Messi apaga el volcán de Mestalla
Marcos López
Periodista
MARCOS LÓPEZ / VALENCIA
En el volcán de Mestalla, y cuando la pelota estaba todavía llorando al ver como Iniesta abandonaba lesionado de gravedad el césped, emergió Messi. El más frío. Fue un partido lleno de polémica, donde la permisividad de Undiano Mallenco, un árbitro que ya no esta para tardes tan grandes, convertido en una batalla física donde el Valencia tuvo impunidad, mientras el Barça no supo gobernarlo. Al gol ilegal de Messi (intervino en fuera de juego Luis Suárez dejando pasar la pelota y obstruyendo la visión de Alves) le siguió que el colegiado perdonó la segunda amarilla a Busquets, pero, en realidad, el Barça se sobrepuso gracias a un ejercicio de fe. Aunque le faltó fútbol y control, Messi, cansado y agotado como estaba, emergió para frenar las corrientes de lava que llenaban el hostil templo de Mestalla.
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El Barça tenía el partido ganado y lo perdió. Pero volvió a ganarlo. Al inicio de una caótica segunda mitad, con un desorden defensivo impropio de un equipo de esta dimensión, el Valencia hundió al equipo de Luis Enrique en tres brillantes minutos con los goles de Munir, que ni lo celebró, y de Rodrigo. En ese momento, pareció el Barcelona un equipo sin alma, dormido, hasta superado y no solo por la presión valencianista. En esos tres minutos, el chiringuito se vino abajo.
LA REACCIÓN DE LEO
Era el momento en que la defensa azulgrana se convirtió en un queso gruyere, con agujeros increíbles, a los que no llegaba Umtiti, el más fiable. Ni siquiera Ter Stegen, quien había sostenido al Barça en el ya caótico final de la primera mitad. Al caos le continuó el caos de la segunda. No había el suficiente temple para interpretar lo que demandaba el juego, huérfano como estaba el Barça de Iniesta. Lloró el capitán al abandonar en camilla el césped, sabiendo desde el primer instante que ese entrada de Enzo Pérez le iba a llevar a la enfermeria durante muchos días. Lloraba Andrés, lloraba también el fútbol.
Como es lógico, y a pesar de que había empezado controlando el Barcelona, entró en pánico haciendo que el Valencia entrara en su escenario preferido. De pronto, el campeón se vio desbordado porque no tenía la pelota ni la lectura adecuada, siendo devorado por el volcán de Mestalla, incapaz de imponerse. Entonces, emergió Messi.
ENLOQUECIDA TARDE
Pareció ausente el astro argentino, como si estuviera desconectado de una enloquecida tarde donde el Barça ensució su buen arranque. Neymar, como acostumbra, no se escondió en ningún momento, a pesar de que el partido invitaba a la dimisión colectiva porque no fluía el fútbol. No estaba Iniesta, pero sí Rakitic. Tocó el once Luis Enrique con la entrada de Denis Suárez, a quien envió a la banda para que el croata acompañara a Busquets. Pero ni así tenía solidez el campeón. Era el gran momento que tanto esperaba el nuevo Valencia de Prandelli. Era su instante. Pero después de un córner, esplendidamente cabeceado por Rakitic, con una maravillosa respuesta de Diego Alves, llegó el furioso zurdazo de Luis Suárez para firmar el empate.
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Calmado entonces el partido durante unos instantes, y mientras Messi se tomaba sus necesarios minutos de relax para encarar el tramo final, a Ter Stegen lo dejaron abandonado. Tuvo una ocasión clarísima Nani, pero erró. De pronto, el 10 del Barça, consciente de la gravedad del momento (André Gomes se vio superado en la primera hora, interviniendo, y para mal, en los dos goles del Valencia), Messi entendió que era él o nadie. Y fue él, claro. No solo porque en la jugada del penalti se conectaron los tres miembros del tridente de tal manera que Prandelli no supo qué demonios había pasado con el balón viajando tan rápido del área de Ter Stegen a la de Alves.
Cuando se dio cuenta el técnico italiano, Messi estaba acunando la pelota en el punto de penalti, sometido a una terrible batalla en el tiempo añadido, con Mestalla echando fuego por la boca. Otra más. Y esta batalla era psicológica. El mejor portero del mundo parando penaltis ante el mejor jugador del mundo que si en algo es terrenal es ahí. Cuando la pelota se detiene y todo se para. El volcán estaba en erupción. Y Messi, frío y cerebral, lo apagó.
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