Grandes en 'fair play'

Así son los niños del infantil B del Barça que aspiran al premio Laureus a la deportividad por consolar a sus rivales en la derrota

Los integrantes del infantil B del Barça, junto a sus entrenadores, Óscar Hernández y Sergi Milá, en la Ciutat Esportiva Joan Gamper, este jueves.

Los integrantes del infantil B del Barça, junto a sus entrenadores, Óscar Hernández y Sergi Milá, en la Ciutat Esportiva Joan Gamper, este jueves. / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA

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Para ellos es algo habitual. Forma parte de su aprendizaje, de su manera de ser. Así viven en casa, así se entrenan en La Masia y así se comportan en los partidos del fin de semana. No diría que están extrañados, pues a los 12 o 13 años, sí, sí, a los 12 o 13 años, ya casi no les extraña nada y te cuentan las cosas con un desparpajo admirable, pero lo cierto es que los niños del triunfador y señalado infantil B de primer año del Barça viven estos días su nominación al premio Laureus de la deportividad como si les hubiesen contado que el lunes es puente y no hay entrenamiento. Igual de normal, digo.

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Y es que estos niños, como la mayoría de equipos menores, de fútbol formativo de los grandes clubs, suelen ganar más que perder. Bueno, ganan casi siempre y, lógicamente, se pasan la vida consolando más que recibiendo duelo. Pero, a pesar de todo, es evidente que gestos así no surgen por casualidad, sino porque desde muy niños han sido educados en casa y en el vestuario con la idea de que todo cuesta. Y cuesta tanto para el que gana como para el que pierde y, por consiguiente, debe respetarse al rival, sobre todo en la derrota, un momento muy duro, desolador.

UNA GRAN HORNADA

Puede, seguro, que ustedes recuerden el gesto de los niños azulgranas seleccionado junto a otros cinco instantes, que han sido nominados al Mejor Momento Deportivo del Año. Fue después de que estos chavales prodigiosos (todos dicen que se trata de una de las mejores hornadas que ha dado La Masia) ganasen la final (0-1) de la World Challenge Cup, en Tokio, a los japoneses del Omiya Ardija. La desolación invadió a los perdedores y los niños de Sergi Milà y Óscar Hernández se abalanzaron sobre ellos, abrazaron, casi besaron y consolaron con todo tipo de frases que ninguno de ellos comprendió pero que les supieron, seguro, a gloria bendita.

Ese gesto compite, si es que se puede utilizar la palabra competir en algo tan hermoso, con otros cinco momentos ejemplares: el del triatleta Alistair Brownlee, que ayudó a su hermano Jonny a terminar la carrera; el del tenista Jack Sock, que avisó a su colega Lleyton Hewitt de que el saque era válido; el canto de guerra vikingo de los jugadores de Islandia; Nikki Hamblin y Abbey d’Agostino, por mostrar su espíritu olímpico, y Matisse, aquel niño portugués de 10 años que consoló también a un aficionado francés en lágrimas tras perder la final de la Eurocopa.

POR VOTACIÓN POPULAR

Se vota por internet y por la alfombra roja de la gala de los Laureus, que se celebrará el próximo 14 de febrero, cómo no, en Mónaco, caminarán los protagonistas del gesto más votado. Pues bien, este infantil B azulgrana tiene, no uno, sino hasta tres vídeos, colgados en Youtube durante los últimos meses, que demuestran que merecen el premio por partida triple, pues lo que hicieron en Japón, lo hacen, casi, casi, en cada partido. Porque estos niños también consolaron a sus colegas del Real Madrid cuando les ganaron la final de la MIC (Mediterranean International Cup) y, no hace mucho, se pasaron un buen rato abrazándose a los del Atlético de Madrid, en Tenerife, cuando les golearon en la final de LaLiga Promises. Así que los votantes pueden elegir.

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«Los nuestros no son los únicos que lo hacen, de verdad, es una reacción habitual en nuestro fútbol», explica Milà, de 34 años, 16 de ellos en el fútbol formativo del Barça. «Lo que ocurre», se añade Hernández, de 40 años, 11 en el club, «es que estamos hablando de una final, o finales, muy mediáticas, incluso televisadas, y, claro, el gesto se ha engrandecido, cosa de la que todos nos alegramos mucho, sobre todo después de haber visto cómo dos padres se pegaban en Canarias en un partido de niños, gesto que todos reprobamos y que es, no lo duden, poco habitual. Lo normal, en el fútbol formativo, es convivir amistosamente».

