Al contrataque

El ladrillo en el ADN

ERNEST FOLCH

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¿Tiene usted una ley que nunca se hubiera atrevido a presentar? ¿Algo que le daría vergüenza promover y no se atreve a confesar? No deje pasar la oportunidad, dese prisa, este es su momento. La crisis no es la excusa perfecta, como se ha dicho, sino algo mucho mejor: es la tapadera ideal. En algún momento del naufragio el Gobierno del Partido Popular se dio cuenta de que el colapso económico, a parte de ser un drama para la gente, era también una gran oportunidad política. Estamos en crisis, se dijeron, nadie se fija en nada más y si a alguien le pica que se rasque con mi mayoría absoluta.

Se empezó con el globo sonda de una reforma innecesaria de la ley del aborto, uno de esos atropellos que solo se cometen cuando uno siente que la atención pública está fijada en otra parte. Pero aquello era todavía un simple test ambiental, una mera fase de pruebas.

Hace escasos días pasamos a la ejecución de verdad, y justo en medio del vendaval de las cifras del paro ahí apareció en el Congreso de los Diputados la nueva ley de Costas con sus cifras implacables: se amnistían decenas de miles de casas que invadían la costa de manera ilegal, incluidas urbanizaciones aberrantes en Platja d'Aro o Empuriabrava, se alarga 75 años su posible demolición, y la zona protegida se reduce de 100 a 20 metros, que es como decir nada.

Como era de esperar, se nos ha vendido que estas medidas reactivarán la economía en las zonas costeras, que es la coartada que en España se usa siempre que se quiere hacer algo, sea un chiringuito, un campo de fútbol o un Eurovegas. De hecho, no hizo falta vender nada porque la ley quedó amortiguada por una especie de sordina, que todo lo tapa y todo lo justifica.

La resurrección

¿Se acuerdan cuando al principo de la crisis nos decían que no había que volver a repetir nunca más el error de dejar la economía en manos del ladrillo? Pues aquí tienen su primera gran resurrección, y prepárense porque esta vez las excavadoras vendrán para llevarse los últimos arbustos vírgenes que quedaban en nuestro exparaíso. Al final, la cabra tira al monte, y en el PP el monte es siempre un ladrillo y una excavadora. Nadie puede ir contra su ADN, y ninguna crisis podrá acabar con el gen indestructible de la grúa y el billete de 500 euros. Qué más da, dirán ustedes, en un país ya literalmente y litoralmente destruido, y si no, paseen un rato por Lloret o Gandía, a ver qué les parece. Si con la palabra crisis se han ido por el desagüe derechos laborales que habían tardado más de un siglo en conquistarse, a quién le van a importar ahora cuatro solares perdidos al lado del Mediterráneo.

La maquinaria del PP sigue su camino, consciente de que las mayorías absolutas son efímeras y que hay que aprovecharlas. Pero los viajes, por muy fáciles que sean, más vale hacerlos acompañados: la ley de costas se aprobó con la tradicional e inútil abstención de CiU. ¿Por qué cuando se tira del hilo siempre terminamos en el mismo sitio?