Y en el 17.14, el Camp Nou gritó "¡Messi!"

El 10 vuelve como si no se hubiera ido nunca y se divierte con sus colegas Neymar y Suárez

Messi cede el balón a Neymar para el penalti fallado.

Messi cede el balón a Neymar para el penalti fallado. / JORDI COTRINA

DAVID TORRAS / BARCELONA

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Lo que no ha conseguido nadie ni bajo amenaza, ni el Gobierno, ni la UEFA, ni los tribunales, lo logró Leo Messi. Por primera vez en mucho tiempo, el minuto 17.14 pasó de largo en el Camp Nou sin gritos de “independencia”. No es que, de repente, se hubiera detenido el 'procés' y las reivindicaciones, al poco rato de que la grada volviera a silbar con ganas el himno de la Champions alzando les 'estelades', en una protesta que ya se ha instalado entre los culés. Tienen a la UEFA entre ceja y ceja, condenada para siempre por más que vaya tomando notas, grabando vídeos y preparando facturas que, pase lo que pase, el Barça nunca debería pagar. Pero justo en el 17.14 el estadio entero se puso en pie y el grito de siempre dejó paso a otro, el del nombre de quien sin dar un solo discurso gobierna a su antojo el mundo en el que se mueve, un líder sin palabras, un dulce dictador que lleva años imponiendo su autoridad, al que se echaba tanto de menos.

“Messi, Messi, Messi”, coreó el Camp Nou con el gol del 10, ajeno al reloj, feliz por el regreso de su líder, aquel crío que hace años pedía que recordaran su nombre. Nadie lo olvidará en la vida. Volvió Leo y, aunque la vida sin él haya sido menos difícil e incluso le diera para bailar al Madrid, el Barça se sintió en la gloria. Y Messi, también. Feliz de volver estar al lado de sus dos colegas, Neymar Suárez, y echarse unas risas como si estuvieran en el patio del colegio.

GUERRA CIVIL EN MADRID

En el otro minuto 17 sí se recuperó la tradición, pero con menos ímpetu de lo habitual. Justo antes, había vuelto aparecer el 10, primero para regalarle a Piqué el gol que llevaba días y días buscando y que en el Bernabéu le birló Munir, cuando ya estaba a punto de levantar la mano ante el Madrid. Después, metió otro golito como si no se hubiera ido nunca y llevara jugando estos dos meses.  

 Y mientras el Barça es un seísmo natural que ha hecho temblar a Florentino y no como los de Castor, en Madrid, andan metidos en una guerra civil, con el presidente disparando a todo, incluso a unas cuantas manos amigas que han dejado de rendirle pleitesía. Otras siguen entregadas al ser superior que ha ayudado a que el Barça esté en el cielo, justificando lo injustificable, como responsabilizar a los Ultra Sur del grito de “dimisión” que se escuchó en más de medio Bernabéu después de haberles dado carta blanca (“son buenos chicos”, escribía ayer Alfredo Relaño que le decían desde el club, en la línea dels “nois molt macos” de Rosell) y haber tolerado una de las pancartas más indecentes de la historia: “Mou, tu dedo nos señala el camino”. Ese camino acabó llevando a la perdición al Madrid, apabullado por el Barça, y el sábado miles de socios le señalaron a gritos y entre pañuelos / cartulinas blancas la puerta de salida. Acostumbrado a salirse casi siempre con la suya, y a sacar rédito incluso de un terremoto, Florentino ha tenido la desgracia de enfrentarse a un fenómeno incontrolable que le ha amargado la vida: el Barça.