El Barça gana de penalti y gracias

Messi marca con rabia después de que el Leganés dejara en evidencia que el once azulgrana sufre una anemia galopante (2-1)

Rafinha y Digne se estorban mientras Tito (Leganés), en el suelo, se lleva el balón.

Rafinha y Digne se estorban mientras Tito (Leganés), en el suelo, se lleva el balón. / periodico

JOAN DOMÈNECH / BARCELONA

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Apareció en el Camp Nou un equipo deprimido y se marchó uno decaído. Algo mejoró el triste Barça, insomne desde la catástrofe del martes en París. El alivio fue tan mínimo como la victoria que consiguió sobre el Leganés, raquítica como el fútbol que desplegó. El PSG le humilló con cuatro goles y el Leganés le avergonzó con uno, denunciando que padece una anemia galopante.

De penalti y gracias ganó el Barça, que se las prometió muy felices al marcar Messi en el minuto cuatro y sufrió hasta el último minuto, cuando Messi estampó un penalti al fondo de la red con toda la mala leche del mundo, retratando su frustración por la pésima prestación de su equipo. Tan débil anda el Barça que el equipo menos goleador de la Liga, colgando del abismo del descenso, empató después de que Ter Stegen frustrara sus oportunidades. El meta, sin embargo, como si se apiadara de la conmovedora ilusión del Leganés, falló en el empate.

CERCA DE LOS PAÑUELOS

El glorioso pasado reciente ahorró al equipo una jornada de aquellas de Gaspart, con pitos y pañuelos, que habrían sido merecidos por la actuación ante el Leganés. Los pitos se los llevó André Gomes, al marcharse. Señalado por la crítica, también fue señalado por la grada, sin ser el peor del césped.

Pero pintó poco en el partido, como muchos de sus compañeros. El Barça fue el portero y los delanteros, más Rafinha, un amigo del tridente. Así de repetitivo fue el juego azulgrana, carente de otros recursos, más bien despreciándolos, como si el grupo se hubiera conjurado en resolver la papeleta igual que tantas otras veces.

Rafinha robó, Neymar pasó, Suárez centró y Messi remató. Los cuatro que intervinieron en el primer gol capitalizaron el juego hasta cotas insospechadas y sospechosas. Los demás fueron simples comparsas, acompañantes cuya participación fue meramente testimonial, como si estuvieran al servicio de ellos. Recuperadores de pelotas que inmediatamente la pasaban y que casi nunca recibían para combinar y explorar otras jugadas de ataque que no fueran esas triangulaciones exclusivas.

TODO POR EL CENTRO

Rafinha se alió con el tridente, no así Rakitic, marginado en la banda derecha, ni André Gomes, una escoba que recogía los rechaces del Leganés. Iniesta se sentó en el banquillo (igual que Piqué y Alba), en una decisión llamativa por injustificada: no había ninguna necesidad de rotar cuando el próximo partido será dentro de una semana.

La consecuencia fue un juego muy vertical y muy focalizado ante la frontal del área del Leganés, tan transitada como un centro comercial en rebajas. Herrerín se sintió acompañado con ese gentío. Más miedo pasó Ter Stegen, dejado de la mano de Dios, y a quien tuvieron que agradecerle que evitara algo peor.

SOLO EL RESULTADO

Lo peor habría sido el empate. Porque lo único bueno fue el resultado. Ter Stegen se convirtió en un protagonista esencial. Paró más que Herrerín. Al filo del descanso, cuando Iglesias Villanueva había hecho el ademán de llevase el silbato a la boca, un poderoso manotazo evitó que Guerrero pudiera aprovechar su rechace en un tiro que se envenenó.

El Leganés facilitó mucho que la entrada azulgrana resultara cómoda. En la primera posesión se replegó en 35 metros, sacando la bandera blanca que, obviamente, no fue considerada por el Barça, necesitado de una noche celestial tras la pesadilla del martes. Los madrileños corrieron como Oliver y Benji en aquellas canchas infinitas y llegaban al remate medio fundidos.

Sin correr tanto, recostados en la mitad de campo visitante, tampoco tuvieron claridad ni fútbol los culés, no se sabe si por las prisas o por ahorrarse pases y riesgos. Las prisas comenzaron cuando Unai empató, trasladando al marcador el equilibrio de fuerzas del césped. Luis Enrique se giró entonces al banquillo y reclamó a Iniesta. Del asunto se encargó Messi, como siempre.

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