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RISTO MEJIDE

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Nacemos, estrenamos hueco. Llegamos al mundo y lo primero que hacemos es ocupar un espacio. Nuestra única y verdadera posesión. Lo único que realmente nos va a acompañar durante toda la vida. Y aun así, lo que nuestros orgullosos padres comunican al mundo no es el volumen, sino ese otro gran estreno que es el peso. Y es que si algo tienen en común todos los estrenos es que siempre coinciden con más estrenos.

Inmediatamente después, empezamos a crecer, que es otra manera de decirle al mundo que pensamos invadir las afueras de nosotros mismos. Las afueras se dejan invadir, conscientes de que ya se vengarán de nosotros si es que llegamos a viejos. Y así empezamos la conquista de los suburbios de nuestra propia piel. Una conquista que se hace lentamente y hacia afuera, pero también y, sobre todo, hacia adentro. Porque todo lo que vale la pena se importa siempre desde los suburbios de cualquier cosa.

Un día, de pronto, descubrimos que tenemos un sueño, la solicitud más o menos formal e imperiosa de crear un nuevo espacio en nuestras vidas. Al sueño le ponemos una etiqueta, ya sea pareja, trabajo, proyecto de vida o hijos. Da igual. A partir de ese momento, esa etiqueta se convierte en nuestro gentilicio, pues al fin y al cabo todos somos del lugar de donde provienen nuestros sueños. Sueños que, tarde o temprano y te pongas como te pongas, te acabarán exigiendo un lugar con su correspondiente aire para respirar y hacerse realidad. Un espacio que jamás podrá medirse por metros cúbicos.

Así que luchamos por darle a nuestro sueño el espacio que se merece. Salimos, nos arrejuntamos, nos divorciamos, nos mudamos de ciudad, de país o de sector industrial, montamos un estudio, una habitación o cambiamos de ginecólogo. Movimientos de espacio que llevan su tiempo. Tiempo despacio que mueve a llevarse.

Y así es como abrimos espacios, así es como progresamos, creando un futuro mejor para los que vienen detrás. Así es como recogimos el testigo de nuestros padres, defendiendo la dignidad de su legado y luchando con uñas y dientes para dejar un espacio mejor que el que nos encontramos. Pedimos créditos, nos endeudamos, vendimos a precio de saldo el tiempo que nos quedaba para pagar varias veces y con creces el espacio ocupado. Construimos. Firmamos.

Y de pronto, un día, alguien llega y dice que eso no es así. Que ese espacio ya no es nuestro. Que es lo mismo que decirte que tu sueño no está. Que jamás existió. Que fue mentira. Que ellos pueden incumplir todas sus promesas, pero nosotros ni una. Y que si no podemos pagar, que devolvamos las cuatro paredes.

Las cuatro paredes, francamente, se las pueden meter donde les quepan. Las cuatro paredes son escrituras, metros cuadrados. Pero los metros cúbicos, jamás. El espacio es nuestro. Pertenece a nuestros sueños. Al de nuestros padres. Al de nuestros hijos. Y a todos los que lucharon y lucharán por él.

La gente que ya está en la calle va en busca de los responsables. Y a eso lo llaman acoso, coacción, escrache. Por no llamarlo indignación, impotencia, estafa. Pero que nadie se preocupe, que ahí está María Dolores de Cospedal para cometer la estupidez de hacer con el nazismo lo que el nazismo hizo con ellebensraum[espacio vital]: utilizarlo en su propio beneficio.

Y yo, que sólo espero que las consecuencias de ambas estupideces no se parezcan en nada, he decidido aportar mi granito de pus y ceder mi espacio. Este espacio, sí.

Por estúpido que te parezca, acabo de ponera subasta esta columna en eBay, bajo la cuenta OUYEAH2013. El usuario que más puje, -el mejor postor-, podrá escribir y publicar lo que quiera en ella. El único requisito: que se atenga a las normas de ortografía, civismo y plazos de entrega que le indique la redacción de EL PERIÓDICO, como hace conmigo y con todos los columnistas. Yo me comprometo a que lo recaudado de la puja más alta, sumado a lo que habría cobrado esa semana, irá íntegramente destinado a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

No le arreglaré la vida a nadie. Lo sé. Ni tampoco lo pretendo. Pero sí le habré cedido a alguien un espacio que de otro modo jamás habría tenido, para ayudar a otro alguien a quien se lo están quitando.

Y es que morimos, todos lo hacemos, pero aun así hay quien se empeña en que lo metan en una caja dentro de un nicho dentro de un mausoleo, obsesionado por seguir poseyendo un espacio que ya no está.

Y no entiende que es justamente por eso por lo que vivimos.

Para dejar hueco.