REPORTAJE

Xavi: "En el Barça te enseñan a amar el balón"

El jugador salió de una plaza de Terrassa con apenas 11 años para convertirse en una leyenda (10/01/2011)

El jugador del Barça, Xavi Hernández, recuperando recuerdos de su infancia cuando se entretenía jugando con el balón en la plaza del Progress en Terrasa en lugar de ir a buscar el pan para casa al mediodía

El jugador del Barça, Xavi Hernández, recuperando recuerdos de su infancia cuando se entretenía jugando con el balón en la plaza del Progress en Terrasa en lugar de ir a buscar el pan para casa al mediodía / periodico

MARCOS LÓPEZ / JOAN DOMÈNECH / TERRASSA

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Quan la mare vegi la foto, veuràs! Si mai portaves el pa!». La voz futbolera y sabia de Joaquim Hernández resonaba en la Plaza del Progrès de Terrassa. A esa hora, mediodía de un invernal viernes de diciembre, apenas había gente en la plaza. Y Xavi, con un par de barras de pan en su brazo derecho, jugueteaba con la pelota camino de su antigua casa, un piso en la calle Galileu, allí donde vivían los Hernández Creus. Sus padres, Joaquim y Maria Mercè, sus hermanos, Òscar, Àlex y Ariadna, y sus abuelos. «En casa, si no demostrabas que eras del Barca, el abuelo casi ni te hablaba», dice siempre Xavi, embrujado por la influencia culé que generó en todos. 

Joaquim sonreía cuando veía a Xavi regresar a ese sencillo lugar donde empezó todo. Hace ya más de 20 años que también daba patadas a la pelota en esa plaza, que ha sido remodelada en los últimos tiempos. Ya no está el kiosko que torturaban con balonazos, ganándose broncas de su dueño. Entonces, el Forn del Progrés no abría al mediodía como sí hace ahora. Ni se podía encontrar pan en cualquier otro lugar como ocurre actualmente. Por eso, pensaba en Maria Mercè y en esa foto que no existía antes ya que Xavi, obsesionado como andaba con el balón, se olvidaba todo. Incluso de recoger el pan como le había ordenado la madre. Lo que no olvidan Joaquim ni Maria Mercè es el gesto del niño cuando volvía a casa, con el tiempo justo para comer y volver al cole.

«¡Ho sento, mare!», decía mientras se echaba las manos a la cara, consciente de que no podía remediar su error. A cada mañana, a cada tarde en la plaza y si le dejaban hasta por la noche estaba dando vueltas sobre sí mismo, con la pelota en los pies. Como ahora. Nada ha cambiado en ese niño que entró en el Barça en 1991 –¡sí, en agosto se cumplirán 20 años!– porque la plaza se le había quedado pequeña. «Nano, ¡no hay fotos mías firmando el primer contrato!», dice Xavi recordando que accedió al club rodeado del más puro anonimato, careciendo, por ejemplo, del brillo mediático de Iniesta. Andrés fue elegido mejor jugador del torneo de Brunete, el escaparate televisivo de las grandes canteras, cuando apenas tenía 12 años. Y sin tener Xavi el impacto inmediato de Messi, una Pulga argentina de 13 años que sorprendió a todos nada más llegar.

A fuego lento 

A Xavi, en cambio, todo le costó bastante más. Con 11 años entró en el alevín que dirigía Juan Manuel Asensi y ya fue capitán del equipo, cociéndose lentamente su aprendizaje. Un día recibieron la visita de Cruyff que les dedicó media hora de clase magistral. Fue rápido al inicio (debutó con 18 años guiado por la valentía de Van Gaal), pero estuvo a punto de perderse en el camino, devorado por los negros años del gasparismo en el inicio de esta década ahora triunfal.«Fue la travesía del desierto», recuerda Xavi. En esa travesía había dos nómadas, abandonados a su suerte, sin agua apenas en la cantimplora en esos primeros años de la década del 2000, cuando el Barça se consumía en la autodestrucción mientras el Madrid de los galácticos reinaba en el mundo. Los nómadas eran Xavi y Puyol, cómplices desde esos tiempos de escasez donde la supervivencia ya era un éxito.

