El City desnuda al Barça (3-1)

El equipo de Guardiola remonta el partido con una contundente reacción ante un equipo que acabó roto y sin rastro del tridente

Messi en el estadio del Etihad lamentando un gol del City.

Messi en el estadio del Etihad lamentando un gol del City. / AP / RUI VIERA

DAVID TORRAS / MANCHESTER (Enviado especial)

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Guardiola tenía un plan y el City lo cumplió de principio a fin, fiel a la orden de ser valiente y jugar sin miedo. Esta vez no apareció Messi para librar al Barça de una condena merecida, forjada en un partido que empezó ganando, que llegó a gobernar con autoridad en una brillante primera parte y que echó a perder jugando rematadamente mal en una desconexión escalofriante.

Messi solo dejó una pequeña huella, el 0-1, y sin la fuerza del 10, el Barça fue engullido por la presión hasta acabar triturado (3-1). La pizarra y una idea se impusieron al tridente y a la inercia de ganar. Nadie levantó la voz ni en el campo ni en el banquillo para poner orden y recuperar el balón que tan bien gobernó durante un largo rato y que acabó perdiendo de vista.

Guardiola le ganó al Barça, la obsesión que tenía en la cabeza desde hace tiempo. Parecía que iba a seguir martilleándole toda la vida. Ya no. El Etihad vivió una de sus grandes noches, con la afición frotándose los ojos y batiendo palmas ante lo que no hace mucho era inimaginable. El City sigue sin estar a la altura del Barça y anoche estuvo cerca de volver a morir, pero en este doble cara a cara ha dado un paso de gigante. La lección del 4-0 de la ida, en una derrota escrita por Messi, tuvo efecto. El City va aprendiendo.

DE PORTERÍA A PORTERÍA

Justo al revés que el Barça, que parece que va alejándose del camino señalado. Casi nunca purga según qué pecados porque siempre hay una pieza del tridente lista para redimirle. El riesgo es que, a la que no aparece, a la que el equipo se pierde, no es fácil cambiar el guión. Así ocurrió anoche cuando el City se mantuvo con vida cuando andaba con la soga al cuello, se fue ajustando y dejó de regalarle balones en la zona de peligro. 

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De portería a portería llegó el 0-1. De Messi a Messi y marco porque soy Messi. De un córner del City que el 10 recuperó y lanzó a Neymar para que corriera a campo abierto y al final de ese spint volvió a aparecer el mismo 10 para remacharlo. Guardiola se sentó en el banquillo, con gesto resignado, asumiendo el peligro que tiene su ambicioso plan. No hay manera, no hay nada que hacer, pareció decir. Y esa era la sensación común, reforzada por la facilidad con la que el Barça se impuso entonces en el campo.

Le costó al City recuperar la cabeza y ahí tuvo la sentencia el grupo de Luis Enrique. Pero la dejó pasar, muy cómodo por momentos, tan pancho ante la presión, más incluso que en la ida, y que combatió con un elegante posesión, bajo cierto aire de suficiencia, con la convicción de que iba a ser pan comido, que era cuestión de ir jugando y que en cualquier momento le iba a caer otro regalo. Y se acabó. Pues no.    

Ocurrió al revés y el partido se volteó por completo. Un error en el pase de Sergi Roberto, forzado por la presión, propició el empate. Y ahí el Barça dejó de ser el que era. No hay equipo que haya demostrado tener las narices del City a la hora de plantar cara al Barça e ir a buscarle tan arriba, a la grada si hace falta con tal de echarle atrás y obligarle a que le pelota rodara más cerca de Ter Stegen que de Messi. Lo intentó en el Camp Nou y el 10 lo hizo saltar en pedazos. Esta vez, incluso él sucumbió a ese tremendo cambio de personalidad.

Fiel al plan de Guardiola, a la obsesión de ser valiente, el City jugó con la cabeza alta, sintiéndose inferior pero resistiéndose a morir sin pelear y correr hasta desfallecer. Y lo hizo. De principio a fin, en medio de un tobogán por donde unos y otros se deslizaron, a veces arriba, a veces abajo, sin que ninguno llegara a gobernar el partido sin discusión. El Barça sufrió un chispazo que le dejó a oscuras y el City se fue iluminando, al compás de Pep, que no dejaba dde mover los brazos en la banda, abriendo y cerrando espacios que solo él parece intuir.

MOMENTOS DE LOCURA

Hubo momentos de absoluta locura, con el balón de un lado a otro, en un ir y venir desbocado que el City no fue capaz de rematar. Las ocasiones se sucedieron, en medio de pérdidas constantes, con el Barça partido en dos, sin que nadie ejerciera de pegamento. Ni siquiera Messi, que fue apagándose y junto a él, Suarez, y Neymar, y casi todos los demás.

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El City creció en todo, en anticipación, en la distribución de las piezas, en el robo, en la inteligencia para ser más largo que ancho, más vertical que nunca. Le faltó efectividad en una sucesión de ocasiones que fue desperdiciando para desesperación de Guardiola, temeroso con razón de que lo acabaran pagando. Era lo esperado. Que a la que el Barça tuviera una, no la dejaría pasar. 

Pero cambió el guión. De Bruyne, con una influencia determinante en el juego, encontró lo que buscaba, Andre Gomes mandó el empate al larguero Gündogan retrató en el 3-1 el desgobierno azulgrana, fuera del partido y casi del sentido común. «Guardiola, Guardiola», cantaba la grada, mientras Messi se marchaba con mala cara.

La derrota deja abierta la clasificación, aunque el Barça puede sentirse con un pie en octavos. Pero el City le acosará por la primera plaza después de darle una lección y demostrarle que no es tan invencible como casi siempre. Quizá porque no es el que era. El City, tampoco. El City, digan lo que digan, es mucho mejor con Guardiola. 

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