Entre Andrés y Leo

Iniesta le ha abierto la puerta del vestuario al 'nueve', que ha conectado a la primera con Messi y Mascherano

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M. L. / BARCELONA

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No lo conocía personalmente. Pero aquel duro otoño Suárez recibió un mensaje inesperado en su móvil de un teléfono que no conocía. «¡Mucho ánimo! Aquí estoy si necesitas cualquier cosa», le escribió Andrés Iniesta al delantero uruguayo. Eran aquellos convulsos días (octubre del 2011) en que toda Inglaterra le acusaba de racista por los insultos que dirigió a Evra en un Liverpool-Manchester United en Anfield. A través de Pere Guardiola, agente y amigo de ambos, y Joel Borrás, que gestiona su imagen y también amigo de los dos, el mensaje llegó a Suárez y le impresionó.

Impresionó porque le arropó en uno de sus momentos más duros en que la palabra de Evra ganó, pese a que nadie pudo demostrar nada y el uruguayo acabara siendo sancionado con ocho partidos. Iniesta, sí Iniesta, había pensado en él, sin saber que el destino los reuniría tres años más tarde en la ciudad deportiva del Barça. Tras los mensajes, se conocieron personalmente, en uno de esos viajes, entonces privados y anónimos que solía hacer Suárez a Castelldefels para estar con la familia de Sofía, su mujer. Un par de partidos con Uruguay, los saludos protocolarios, y una excelente sintonía como prólogo a un suave aterrizaje en el Camp Nou. Suave porque Iniesta le abrió el vestuario de la ciudad deportiva, guiándole con calma.

La conexión con Xavi

No se despegó Suárez de Andrés. Y, de pronto, conectó con Messi, además de recibir el apoyo de Xavi, el capitán a quien conoció, a través de Gabri (compañero de Suárez en el Ajax, ahora ayudante de Eusebio en el filial) una noche en que la plantilla del equipo holandés pasó en Barcelona con el dinero de las multas que abonó en una temporada. Un partido de Champions y una cena con Xavi. Y si estás con Leo, estás, claro, con Mascherano. Donde antes estaban Pinto, Leo y el Jefecito, ahora conviven Suárez, Leo y Masche unidos argentinos y uruguayo por una cultura común, la del fútbol sudamericano, separados, eso sí, por el Río de la Plata y miles de cosas más.

Con el nueve del Barça pegado a una bombilla de mate, esa infusión hecha con hojas de yerba mate, una planta originaria de las cuencas del río Paraná y el río Uruguay. Va Suárez con ese mate por Sant Joan Despí como si estuviera en Montevideo o en el barrio Cerro, de Salto, la ciudad que abandonó con 7 años, allí donde su abuelo Atasildo le llamaba Salta o Cheo. Esa bombilla de mate le une cada segundo a sus raíces.

Llegada en silencio

Guiado por la discreción de Iniesta, antes un niño anónimo de Fuentealbilla, ahora segundo capitán y leyenda del Barça, Suárez entró en silencio. Poco a poco, conoció a «un grupo humilde», como él mismo lo definió después, sorprendido porque su llegada al paraíso -Nacional, Groningen, Ajax y Liverpool no le dieron lo que él desea, títulos grandes, gloria colectiva más allá de los goles- fuera tan sencilla. Messi, además, lo sentó a su lado. Sin coincidir en el campo, se llevan muy bien. No han jugado juntos nunca. Quizá sea hoy en el Bernabéu su estreno. Pero antes, su complicidad es máxima.

Los Messi, Leo, Antonella, su esposa, y Tiago, su hijo, acudieron, por ejemplo, a la primera fiesta de cumpleaños de Benjamín, el segundo hijo de Suárez a finales de septiembre en Castelldefels. También estaban, entre otros jugadores y familias, Mascherano y Busquets. Y Suárez, huérfano del balón, tejió con rapidez nuevas y poderosas relaciones sociales. Neymar se está acercando también a ese trío, que ha convivido mucho más fuera del campo que con la pelota en los pies. Entre Andrés y Leo, se instaló Luis.