La convivencia en la calle

Un miedo incómodo

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Todos los problemas crean angustia. Todo lo que no se puede controlar genera dudas y, en el peor de los casos, rechazo. La presencia de indigentes o nómadas provoca inseguridad por cuanto uno no sabe cómo puede reaccionar un desconocido que a diario se instala en el banco o la plaza en frente del portal de casa. «Hay que ser sinceros, lo primero es pensar que esa persona puede ser peligrosa, sin pararse a reflexionar en las razones que le han llevado a vivir entre cartones», apunta Maria Josep, vecina de la plaza de Urquinaona. Ese dar un paso atrás o acelerar el ritmo ante un vagabundo es un gesto tan involuntario como comprensible, «pero no por ello no deja de ser una reacción un poco injusta», sentencia.

Del otro lado están los que se centran en lo local, en las consecuencias negativas y cercanas de esa presencia de complicado arreglo. Para muestra, basta con consultar los comentarios que los lectores de EL PERIÓDICO hicieron llegar ayer a la redacción digital del diario. Mar Rodríguez denuncia la presencia de «mendigos indigentes» en el cruce de Aragó con Independència. Se queja de la suciedad y del aumento de robos que relaciona con la presencia de este colectivo. Su inquietud ha llegado a tal cenit que ha decidido vender su piso y buscar hogar fuera de Barcelona. «Tenemos hijos pequeños y no queremos que se críen en este ambiente. Este barrio no es lo que era», se lamenta.

El pensamiento más votado en la web es el siguiente: «Mientras en Francia no se andan con tonterías y hacen lo que tienen que hacer, pasando de lo que digan los progres, aquí nos hemos convertido en una oenegé». Otros critican duramente a la policía «por no hacer nada de nada», hay quien llama a las personas sin hogar «parásitos sociales» e incluso alguno pide «deportarlos al palacio de la Zarzuela, llevarlos luego a la isla de Perejil y regalar después la roca a Marruecos».

Entre los escasos mensajes que intentan llegar a la raíz del problema, Daniel recuerda que quedarse en la calle y sin nada «es algo que le puede pasar a cualquiera» y pide un poco de reflexión para darse cuenta de que problema «es en parte culpa de todos, de un sistema económico obsoleto, de unos políticos corruptos y de que toda la sociedad nos hemos convertido en unos esnobs egoístas».

Cosas que no gustan

En la plaza frente al Macba, una patrulla de la Guardia Urbana convierte a los patinadores en estatuas ocasionales. Ni rastro de indigentes. Miquel, estudiante de Historia, pasa a diario por la zona y quita hierro al asunto. «A nadie le gusta que se le meen debajo de casa o que dos personas se pongan a discutir después de beberse un litro de vino, pero todo eso son cosas que muchos hacemos cuando salimos de fiesta y no por ello se nos trata como criminales», resume. Desde la web, Daniel responde que la lástima que pueda dar la situación de estas personas «no justifica la degradación absoluta de la ciudad» e invita a buscar «soluciones que no conviertan nuestras calles en lugares inseguros, sucios y peligrosos». «¿O por pena alguien se los llevaría a casa?», reflexiona.

Uno de las quejas más habituales es la presencia de indigentes en zonas en las que suele haber niños. «Nos sentimos intimidados al ir al parque», apunta Montse, vecina de la Meridiana. Una de las palabras que más se repite entre los vecinos es permisividad. También se lleva adaptar un reciente y conocido mensaje municipal: «A Barcelona tot hi cap i tot s'hi val».