El Barça golea al Córdoba sin convencer

Solo la aparición de Messi muy al final compensa una tarde de aburrimiento

Messi intenta un remate ante el Córdoba.

Messi intenta un remate ante el Córdoba. / periodico

DAVID TORRAS / BARCELONA

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No parece que el Barça viva en el paraíso, ni que sea porque el Madrid está donde está y porque el 2014 se cerrará sin nada que celebrar y mucho que lamentar. Pero por lo menos el equipo de Luis Enrique tendrá las fiestas en paz, a la espera de que el 2015 traiga la buena nueva. Los culés se conformarían con que el nuevo año siguiera el guion que cerró el último acto este sábado en el Camp Nou. Que el último nombre que todos aclamaron sea el que marque el camino. Que Messi siga siendo Messi incluso cuando no lo parece, incluso cuando va medio andando, incluso cuando marca casi sin querer y que acabara diciendo adiós con dos goles y la mano abierta.

Messi sí que es Disneylandia. Incluso cuando no parece divertirse, como ha ocurrido contra el Córdoba durante largos ratos, y está más cerca de irse a casa que de convertir el partido en una montaña rusa, no hay otra atracción como él. Cuando estaba a punto de dejar atrás el 2014 en silencio, ha aparecido no se sabe ni cómo ni porqué para adornar el marcador y silenciar así la sensación de que al equipo le sigue faltando continuidad, y no acaba de encontrarle el punto al juego, tal vez consecuencia de las vueltas que le va dando Luis Enrique y que retrata la alineación: 24 de 24. Ni una repetida.

Antes de la doble aparición de Messi, también lo ha hecho Suárez, el Suárez de toda la vida, el goleador que no acaba de encontrarse y que, parece mentira, en el último suspiro del año, al octavo partido, se ha estrenado en la Liga. Y lo ha hecho en el momento preciso, el 2-0, cuando el Barça marchaba a cámara lenta, incapaz de darle velocidad al juego, con una salida poco clara. Un toque, dos toques, tres toques... Hasta el punto de que a la media hora, se han escuchado tímidos silbidos, en uno de esos gestos tan culés que ultimamente han reaparecido. De quien no ha habido ni rastro fue de Neymar, que se ha quedado en el banquillo, y al que no se ha echado en falta por la irrupción de Pedro.

El mejor Pedro

Muchos culés estaban todavía de sobremesa, en esta rueda de horarios que un día llevan hasta la medianoche y otro a ir con el almuerzo a cuestas, y Pedro ya había comparecido a su cita con el gol, como en sus mejores tiempos. Como hace cinco años, aunque entonces apareció a última hora y muy lejos del Camp Nou, en Abu Dabi, con un enorme salto que forzó la prórroga para que después Messi rematara el Mundial de clubs y cerrara el círculo perfecto del Barça de las Seis Copas, y todos sintieran que aquello sí era el paraíso.

Cerrar un año en blanco, con el Madrid a cuatro puntos y contra el Córdoba tiene poco de épico, pero el 1-0 a los dos minutos invitaba a pensar en una despedida con cierta fanfarria. Al final, se ha cumplido, pero el camino se ha hecho largo. No hay mejor retrato que el minutero de los tres últimos goles, entre el 78 y el 90.

La vía de Alba

Las buenas sensaciones iniciales, reforzadas por la intensidad del equipo en la recuperación y la presión, se han ido diluyendo en medio de una creciente modorra, y una tarde gris, sin nada que la iluminara. El Barça se ha quedado sin luz, y solo parecía haber signos de vida en el ala izquierda, con Alba convertido en el mejor atacante, un yo-yo que se estiraba una y otra vez hasta la línea de fondo pero a quien acompañaba Iniesta y poco más. A Messi nunca le ha encontrado porque andaba en tierra de nadie, demasiado escorado, desconectado del juego y de sí mismo, aburrido sin balón, en esas ausencias tan angustiosas que son siempre una mala señal, y que no se han corregido hasta la segunda parte

El Córdoba ha hecho lo que ha podido, y bajo una distensión inusual en un equipo condenado (5 faltas frente a las 13 azulgranas) al que su entrenador, Djukic ha puesto de vuelta y media. Al Barça ese valor se le supone, a imagen y semejanza de Luis Enrique, de la misma manera que la contundencia por obra y gracia de Messi, y detrás suyo, muy detrás, Neymar y Suárez. La cuestión es darle a esta obra en construcción algo más de contenido, un relato más convincente que, entre otras muchas cosas, no lleve a que, ayer, en el último partido del año, el Camp Nou tuviera la peor entrada de la temporada (60.066). Para sentirse en el paraíso, el Barça necesita algo más.