuyu cada vez que se miraban las agujas, sino que era una invitación en toda regla a disfrutar la vida. Es con este ánimo que comienza esta excursión al número 6 de la calle de Rauric, sede desde 1838 de El Ingenio, una tienda única en su género, que se sabe que apura sus últimos días desde que los barceloneses descubrieron que uno de los precios a pagar por ser el acabose en esto del turismo internacional era la defunción de decenas de establecimientos icónicos

Algunos desaparecieron ya por culpa de alquileres inasumibles. Otros, porque pasó su hora. Lo de El Ingenio es más inusual. Ahora que ha terminado el carnaval, bajará definitivamente la persiana porque su dueña, Rosa Cardona, la mujer que todo nieto querría por abuela, no ha encontrado a quien traspasar con garantías el negocio. No solo buscaba un buen gestor, que de eso sí que hay, sino a alguien que además tuviera buenas manos artesanas en la confección de cabezudos de papel maché. Alguien que reuniera esas dos aptitudes, no lo ha hallado.

PRONTO

No hay día decidido aún para poner fin a la larga vida de El Ingenio, 'mors certa, sed hora incerta', pero los carteles de liquidación de existencias y algunos huecos en las centenarias estanterías del local invitan a pensar que las luces se apagarán, ahora, sí, muy pronto. Lo que toca, pues, es disfrutar de una penúltima visita a esta cautivadora tienda, de la que se suele destacar su larga vida (178 años son muchos) y se ignora (es solo una teoría, improvisada aquí con intrepidez desmesurada) que está viva, como una casa encantada, sí, como un poltergeist del Gòtic, pero de buen rollo. Una afirmación tan insensata hay que sustentarla, y a las pruebas vamos. 

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El Ingenio fue fundada en 1838 como centro de producción de cabezudos y gigantes por Benet Escaler, miembro de una saga de artistas de la que se recuerda sobre todo a su hijo Lambert, porque fue el que años después provisionó a los arquitectos del modernismo de todos esos bustos femeninos esculpidos que emergían como apariciones del más allá de los tabiques de sus obras. Hasta aquí, nada extraño. El caso es que a mediados de los años 20, los Escaler se vieron en la necesidad de desprenderse de la tienda. La adquirió el abuelo de Rosa CardonaDelfí Homs, que tenía un pequeño negocio de imaginería católica cerca de la Catedral, pero que buscaba un nuevo local. Se fue con sus santos al número 6 de la calle de Rauric y los puso en el escaparate. Será que al espíritu que habita en El Ingenio no le gustó el reenfoque comercial, porque Homs, de un día para otro, cambio de idea. “Metió los santos en el almacén y puso los demonios de nuevo en el escaparate”. Así lo cuenta Rosa.

FUERZA HIPNÓTICA

Que esa acumulación de testas descomunales y de decenas de chirimbolos de difícil clasificación (artefactos de magia, material de circo, artículos de broma, alas de ángel, alas de demonio, zapatos y narices de payaso... ) tienen una fuerza hipnótica y cautivadora es algo que se siente nada mas traspasar la puerta. Le ocurrió Salvador Dalí, cliente fiel, a Joan Brossa, que obsequió a la tienda con un par de sus circenses letras gimnastas (para entrar, hay que pasar bajo ellas en pleno ejercicio de trapecio), a la troupe de Comediants y, sobre todo, a Josep Cardona Torres, el padre de Rosa, personaje que suele quedar injustamente en segundo plano y que tiene su qué. 

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Era payés en Sant Antoni de Eivissa cuando se casó con la hija de Delfí Homs. El embrujo que el contenido de El Ingenio produjo en él parece que fue mayúsculo. Aprendió el oficio y, en cierto modo, es el responsable de que el establecimiento sea una visita obligada de la ciudad según destacan las más más influyentes guías turísticas de la ciudad, a la altura, puestos a buscar una comparación excéntrica como pocas, a la neoyorquina Maxilla and Mandible, que hasta su también lamentable cierre era el mejor lugar del mundo donde comprar, entre fósiles de especies extintas, un cráneo humano y otras rarezas. A la derecha, según se entraba, había un cesto con falanges de dedos a menos de un dólar. Hundir la mano en ella cuando el dependiente no miraba proporcionaba una revitalizante angustia.

INOLVIDABLE

La cuestión es que con el inminente deceso de El Ingenio no desaparecerá solo una tienda de esas pomposamente calificadas como emblemáticas, definidas así por su carpintería interior o por su centenaria tradición y de las que solo queda, en una veintena larga de casos, una tristona lápida en el suelo, sino un negocio único e irrepetible.

'Memento finis', dice otro proverbio en latín. Acuérdate de mí. Así será.