El capitán vino más tarde, sin apenas pasar por La Masia, mientras Xavi crecía a diario. Seguía haciendo como en la plaza. Pisaba el balón, giraba sobre sí mismo describiendo un círculo de 360 grados y jugaba con tal simplicidad que no se le encontraba antídoto posible. Hace un mes, cuando la revista francesa France Football y la FIFA anunciaron el nombre de los tres candidatos al Balón de Oro, los tres del Barça, Xavi declaró a este diario: «El fútbol es un juego de visualización y espacios, y el que sabe interpretar mejor esto, es mejor futbolista». No existe definición más clara para explicar quién es Xavi. Y qué es el Barça de Cruyff, el pionero; Van Gaal, el métodico; Rijkaard, el hombre que rescató la esencia del dream team, y Guardiola, más fanático del cruyffismo que el mismo Cruyff.

La mano de Cruyff 

En Xavi quedan fusionadas todas esas escuelas. «Si Johan no hubiera venido un día al Barça, tipos como nosotros no habríamos existido», asegura él, recordando los perjuicios que generaban esos tipos, pequeños, diminutos en muchos casos, incapaces de soportar la presión física de la alta competición. «¿Dónde están los que decían que Andrés y yo éramos incompatibles?», pregunta Xavi. 

Llegó Cruyff y poco a poco, tal cual si existiera una máquina de eterna producción guiada por el destino, donde primero estuvo Amor, llegó Milla. Donde estuvo Milla apareció Guardiola. Donde jugó Guardiola entró primero Celades, luego De la Peña y, finalmente, Xavi. Más tarde, surgió Iniesta, mientras Cesc, al mirar ese paisaje que dominaba su horizonte, hizo las maletas y se marchó a Inglaterra con el deseo de volver algún día a casa. 

«Los tres que optamos al premio encarnamos el fútbol que querían Cruyff, Rexach y todas las personas que han seguido por este camino. En el Barça te enseñan a amar el balón», explica Xavi, que durante 11 años ha sobrevivido a todos los vaivenes que han azotado al primer equipo. Seguramente, porque tuvo que aprobar un curso acelerado de maduración en cuanto entró por la puerta del vestuario del Camp Nou.

Gritos y susurros 

Aprendió con los gritos de Van Gaal, «exigente y perfeccionista» hasta el punto de provocar el sufrimiento y aprendió de los susurros de los poseedores de las taquillas contiguas. «Primero compartía una con Mario y luego me dieron la de Amor, entre Guardiola y Figo. ¡Me enteraba de todo!», evoca, nombrando a dos de los principales referentes al iniciar su carrera profesional. Ninguno de los dos estaba ya en el Barça cuando el equipo inició la travesía. Una época dura y áspera. Cinco años de sequía que acabaron con la llegada de Frank Rijkaard. 

Si Joan Vilà, el técnico que le guió cuatro años, del infantil al juvenil, fue quien el hombre que le enseñó más conceptos futbolísticos y quien le aconsejaba fijarse en Guardiola para ser su sucesor en el Camp Nou, Rijkaard detectó en Xavi más virtudes que las de ser el director de orquesta. «Me decía que tenía talento para jugar más adelantado», recuerda. Ahora, además de ser el cuatro de Cruyff para organizar el juego, es el seis de Rijkaard para cubrir el carril derecho del campo y abastecer de balones a los delanteros. 

El niño que se olvidaba el pan es una celebridad. La panadería ha perdido un cliente, pero el pasado nunca se olvida. En internet un grupo pìde que la Plaza del Progrés pase a llamarse Xavi Hernández.