LA MIRADA // MANUEL LUCAS

Artículo de Manel Lucas: 'Estatua en un trastero'

El 'dictador' de 'Polonia' visita el depósito que alberga la efigie ecuestre del general

L'autor de la crònica, de paisà, en la seva visita al magatzem on s'ha traslladat l'estàtua.

L'autor de la crònica, de paisà, en la seva visita al magatzem on s'ha traslladat l'estàtua.

Manel Lucas

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El almacén de estatuas que aparece enPolòniaes unluxury resortcon spa e hidromasaje comparado con el trastero en el que se hacinan restos variopintos de monumentos de Barcelona de todos los tiempos y, entre ellos, desde el 31 de marzo, la efigie ecuestre de Franco.

Para ver la estatua del dictador hay que entrar en un párking donde se acumulan sobre todo vehículos de Parcs i Jardins del Ayuntamiento de Barcelona, una de las áreas que controla Iniciativa per Catalunya. El garaje está en Nou Barris.

En ese mismo distrito, uno de los mayores de la ciudad, tienen calle o plaza Karl Marx, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Víctor Jara, Antonio Machado, incluso Miguel de Unamuno, el de "venceréis pero no convenceréis". Hasta el falangista disidente, Miguel Hedilla. Es decir, aquellos a los que el general asesinó, mandó al exilio o anatemizó lucen hoy sus placas en plena vía pública, mientras él queda oculto tras una inmensa puerta corredera metálica, entre marcos de madera carcomida, fragmentos de esculturas y sacos de cemento. Un amasijo inconexo de material, del que los responsables conocen, como mucho, la mitad. El resto es un misterio.

Hacia la derecha

En la escultura, de bronce, Franco tiene la cabeza ligeramente ladeada hacia su derecha --¿hacia dónde si no?--, el brazo de ese mismo costado algo separado del cuerpo y la mano abierta, como si quisiera mandar parar a alguien. Luce chatarra ornamental militar o fascista por doquier: el yugo y las flechas, la laureada de San Fernando, el lazo de Isabel la Católica, o vete a saber qué más entorchados, a cual más rancio.

Hoy sigue montado encima del caballo (por cierto, algo que difícilmente se recuerda haberle visto en la vida real. Pero ya no venía de una manipulación más). Aunque a punto estuvo de quedar almacenado en el suelo, sin montura. Al final, los responsables del patrimonio decidieron mantenerlo sobre la grupa. Solo que, en la operación de traslado, el dictador quedó encarado hacia la pared. Para verle el rostro, hay que andar pisando maderas y hierros deformes y sorteando unos yelmos gigantes y oxidados que en su día coronaron farolas de la Ciutadella. (Una herida ahí podría ser fatal: acercarse a Franco sigue siendo peligroso). Pero incluso así, su cara queda entre sombras, aunque él parece no darse por enterado. Viéndolo con esa expresión tan suya de "aquí estoy yo" en un escenario tan poco digno, su solemnidad resulta ridícula. El caballo, por cierto, abre unos ojos como platos, se diría que asustado por lo que toca ver, oír y aguantar.

Mutilado de paz

Tal como ha sido almacenado, Franco da la espalda a todo el mundo. Lo que no deja de ser una metáfora. Eso también ahorra sustos innecesarios a quien, sin conocimiento de causa, pudiera descorrer la puerta metálica que cubre la estatua. Ya perturbó demasiado la tranquilidad de nuestros hogares en vida, como él mismo admitía al empezar sus discursos navideños.

Hilario Arias, que lleva más de 30 años trajinando monumentos, me muestra una línea irregular, quizá de estaño, que cruza la pierna izquierda de Franco. Es una soldadura algo cutre. Parece ser que cuando fue retirado de la vista del público y escondido en una sala del museo militar de Montjuïc (la gente le lanzaba objetos de todo tipo a poco que lo divisara), la escultura no pasaba por la puerta. Total, hubo que cortar --no precisamente por lo sano--: el caballo y la pierna franquista por un lado, y el dictador, estilo mutilado de guerra --en este caso, mutilado de paz--, por el otro. Después se hizo la sutura, lógicamente con poco cariño.

Como enPolònia, Franco tiene cerca algún colega a quién soltar las diatribas fascistas y trasnochadas que le caracterizan en televisión: un discóbolo y una atleta del Estadi de Montjuïc --o sea, el Estadi Lluís Companys--. Estoy convencido de que el dictador jamás pudo imaginar que una parte de su memoria acabaría apelotonada entre cascotes y chatarra diversa, y a menos de un metro de una placa de mármol, clavada en una piedra inmensa, en la que se rinde justo homenaje a Pompeu Fabra, máximo impulsor del catalán moderno. Chúpate esa, generalísimo.