AUGE DE LA PINTURA CALLEJERA EN GRÀCIA
La amnistía del grafitero
Llevan entre 15 y 20 años corriendo ante la policía en estaciones de metro, vías de tren y naves industriales. Han debido hacer frente a multas, trabajos sociales e, incluso, arrestos domiciliarios por sus pinturas callejeras. Pero ayer, solo por un día, lograron una amnistía y el ayuntamiento les concedió una autorización para pintar con graffiti las persianas de los comercios próximos al mercado de la Llibertat, en Gràcia, una iniciativa que también cuenta con la aprobación de los comerciantes.
Rondando los 30 años, unos 30 participantes se inscribieron en el plan Enrotlla't, ideado por el arquitecto Jordi Llobell, que quiso reunir a veteranos del graffiti callejero para dar color a las persianas de la zona. «No fue fácil. Tardé más de un año en recibir una autorización verbal del distrito. Al principio me dijeron que no era posible, pero logré convencer a los comerciantes y finalmente el ayuntamiento aceptó», explica Llobell.
Los jóvenes aprovecharon el domingo para mostrar su trabajo a los vecinos, hacer contactos con comerciantes dispuestos a pagar por trabajos más elaborados y pintar sin temores. «Solo gano algo que nos ha quitado el ayuntamiento: pintar un domingo tranquilamente sin ser perseguidos por la policía», cuenta Poke, de 37 años, que ayer dibujaba huevos y alas en una pollería.
La iniciativa para limpiar las persianas manchadas con firmas y graffiti rápidos tiene precedentes. Dos actividades con el nombre de Persianes Lliures se celebraron la primavera pasada en el barrio del Guinardó y en Castelldefels. Otros intentos similares en el Raval no han tenido éxito por los temores del distrito de Ciutat Vella a que la práctica, prohibida por la ordenanza cívica desde el 2006, se extienda sin control.
Reunión de históricos
La cita también sirvió para que los grafiteros pioneros del barrio, que hicieron enormes murales en los años 80 como el conocido Safari spray en la calle de Torrent de l'Olla, se hayan reencontrado. Ahora muchos se dedican a la pintura o al diseño. «Es difícil vivir de persianas. Hay mucha competencia. Debemos ser unos 500 grafiteros profesionales en Barcelona. He tenido que compatibilizar el graffiti con un trabajo en la construcción», dice Bre, que creó junto con su compañero Soem un monstruo en una tienda de estética.
La mayoría se resiste a hacer públicos sus verdaderos nombres y algunos temen que su obra sea reconocida y que el ayuntamiento termine reclamando el pago de lo que ha costado limpiar sus graffiti. «Ya no pinto en el metro porque si me ponen una multa por todo lo que he hecho me tendría que ir del país», dice un participante que cumplió prisión domiciliaria dos fines de semana por pintar graffiti.
Los creadores no estaban seguros de si sus obras agradarían a los comerciantes, que se encontrarán hoy con una decoración sorpresa. «No lo hacemos pensando en ellos. Improvisamos sobre la marcha», dijo una grafitera que pintaba el famoso Chollo del programa 1,2,3 de la década de los 80. ¿Pero qué debe hacer un comerciante si queda decepcionado con la obra? «Que me pague y le hago lo que quiera», remata otro participante.
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