CUARTOS DE FINAL DE LA CHAMPIONS

Berlín, a dos pasos

Neymar se aparta de la imparable trayectoria de Iniesta con el balón, durante la vuelta de cuartos de final de la Champions entre el Barça y el PSG

Neymar se aparta de la imparable trayectoria de Iniesta con el balón, durante la vuelta de cuartos de final de la Champions entre el Barça y el PSG / periodico

DAVID TORRAS / BARCELONA

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Dos partidos. Así de corto y así de largo es el camino que le queda al Barça para acabar la conquista de Europa después de que este martes haya jugado con el PSG con una hegemonía imponente (2-0). En Berlín, una ciudad perfecta, a la altura del trazo que ha ido siguiendo este club en la Champions después de una larga peregrinación, una búsqueda llena de desengaños que no parecía acabar nunca. Hasta que llegó Wembley, y después París, y después Roma, y otra vez Londres. Así que si hay una ciudad a la altura de la gloriosa historia que ha construido el Barça en esta década que vale por un siglo es Berlín. Y ahí va.

Va con una determinación que este martes le ha llevado a liquidar al asustado PSG con una facilidad inusual a estas alturas del torneo. El Camp Nou vivió en paz, solo pendiente de cantar, de hacer cuentas de lo que falta, de pensar en el sorteo y elegir rival, como si las bolas estuvieran expuestas a los deseos. En el estadio muchos culés tenían los ojos puestos en el césped y la oreja en Múnich, de donde oían cantar un gol detrás de otro, y así hasta cinco antes del descanso. Al final fue un 6-1. Es probable que muchos lo vivieran desde una encrucijada, atrapados entre la alegría por Pep Guardiola y el temor a un cruce con el Bayern que provocaría un doble desgaste: futbolístico y emocional. A otros, reconocibles por sus columnas escritas todas en el mismo edificio, siempre a punto para celebrar el fracaso de Pep, el festival de Múnich les chafó la noche.

Intesidad e Iniesta

Y fue una noche redonda, sobre todo, porque el Barça se comportó como se le exige y, lejos de mirar el marcador, apareció como si fuera a jugarse la vida. Intenso, presionó tan arriba al PSG que los franceses apenas podían dar dos pases seguidos, encajonados atrás, incapaces de mirar adelante como estaban obligados a hacer. Parecía justo al revés, que quienes debían remontar fueran los azulgranas. Nada de especular, nada de tocar sin más, nada de control sin intención de hacer daño.

Y quien más inofensivo parece a menudo, quien siempre juega con cara de buen niño, fue el responsable de abrir en canal al PSG. Lo pilló por en medio y lo descuartizó. Iniesta volvió a hacer magia, magia de la que no se ve porque no hay truco. Recogió un balón comprometido, frotó la lámpara mágica y lo convirtió en una obra deliciosa, de las que vale la pena recordar, dejando atrás a cuantos intentaron derribarle hasta dibujar un asistencia a Neymar. El Camp Nou se lo reconoció con un gesto muy propio de su cultura. Aplaudió el gol pero coreó el nombre de Iniesta, rindiendo honores a don Andrés.

Otra vez, un grande

Si había algo que temer, se acabó, y al poco rato, pasada la media hora, Neymar, otra vez, lo remató. Un centro de Alves, que dejó retratado a David Luiz, el central por el que el Barça estuvo cerca de pagar una barbaridad. El partido podía haber acabado ahí. El PSG acabó de morir y el Barça jugó a placer. No hubo rastro de Ibrahimovic, que ni siquiera dio signos de desesperación. Al revés. Recurrió a una de sus palabras favoritas para pasar el rato: filosofía, mucha filosofía. De fútbol, ni rastro. La Champions sigue tratándole con el desdén que él muestra hacia los demás, y que le llevó incluso a creer que podría estar por encima de Messi. Se fue él, el Barça la conquistó en Londres y Leo ha seguido reinando digan lo que digan los Balones de Oro.

Otra vez en semifinales, como si tal cosa. El Barça mantuvo una tradición que los culés asumen con toda naturalidad, ajenos a los tiempos en que cruzar esta puerta era un sueño inalcanzable y se envidiaba a los que hacían honor a su condición de grandes, al Manchester United, al Milan, al Bayern, al Madrid, y marchaban por Europa con paso firme. Ahora el Barça es uno de ellos, y mientras otros van y vienen, y un año se quedan en octavos y al siguiente en cuartos, o incluso desaparecen de la Champions, el viejo club acomplejado es hoy un grande de verdad, por encima del resto en la última década. Son ya siete semifinales en los últimos ocho años (y ocho en los últimos diez). Con Rijkaard, con Guardiola y con Tito. Solo con Martino se rompió, y de mala manera frente al Atlético, igual que se perdió la Copa y la Liga en casa.

El Camp Nou coreó a Suárez, y le pidió a Xavi que se quede, y cuando los de siempre lanzaron el nombre de Luis Enrique les acompañó más gente que últimamente, como si quisieran reconocerle el mérito de tener al equipo donde está, y que marca distancias con el año pasado. Un Barça que ya está donde Madrid Atlético querrían estar y por lo que este miércoles pelearán en un derbi tremendo. El último nombre que coreó el Camp Nou fue el de siempre: Messi. Y no marcó. No lo ha hecho en los últimos cuatro partidos europeos (City y PSG). Es fácil imaginar a Leo enrabietado consigo mismo. Una señal más para pensar en Berlín. Messi aún tiene mucho que decir.