La crónica del partido

El Barça impone la dictadura del balón

Xavi se adueñó de la pelota para someter a un Madrid acomplejado por un Messi celestial

Milito (de espaldas) y Alves abrazan a Messi tras marcar el segundo gol del Barça en el Bernabéu.

Milito (de espaldas) y Alves abrazan a Messi tras marcar el segundo gol del Barça en el Bernabéu.

MARCOS LÓPEZ
MADRID

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Con la pelota, el Barça impuso su dictadura y sometió a un Madrid acomplejado que asistió impotente a la exhibición celestial de un Messi de otro planeta. Xavi cogió la pelota como si estuviera en la plaza del Progrés de Terrassa y se la llevó a donde quiso hasta que Leo, cansado de que se le ninguneara en el Bernabéu, emergió con dos goles siderales: el primero para silenciar el templo blanco y el segundo para coger directamente el billete hacia Wembley con una acción majestuosa en un eslalon inolvidable.

Pero el Barça gobernó el partido como solo sabe hacerlo Guardiola. A través de la pelota. Tocando, una y otra vez, en ocasiones como si estuviera en el jardín de la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, desquiciando a un Madrid indigno. Indigno con o sin Pepe. Indigno durante una hora porque jamás supo meterle mano al Barça. Indigno en la media hora final, ya con 10 por la irresponsabilidad del defensa portugués, que cometió una falta tonta y violenta sobre Alves a 80 metros de la portería de Casillas, para dejar al Barcelona en el escenario soñado.

REVOLUCIÓN AFELLAY / En la primera hora, el Barça torturó al Madrid de tal manera que Ronaldo, un tipo arrogante, expresó su ira cuando los dos centrales azulgranas (Mascherano y Piqué) le bailaron junto a Sergio Busquets. Soltó el puño al aire de Madrid, lleno de ira, incapaz de contener ese baile al que nadie lo invitó. Faltó, además, que Guardiola moviera el banquillo para que Afellay, un tipo veloz, algo cohibido -en ocasiones esta temporada estaba tan asustado que pareció pedir autógrafos a sus compañeros-, se desató para comerse a Marcelo. Literalmente.

Devorado Marcelo, el centro de Afellay permitió no solo justificar el fichaje invernal sino que abrió la puerta de Casillas para el voraz Messi, un delantero paciente. Aguardó con tanta calma que el Madrid creyó que lo había desactivado. Equivocado Mourinho y, por supuesto, el madridismo. Cuando estaba con 11, renunció al partido. Y al fútbol.

MIEDO BLANCO / El miedo pareció que había matado al fútbol. El temor acabó con el juego. Terminada la primera mitad, el Madrid vivía solo de las acciones a balón parado. O sea, como si se tratara de un equipo pequeño. Anoche lo pareció. Empezó con fuerza, pero le duró dos o tres minutos. Nada más. Renunció Mourinho al delantero centro -tenía a los tres en el banquillo, Benzema, Higuaín y Adebayor- y puso al principio a Ronaldo. Pero tampoco resistió mucho tiempo ahí, enloquecido como andaba porque ni olía la pelota, hasta que envió a Özil al eje del ataque, aunque presionó el alemán con la mirada. Solo eso.

En el Barça, en cambio, con Mascherano, de central, y Puyol, de lateral izquierdo, se tranquilizó con la pelota en los pies. Le costó, todo hay que decirlo, algunos minutos, pero, poco a poco, se fue adueñando del partido. Sin mucha profundidad y con Villa, escorado más que nunca a la banda derecha, el socio perfecto de la cal, quiso abrir el campo para desordenar al Madrid. Pedro, en la otra punta, apenas llegó hasta la línea de fondo. Entretanto, Xavi y Busquets tejían con mucha pausa en el centro del campo, asegurando cada pase como si tuviera una póliza de riesgo incorporada. O sea, tonterías, las justas.

ERRORES RESUELTOS / El Barça aprendió de los errores de la final de Copa cuando regaló balones que eran tesoros para la velocidad blanca. Por eso, no tropezó dos veces en la misma piedra, mientras el Madrid, en su impotencia, se iba ahogando. Y el equipo azulgrana, con orfebres de la pelota, iban ganando metros con una contundencia aplastante. Así llegó el gol de Messi, el primero. Hasta que el mundo entró en un estado mágico cuando Leo conectó, de nuevo, con el balón. Otra vez. En el segundo gol, se enfrentó al universo blanco. Eran cuatro jugadores del Madrid. Da igual. Si hubiera 11 Mourinhos, también los habría pasado por encima. Cogió la pelota y se la llevó a casa. Suya es.