El tercer clásico

Messi, sin palabras

Dos goles de la estrella del Barça silencian el altavoz del Bernabéu y abren las puertas de Wembley

DAVID TORRAS
MADRID

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El puto amo, con perdón, puso a Mourinho en su sitio. El puto jefe, con perdón, dejó en silencio al Bernabéu, otra vez, y metió al Barça en la antesala de Wembley (0-2), el escenario donde precisamente empezó el rondo que anoche dejó al Madrid en cueros. El mejor, el que no habla fuera del campo porque todo lo que tiene que decir lo dice con el balón, justo al revés que Mou, a quien lo que menos le interesa es la pelota, y que acabó fuera del campo, expulsado, elevó como un ángel el discurso que había lanzado Guardiola y empequeñeció el que sostenía al madridismo con un altavoz tan grande como hueco y que ayer ya empezó a lloriquear por la expulsión de Pepe. Messi es el jefe, el amo, del mejor Barça de la historia.

AMBIENTE ENARDECIDO / Guardiola no hablaba por hablar. Fue valiente y el equipo también. En ese mensaje, en esa ovación que recibió de los jugadores cuando llegó al hotel, se acabó de gestar lo que después se vivió sobre el césped, mal cortado y mal regado, en un signo más del mourinhismo, el estilo que anoche convirtió al gran Madrid en un equipo lleno de cobardía, a imagen y semejanza de quien le ha llevado por un camino lamentable.

El madridismo llegó por las nubes, sacando pecho, mirando al Barça por encima del hombro, como si un gol en la prórroga de la Copa fuera suficiente para despreciar un estilo y una identidad. En un ambiente enardecido, con una excitación nunca vista, el Bernabéu vivió un viaje al infierno, una pesadilla que creía haberse sacado de encima y que se prolongará por tercer año. Solo le queda una esperanza y no es Mourinho: es el Manchester United, el posible rival el 28 de mayo. Qué paradoja, Mou, en manos de Ferguson, otro de sus enemigos. Como todos.

El partido había acabado, y en medio de una grada desierta que empezó a desfilar con la cabeza agachada en cuanto Messi dibujó otra obra de arte en el segundo gol, se escuchaban los gritos de los más de 3.000 culés cantando sin parar. El himno del Barça, el himno de un club que ayer volvió a mostrar al mundo entero que juega como vive. De principio a fin, sin un paso atrás, frente a un Madrid escondido en su campo, sin un rasgo de valentía, listo para firmar el 0-0. «A Cibeles, a Cibeles», resonaba en la grada, mientras Mou, el amo caído, el jefe sin gloria, lanzaba un rabioso discurso de mal perdedor, con agravios y más agravios. Alguien que lleva todo eso dentro no puede dormir tanquilo. Y ahora, menos.

El Bernabéu se ha arrojado a los brazos de Mourinho, el amo y algo más de la sala de prensa, de la grada, del palco y del campo, aunque allí, en el terreno donde más debería hacerse notar, prefiere callar y dejar que jueguen los demás. A él, el fútbol solo le interesa como un medio para ganar, él, él y otra vez él. El estilo, la historia, el club y todo lo demás, le traen sin cuidado.

HONOR ENSUCIADO / Toda su palabrarería, todas sus bravatas acaban en cuando entra en acción el balón. Entonces, recula y se mete en la madriguera, y con él, todo el equipo, al que convertido en una especie de secta, con fundamentalistas como Arbeloa, que ha dejado de ser futbolista para ejercer de soldado. Y ya no digamos Pepe, sobreexcitado de principio a fin, y que ayer pagó por lo que no había pagado en los duelos anteriores. Sin cabeza, que es como juega normalmente, se fue a por Alves, confiado en la bula que había tenido antes. Stark se metió la mano en el bolsillo y entre la sorpresa general sacó la roja. Bueno, bueno, la que se armó. El Bernabéu se levantó en pie de guerra mientras Mourinho inició su show particular, con un repertorio de aplausos, muecas, sonrisas irónicas, más que suficiente para que el árbitro le acabara expulsando.

Ya tiene lo que le gusta, una coartada para justificarse, y que ayer llevó más lejos que nunca, ensuciando el honor y la camiseta del club que un día le acogió. Hoy, no le soporta y da gracias a quienes le cerraron la puerta en las narices y creyeron en Guardiola. El martes ni siquiera se sentará en el banquillo, pero en el teatro del Camp Nou espera brindarle una obra muy especial, la que acabará llevando al Barça hasta Wembley. Al final, el equipo se contuvo, en un gesto de respeto por el partido que todavía queda por jugar. Este será el nuevo mensaje de Guardiola y los suyos. Que nada está hecho todavía, aunque Canaletes ya era una fiesta. Es inevitable. Los culés pueden subirse a un campanario y gritar: «José ¿cúal es tu cámara?».