«Tanto en casa como en el terreno de juego, como aquí, en La Masia, tratamos de inculcarles el compañerismo, el respeto y la empatía por todos los que formamos esta gran familia. Desde que entran aquí oyen que hay que tener respeto por sus compañeros, sus entrenadores, los rivales, los árbitros, las instalaciones que ocupan, el material que utilizan y las personas que les hacen la vida agradable», señala Milà, que confirma que tiene entre sus manos maravillosos niños y auténticos proyectos de futbolistas «aunque les queda una vida muy dura por delante».

PROFUNDA DECEPCIÓN

«Nosotros ayudamos, pero las familias son vitales en la manera de ser de estos niños. Y ahí contamos con un gran apoyo», dice Hernández. «Hay que tener en cuenta que estamos hablando de auténticos niños y, por tanto, ellos exteriorizan la decepción, el desencanto, la derrota, de forma mucho más profunda que los adultos. Aquellos niños japoneses, como nos ocurre aquí con los nuestros, en Catalunya, en España, se derrumbaron. Llevaban dos meses preparando el torneo, conscientes de que se iban a enfrentar al Barça, y perdieron. No solo lloraron amargamente sino que se les vino el mundo encima y los nuestros se dieron cuenta, de inmediato, de que necesitaban un abrazo, un mimo, un gesto, una caricia. Y fue muy bonito pero, insistimos, estamos convencidos de que muchos otros equipos de formación españoles hubiesen hecho lo mismo».

Milà y Hernández no hablan de estas cosas en el vestuario de su infantil. No hablan porque forma parte de los diez mandamientos de La Masia. Los niños, reconocen ambos técnicos, son muy conscientes de que son unos privilegiados, de que están en un gran club y, sí, empiezan a notar la presión de que representan a una gran institución. «De ahí que, luego, cuando aparecen en el Camp Nou, si es que tienen la suerte de llegar, que es muy difícil, se comporten con la soltura que se comportan, porque llevan ya muchos derbis y clásicos encima, siempre con la necesidad de ser un ejemplo y ganar», señala Aureli Altimira, uno de los responsables del fútbol formativo culé.

UN EQUIPO SIN CONSUELO

Cuando este infantil B pierde, que pierde muy poco, se encuentra todo tipo de reacciones. «Cuando nos ganan, hay más alegría que consuelo en el rival. Normal. Han ganado al Barça y esa inmensa alegría impide a nuestro rival acercarse a consolar a los nuestros», comenta Milà. Aleix Garrido, de Ripoll, dicen que una calcomanía de Andrés Iniesta, confirma las palabras de uno de sus mister. «A nosotros no nos consuela nadie. Cuando nos ganan, nuestro adversario lo celebra tanto... ¡normal, caray, han ganado al Barça!, que se olvidan de nosotros. Solo piensan en ellos, en su inmensa alegría y, la verdad, a nosotros, en ese momento, también nos vendría bien un abrazo».

«Recuerdo, sí, perfectamente aquella final de Japón. Bueno, tampoco hace tanto de ello, hace solo unos meses», explica Adrià Capdevila, de Gurb, uno de los llamados elegidos, un futuro, dicen, Sergio Busquets, uno de los niños más premiados individualmente. «No siempre se tiene la oportunidad de jugar contra el Barça ¿verdad? y aquellos niños se habían preparado muy bien para tratar de ganarnos. Hicieron un grandísimo esfuerzo, trabajaron duro, no les pudimos batir hasta los minutos finales y no encontraron recompensa a su gran esfuerzo y se vinieron abajo. Estaban hechos polvo, desesperados», recuerda Adrià.

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Aleix, Adrià y todos sus compañeros se acercaron a los japonesitos y trataron de consolarlos con abrazos, carantoñas y demás mimos. «Les animábamos en castellano, claro, y no entendían nada, aunque supongo que se dieron cuenta de nuestras buenas intenciones», insiste Capdevila, que recuerda haber apretujado un montón de mejillas de rivales entre sus manos. «Les decíamos que esto es fútbol, un juego y que tenían que pasar página y pensar en el siguiente partido y, quien sabe, igual tenemos otra oportunidad de volver a enfrentarnos», concluye el azulgrana.

UN GESTO MUY HABITUAL

«Son unos auténticos encantos. Todos», señala Milà, convencido de que este tipo de reconocimiento refuerza aún más el espíritu de La Masia, su proyecto educativo, que a sus jugadores que, al fin y al cabo, no tienen la sensación de haber hecho algo especial, algo que no repitan a diario, que no les salga de dentro. Es más, no son conscientes de que están haciendo algo excepcional. Para ellos representar al Barça ya es caminar, a diario, cada fin de semana, en cada competición y final, por la prestigiosa alfombra roja.

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