Lo que el viento hermanó

Xavi, con una bandera del Athletic, tras la final del 2009 en Mestalla.

Xavi, con una bandera del Athletic, tras la final del 2009 en Mestalla. / periodico

IGOR SANTAMARÍA

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Visualizo esta noche, entre ikurriñas y senyeras, 90.000 almas de espaldas al palco, cabeza gacha y labios empalmados, provocando una melodía encadenada en el aire, dicen que sancionable, viento de libertad y hermanadas las aficiones como aquel 2 de marzo de 1977, cuartos de la UEFA, en plena Transición, coreando San Mamés los nombres de los azulgranas como día antes a la inversa en el Camp Nou. Una imagen que capitulaba cuatro décadas de persecución ideológica en tanto que el Barcelona representaba los ideales republicanos y nacionalistas, y el Athletic, ídem, metía un gol a quien le condenó a españolizar su nomenclatura anglosajona arrebatándole la 'h' y colocándole la 'o', mientras el generalísimo protegía al aristocrático Real Madrid por mucho que fuera íntimo del Conde de Godó, grande de España y amén.

Era tal el grado de identificación que, una vez iniciada la guerra civil de 1936, el Barça emprendió una gira internacional recaudando fondos para la resistencia y la lucha contra el franquismo, y al unísono hacía lo propio la selección de Euzkadi, repleta de bilbaínos y organizada por el primer lehendakari, José Antonio Aguirre, que había militado en el Athletic. Para entonces, el 12 de enero de 1931, los rojiblancos ya habían firmado ante los catalanes en la vetusta Catedral la mayor zurra liguera aún vigente, un 12-1 donde Bata, apodado así porque de crío jugaba con dicha prenda para no mancharse la ropa, fraguó el récord de goles en un mismo partido, siete, honor que comparte con Kubala, un ejecutor de penaltis infalible (40 de 43) hasta que se topó con las manoplas de Carmelo Cedrún, único que fue capaz de detenerle uno.

Tres millones por Iribar

Para porteros legendarios, Iribar, el Txopo, que en 1961 a punto estuvo de recalar en el Barça el día que defendiendo al Baskonia en la Copa se marcó un partidazo en la ciudad condal pese al 10-1. Tres millones de pesetas daban por él pero pesó más la relación de club convenido que había firmado el Athletic, a quien le bastó con soltar un millón.

Desde la primera Copa, bajo el sobrenombre de Bizcaya y todavía sin rango de oficialidad el 2-1 frente a los culés en 1902, hasta la última de 1984, con el solitario gol de Endika y su desenlace lamentable, los caminos de ambas entidades se cruzaron en infinidad de ocasiones. Inolvidable el gol del cojo Canito a Ramallets en 1955 a las órdenes de Daucik, que dirigió a ambos equipos, el de Maguregi un año después que valió una Liga, el 0-3 de 1952 que terminó con la maldición del Barça en San Mamés durante dos décadas o el puñetazo de Villar a Cruyff en la temporada 73-74, la del 0-5 en el Bernabéu.

Exjugador rojiblanco y ahora eterno presidente de la federación española que une a sendos clubes bajo un Villarato tan presunto como irrisorio. Pero, de pronto, mascando la democracia, una lesión de Schuster, quien después diría que jugar en Bilbao era como «viajar a Corea», quebrantó el sendero de la amistad. Llegó la entrada de Goikoetxea a Maradona tras la que el expresidente Núñez clamó por «luchar contra el terrorismo en el fútbol», la tangana copera y el cierre de La Catedral en abril de 1986 tras un escandaloso arbitraje de García de Loza. El halo de la exquisita sintonía se tornó en discordia hasta que el tiempo, sempiterno justiciero, puso a cada uno en su sitio. Hasta Stoichkov salió luego aplaudido en 1991 tras un 0-6 que propició el cese de Clemente.

Por eso hoy veo a Xavi, como en 2009, ikurriña al viento, consolando a los leones, y proclamando su lástima de no poder colgar las botas vistiendo un par de años la camiseta del Athletic. O a Iraola alzando el trofeo al aire, mientras Piqué aplaude reconociendo los valores de un equipo, que como el rival, tiene a la cantera como seña de identidad. Porque en La Masia y Lezama se curten esos chavales que entienden sus respectivos colores como el tótem de sus vidas. Y a Zubizarreta, Julio SalinasAlexanko o Ezquerro, unidos por el pasado, con el corazón partido, mientras Guardiola, prócer del seny, repite ante el televisor su deseo de entrenar algún día a los rojiblancos. Y, entre tanto, el grueso de ambas aficiones reclama hoy su derecho a decidir, tanto a aplaudir un gesto magistral de Messi o un cabezazo inapelable de Aduriz, como a silbar las notas de un himno que no sienten suyo. Y mientras, aititeavi, desempolva los libros amarillentos que recuerdan todo aquello que el viento se llevó. Y hermanó. ¡Gora Barça! Visca Athletic!