El sueño que arranca en un taxi

Los niños crecen saltando de vestuario en vestuario en el pasillo que marca su evolución

El pasillo por el que transcurre la evolución de los canteranos del Barça, con sucesivos vestuarios.

El pasillo por el que transcurre la evolución de los canteranos del Barça, con sucesivos vestuarios. / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA

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El microclima de la Ciutat Esportiva Joan Gamper, en Sant Joan Despí, es casi polar. Son las ocho de la noche y el infantil B sale a entrenarse, aterido de frío, pero feliz, muy feliz. Bromista, chispeante. Cargan balones, conos, se van empujando, ríen, chismorrean.

Fuera, cuatro taxistas hablan de sus cosas y de sus niños. Llevan años en esto. Los han traído de 25 distintos puntos de la geografía catalana y esperarán un buen rato a devolverlos a sus casas. Cada taxi viene y va a un lugar. Cada taxi lleva benjamines, infantiles, cadetes, juveniles. En un mismo taxi se pueden juntar tres o cuatro edades. Y ellos son los guardianes de las esencias.

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MATERIAL MUY SENSIBLE

Si te acercas a platicar con ellos, te dicen que son perfectamente conscientes de que manejan «material muy sensible». Esos coches han visto llorar a muchos niños. Sobre todo en el primer viaje. Por eso ellos están tan agradecidos al Barça, que los ha escogido entre muchos. La semana que viene, sin ir muy lejos, tendrán la merienda que tienen, un par de veces al año, con los responsables de La Masia, liderados por Carles Folguera, su director, para intercambiar opiniones y plantear cambios o mejoras.

Los taxistas que vienen y van cada tarde-noche, que recogen a los niños de sus colegios, en un montón de rincones de Catalunya, los llevan a entrenar y los devuelven a casa conocen mejor que nadie sus vidas, sensaciones, alegrías y disgustos y, sobre todo, sus angustias. Y son ellos quienes alertan a los responsables del club para que depositen su atención en unos más que en otros.

UN PASILLO PARA PROGRESAR

Trabajar con material tan sensible conlleva depositar mil ojos sobre ellos. Ese pasillo lo dice todo, lo significa todo. Es el presente y el futuro. Ese pasillo empieza por el vestuario del prebenjamin (7 años) y acaba, justo, en el del cadete (15 años). Luego llega (o no, ese es el reto) el guardarropía del juvenil. Y ahí sí empiezas a soñar de verdad.

Buena parte, el tuétano de este maravilloso infantil B se empezó a cimentar en el prebenjamin. Fueron creciendo, jugando y desarrollándose juntos. Han ido desfilando unidos por ese pasillo y saltando de vestuario a vestuario. «En estos momentos no hay en Europa mejor cantera que Catalunya, de donde surgen los mejores niños. O proyectos», señala Sergi Milà, uno de los técnicos de este equipo. «Pero esto es muy largo, larguísimo, y muy duro, durísimo», añade Óscar Hernández, su colega.

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Los niños van apareciendo y todos saludan con educación exquisita. No saben quién eres, pero alargan su manita sin dudarlo. Llevan su ropa de entrenamiento en una mano y las botas en la otra, recogidas de un mostrador. «Trabajar con ellos es muy edificante, pero tienes que tener mil ojos encima porque no dejan de ser niños. Y, a veces, traviesos», explica Milà, que debería llevar un babero porsiaca, orgulloso como está.

UN PORTERO DESOLADO

Pasa un portero internacional juvenil desolado. Está lesionado y no podrá acudir a la concentración de España Sub-16, del próximo lunes, en Las Rozas. Un palo para él. El Barça acudirá con tres de sus chicos, siguiendo la línea de éxito de las últimas citas, pues este pasillo decisivo aportó tres jugadores (entre ellos, el goleador Aleñà) al España-Italia (1-0) Sub-19 de hace pocos días y cuatro hombrecitos más, en Maó, al España-Italia (1-1), entre ellos su goleador Ruiz. Entre las tres convocatorias, el Barça suma 10 jugadores, por siete del Real Madrid y seis del Espanyol.

Milà y Hernández comparten, juntos, este pasillo mítico desde hace dos años, pese a llevar muchos más en el Barça. Y se sienten, de alguna manera, un poco padres de todos estos niños, que les miran, hablan y obedecen con el respeto que le profesan al maestro o a sus auténticos papás. «Es una gran generación y, sobre todo, es un grupito que viene subiendo unido desde hace varios años y eso les hace ser mejores, porque son amigos, colegas y se ayudan mucho entre ellos», indica Milà. «De la misma manera, buena parte de la empatía que tienen con sus rivales es porque también entre ellos surge el pique, sí, pero también la amistad, una buena relación. De ahí que, a veces, el abrazo de consuelo sea más el testimonio de un amiguete que el de un rival», sentencia Hernández.

EL HIJO DE FRAN

Fuera sigue haciendo un frío de aúpa. Enorme. Veo caminar renqueante a un muchacho espigado, con pinta, sí, de buen pelotero. No es de extrañar, esta es la principal guardería del mundo. Me dicen que es Nico González, hijo del mítico capitán del Deportivo, Fran González. Nico ya ha superado el pasillo. Y con éxito. Tanto que ahora se lo quiere llevar, cómo no, el Manchester City. «Se irá y se equivocará», me dice alguien al oído, mientras camino hacia la salida. «Ese chaval es buenísimo, mejor que bueno, pero, futbolísticamente, está parido para el Barça, es puro Barça. Allí no tienen, ni quieren, ni han soñado nunca con un jugador de ese estilo, de esas características. Por más que quiera Pep (Guardiola) y le apetezca a Fran, no veo a ese muchacho encajando en el fútbol inglés».

Los taxistas se han metido, de cuatro en cuatro, en sus coches. No hay quien soporte la charla, por divertida que sea, a la intemperie. El microclima de Sant Joan Despí es tremendo. Cero grados, la humedad y la ventisca asustan. Dentro, ese frío se soporta fabricando un sueño. O diez. Ya no huele a lilimento. Pura alfombra roja.

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