Conflicto de convivencia en un punto negro de Ciutat Vella

Los nuevos vecinos denuncian el fracaso del plan de la Illa Robador

HELENA LÓPEZ / Barcelona

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«No los puedes vender, no los puedes alquilar, no los puedes dejar vacíos y no puedes vivir en ellos», resume con resignación Santiago, uno de los vecinos de las 111 viviendas de protección oficial que conforman la Illa Robador, una de las grandes apuestas municipales para limpiar el rostro del Raval más degradado; operación que los habitantes de la manzana en cuestión juzgan de fracaso estrepitoso. «Nos colocaron aquí pararenovarel barrio y después no nos han ayudado en nada. Lo que no se puede hacer es levantar pisos nuevos y después desentenderse y no asegurar unas mínimas normas de convivencia», prosigue Miguel, otro de los vecinos de la manzana de la discordia, quien no logra comprender por qué en la calle de Robador se permiten conductas que serían totalmente inadmisibles en cualquier otro lugar de la ciudad.

La prostitución, la violencia callejera, el tráfico (y consumo) de drogas y el incivismo expresado en su forma más salvaje son los principales problemas con los que conviven a diario -y prácticamente a todas horas- los habitantes de la Illa Robador, muchos de ellos parejas jóvenes. «Cuando me tocó el piso hace tres años me llevé una alegría enorme. Era mi oportunidad para independizarme y, como todos, me creí la historia de que el barrio iba a cambiar con el hotel de cuatro estrellas en la Rambla del Raval y con un Caprabo. Ahora me deprimo al pensar que me quedan 12 años más aquí [a los 15 años de la compra se pueden iniciar los trámites para liberalizar el piso, y así poder venderlo]», afirma Carme, vecina de 31 años que vive sola y señala ya no puede dormir si no es con tapones. «Las peleas de las prostitutas por las noches son constantes y diarias. Y, lo más triste de todo, es que nos estamos deshumanizando. Al principio, cuando nos despertábamos por una pelea, nos desvelábamos y sufríamos por si la chica estaría bien. Ahora ya no. Solo deseamos que se callen de una vez y que nos dejen descansar», prosigue entristecida.

PROCESO DE DESHUMANIZACIÓN / Francisco, también vecino de Santiago, Miguel y Carme --ninguno de estos son sus nombres reales, pero tienen miedo de aparecer en la prensa con su verdadera identidad-- apunta el fenómeno de la progresiva insensibilización experimentada por los vecinos. «Sí que hay una cierta empatía hacia las prostitutas. Un día un chulo le tiró ácido a la cara a una chica y fueron los vecinos los que bajaron a socorrerla. ¡Pero es que la situación es extrema! El otro día me encontré a una mujer en el portal completamente desnuda, siendo arrastrada por un hombre que decía ser su marido. Cada día pasa algo nuevo y un episodio supera al anterior, hasta que al final te acostumbras», relata con serenidad.

Y, a ojos de estos ciudadanos, la situación ha ido «de mal en peor». «Lo único que ha mejorado es el parque infantil de aquí atrás [el de la plaza de Salvador Seguí], que antes era de tierra y amanecía cada mañana lleno de jeringuillas. Pedimos al ayuntamiento que hiciera algo y, por una vez, nos hicieron caso. Han quitado el arenal y ahora como mínimo es más fácil recogerlas», cuentan.

'CAMAS CALIENTES' / Eso sí, el parque sigue siendo un punto habitual de habitantes depisos patera. «El sistema decamas calientesque rige muchos pisos de esta zona hace que muchas personas pasen muchísimas horas tiradas en la calle, y este parque es un punto de reunión fijo. Claro, saben que aquí pueden estar sin que nadie les diga nada», recrimina Miguel, quien insiste en que, pese a que ahora durante el día sí hay policía de forma permanente -«de diez de la mañana a ocho de la tarde», según los vecinos-, se trata de «simple presencia». «Están ahí, cierto, pero simplemente están. Conviven perfectamente junto a las prostitutas, los camellos y los clientes de ambos. Basta con pasear por aquí para darse cuenta», explica.

ÓPTICA FEMENINA / «Hay situaciones imperceptibles para un hombre, pero que para una mujer son muy duras. Aquí a todas más de un cliente de estas señoras nos ha dicho alguna vez, 'Va, ven, sube conmigo'», denuncia Irene, quien asegura que antes de salir de casa ya pone «la cara de perro». «Pienso, a ver con qué me voy a encontrar hoy. Como mínimo, sé que con 30 o 40 prostitutas, además de los puteros y los mirones», describe. «Y mejor no hablar de las bolsas de basura por el suelo a cualquier hora. En el barrio todos hemos visto a gente salir de la puerta de su casa y tirar la bolsa de basura al aire, a ver dónde cae», prosigue riendo «por no llorar».

Para no cerrar el encuentro vecinal con tan mal sabor de boca, Norma -otra de las residentes, cuyo nombre real tampoco es ese-, apunta algo positivo: «La situación tan extrema que vivimos ha creado tejido vecinal; ha hecho que nos reunamos y nos conozcamos, algo que quizá en otra circunstancia no habría ocurrido jamás».