Un fantasma ronda el clásico

Ferrer derriba a un blanquísimo Luis Enrique, en 1993.

Ferrer derriba a un blanquísimo Luis Enrique, en 1993.

JOSEP MARIA
Fonalleras

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Estos días se me aparece un fantasma que proviene de la temporada 1994-95. Esta misma noche se ha plantado en mis sueños (una pesadilla, por supuesto) con el uniforme que llevaba entonces. Va vestido de blanco, y se levanta la camiseta ante mis ojos aturdidos mientras la muestra con orgullo ante su afición. Acaba de marcar un gol a una defensa que es de plastilina (es el cuarto de una serie de cinco) y corre como un poseso (por eso es un fantasma) para celebrarlo. Le pregunto: «¿Y tú, cómo te llamas?». Y él me responde: «Luis, me llamo, LuisLuis Enrique».

De pronto, me despierto sobresaltado, sudoroso, exhausto. Esa misma imagen debe recorrer el río del subconsciente de muchos merengues. Es una barcaza que lleva como pasajeros a quienes fueron y no son, a quienes besaron un escudo y luego se deslizaron en manos de otros amantes, a quienes juraron y renegaron después. Màrius Serra, en la transmisión de Puyal, ha estrenado este año una sección muy divertida. Se trata de confeccionar equipos imaginarios con argumentos tan marxistas como 'jugadores cuyo nombre empiece por K' o 'jugadores con GPS', es decir con apellido de ciudad. O que contengan un 'Santo' (SANTillana) o un animal o un proyectil (KuBALA). Propongo a mi amigo Màrius que en su tedepònim de esta tarde proponga 'jugadores que cogieron el AVE o el puente aéreo', si es que tal cosa aún existe.

Es la primera vez que Luis Enrique -que, aun vestido de guateque, parece como si estuviera haciendo flexiones para iniciar un maratón des sables- pisará el césped del Bernabéu a los mandos de las divisiones enemigas. No creo que le vaya a tocar aquella famosa cabeza de cerdo que le dedicaron a Figo en el Camp Nou, pero seguro que otro fantasma -el espíritu de Juanito- sobrevolará su cabeza en la tarde otoñal de Madrid.

¿Se dará una reconstrucción histórica de aquel desgraciado incidente de la temporada 94-95? En el minuto 58, ¿pensará Luis Enrique en su exhibición madridista de entonces? Han pasado 20 años -que es mucho-y la vida ha dado muchas vueltas. Entre otras cosas, Luis Enrique abjuró de la fe blanca y se convirtió a la religión verdadera. Pero noto en el ambiente una especie de temor casi ancestral a que el Barça sufra una afrenta similar. ¿Por qué? Este Barça agitado e inestable, que a veces convence y a veces confunde, se parece a las construcciones hechas de cañas y maderas que un tal Garrell edificaba en un bosque de Argelaguer. No se pierdan el documental de Jordi Morató que está triunfando en festivales de todo el mundo. Se llama Sobre la marcha y nos muestra un mundo alucinante, en plena Garrotxa, lleno de rascacielos de palillos que se cimbrean sin planos y sin plan.

El tal Garrell, un personaje singular, esquivo y solitario, construye, pues eso, sobre la marcha, porque toca construir. Sin descanso y sin ideas preconcebidas. Este Barça se le parece. Admiramos la tenacidad pero tememos aún que un vendaval se nos lleve la estructura. En esas estamos. Un tropezón discreto en el Bernabéu sería una pequeño borrón en el recién estrenado historial de Lucho. Sin más. A estas alturas, una hecatombe como la del 94-95 sería fatal. La estructura, debilitada, se inclinaría hacia el desasosiego. Llámenme pesimista, pero lo peor es que ese fantasma está rondando por ahí. A no ser que alguien (un 9 verdadero, singular, esquivo y solitario que se llame algo así como Suárez) le meta un bocado con todos sus incisivos y todos sus molares y premolares.