Un año en el infierno

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TONI SUST / BARCELONA

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Gorka, 45 años, una hija de 8 y una vida interrumpida por el alcoholismo, se topó un día de enero del 2016 con la realidad de que ya no tenía un lugar en el que pasar la noche. Nunca le había pasado antes, no es el protagonista de una historia de miseria, de años durmiendo en cajeros.

Es, según él mismo considera, el ejemplo de que es cierto que mucha gente que no lo juzga posible puede quedarse en la calle, por motivos distintos. El suyo está claro: su dependencia del alcohol, un problema que viene de lejos y que le llevó a desintoxicarse en el 2000, para recaer después. Su esposa le dijo que o se recuperaba o rompían. Y el recayó de nuevo seis meses después. Rompieron. Pasó el tiempo, dilapidó un dinero heredado, viajó al extranjero, donde no encontró fortuna y lo perdió todo. Y no culpa a nadie más que a sí mismo: “Me quedé sin nada, y nadie quiso saber nada de mí, evidentemente”. Sus hermanos le bloquearon en Whatsapp: “Hasta entonces no sabía que se podía hacer”.

AL CAJERO, NO

Volvemos a enero pasado, al día en el que Gorka (un nombre supuesto) se vio en la calle. “Mi primer pensamiento fue: ‘bebe algo". Luego me pregunté qué hacer. Dormir en un cajero me daba miedo. En un banco me iba a morir de frío. Estaba cerca del Hospital de Sant Pau y me fui a la sala de espera”. Allí pasó la primera noche. Antes de las siete estaba en la calle: pasar el día en ella no es fácil, empezarlo tampoco: “Compré dos cervezas para frenar el síndrome de abstinencia. En esta situación ya no solo bebes para estar colocado, que también. Bebes para dejar de temblar”."

En 24 horas, Gorka pasó de una vida al uso, a ser un sintecho, alguien que no tiene un lugar donde pernoctar, a un sin hogar, alguien que duerme en un centro de acogida compartida. Empezó por acudir a emergencias de servicios sociales, donde le informaron de que todos los albergues estaban llenos y le recomendaron que fuera a hacer cola al de la calle de Dos de Maig. Allí le dieron un número y quedó en lista de espera. Preguntó si podía ir a cenar, y se fue a beber. Al final sobró una cama para él.

CARTONES DE VINO Y UN BOCADILLO

Antes de llegar a ese punto, Gorka había trabajado casi toda su vida de comercial, con los ingresos suficientes para una vida sin ahogos. Había estado un mes o dos en paro alguna vez. De niño, el más pequeño de cinco hermanos, su familia tenía segunda residencia.

Pero eso era pasado en la inesperada nueva vida del hombre, que hace un año empezó a pasar el día en la calle: “Para mí el día era encontrar algo para beber y comer. Comer es fácil. Te dan una barra de pan, en algunos sitios, un pollo. Fumar, no. La gente no da cigarrillos. Recogía colillas del suelo. También bebía cerveza, pero normalmente, cartones de vino. No es me que guste más, pero es barato y me colocaba más. Un par de cartones de vino y un bocata. Hambré no pasé”. Sostiene que cualquiera que le viese no podía deducir que estaba en la calle. “Pasaba el tiempo en los bares”. Recuerda otras circunstancias: “Ducharte cada día es muy difícil: no olía como ahora. Estaba días sin cambiarme los pantalones y los calzoncillos”.

ALBERGUES

Gorka logró entrar en el albergue de la calle de Císter, pero allí, dice, si bebes te quedas fuera. A él le pasó. Volvió a la sala de espera de Sant Pau. Y tocó fondo: intentó suicidarse y topó con un psiquiatra que le detectó un trastorno bipolar. “Me salvó la vida”. Tras desintoxicarse en un centro de Santa Coloma, durmió un tiempo en el albergue de la Zona Franca: “Es el peor”.

Luego pasó a una pensión en Ciutat Vella y empezó a ir al Centro Catalán de Solidaridad (CECAS), desde donde resurgió. Pasaba el día allí hasta que encontró trabajo de teleoperador. Luego accedió a un piso compartido en El Masnou (Maresme), que depende de Sant Joan de Déu Serveis Socials, donde sigue. Ya tiene trabajo de comercial y ya ve a su hija: “Tres veces por semana. Ella es mi motor. Es mi familia. Tengo una vida nueva”.

Dice que no conserva ni uno de los amigos de antes. Y le queda el recuerdo de cómo era un día en lo que fue para él casi un año en el infierno. “En la calle estás hecho polvo. Echas de menos a los tuyos, el contacto con la gente, que alguien quiera hablar contigo, que te den un abrazo, que alguien te dé un beso”.