RECUERDOS DE LA CIUDAD DE LAS BOMBAS

Antoni Dalmau recupera la figura de Joan Rull, exanarquista y confidente policial que aterrorizó a BCN hace un siglo

Los tedax de 1907  Carro blindado para transportar bombas.

Los tedax de 1907 Carro blindado para transportar bombas.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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En abril de 1908, centenares de barceloneses se reunieron en la plaza de Catalunya para aplaudir la sentencia a muerte de Joan Rull, un anarquista renegado, reconvertido primero en confidente de tres gobernadores civiles sucesivos y que acabó cobrando por evitar los atentados con bomba que él mismo organizaba si los pagos se retrasaban o no le satisfacían. El escritor Antoni Dalmau ha recordado en El cas Rull (Editorial Columna) la actividad de la banda de El coix de Sants, organizada como una auténtica empresa familiar que incluía hasta a su madre, con pañuelo, chal de lana y una bomba en el cesto de mimbre, que aterrorizó durante años a Barcelona, movilizó a las fuerzas vivas de la ciudad y la fascinó durante el largo proceso judicial, el último que se celebró en el actual Palau de la Generalitat.

La psicosis desatada por las bombas que dejaba el delincuente en los portales de las casas obligó al gobierno civil a imponer la presencia de porteros --o a mantener las puertas cerradas--. Se llegó a imprimir una serie de postales, que se vendía por las calles, inmortalizando a los personajes implicados. Algunos perturbados se confesaron culpables y acabaron en Sant Boi. Y L'Esquella de la Torratxa reflejó la fijación de la ciudad por el caso Rull en una antológica serie de viñetas en las que un enfermo a punto de recibir la extramaunción, un monaguillo, campanilla en mano en plena consagración, un bebé con chichonera y una criada que le arrebata el diario a su señora solo quieren saber una cosa: "Què ha dit avuy en Rull".

La desafección

Pero el caso Rull no fue solo el caso O. J. Simpson de la Barcelona de hace un siglo. La actividad de este grupo, crecido bajo el amparo de una policía incompetente y corrupta en un momento de desbandada del movimiento obrero anarquista (tras los represivos procesos de Montjuïc de 1897 y el fracaso de la huelga de 1902), desveló las íntimas relaciones entre policía y delincuencia que desembocaría en el pistolerismo de los años 20 y suscitó críticas a la pena de muerte que se repetirían tras el juicio a Ferrer i Guardia. Y la sensación de inseguridad difundió entre los barceloneses, opina Dalmau, "la sensación de verse desatendidos por el Estado".

Hasta tal punto que ayuntamiento y diputación crearon una policía especial paralela cuya organización encomendaron al inspector jefe de Scotland Yard Charles John Arrow, que aceptó el encargo a cambio de 2.700 libras esterlinas y un seguro de vida. Las autoridades también se apoyaron en la información, mucho más fiable, del inspector Bonnecarrère, destinado por la S–reté francesa para informar diariamente de qué se cocía en la Ciudad de las Bombas.

Antoni Dalmau, expresidente de la Diputación de Barcelona, buscó en la figura de Joan Rull, bastante estudiada pero aún con flecos desconocidos, un motivo para una novela. Pero, dice, descubrió que, una vez más, la historia es apasionante sin necesitar de la ficción.