Al contrataque

Los números primos

JOAN BARRIL

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Me sigue sorprendiendo la falta de rigor intelectual que subyace en la frase «España es indivisible». De las cuatro reglas la división es lo que menos gusta a la españolidad rancia. Se da por supuesto que los que quieren dividir son esos «sediciosos» catalanes en palabras del ABC, pero nadie se ha preguntado si el unionismo divide, si los ataques a la lengua dividen o si las infraestructuras que un sector del país reclama van a alimentar los votos de otros territorios. A menudo la división está fomentada por un trato desigual del poderoso administrador sobre el paciente administrado. ¿Quién divide qué? Hay otras divisiones sobre las que se forjan los países. A veces una administración municipal convoca una consulta para saber cuántos vecinos están a favor o en contra de una determinada obra pública. Tan democrática es esta consulta venial como la consulta mortal que el Gobierno no está dispuesto a atender. El derecho a decidir no existe. En cambio sí existe el derecho a lo inmutable.

España es un número primo, esos conceptos matemáticos que solo pueden ser divisibles por sí mismos y que dan como resultado la unidad. Pero más allá de las indeseables matemáticas, esas que surgen de consultas sediciosas, están otros valores. El pensamiento, la sensación de injusticia, la conciencia de pertenencia y, al fin y al cabo, la ilusión.

Sorprende la inconsciencia con que el Gobierno de Rajoy ha alimentado lo que para ellos es el monstruo de la sedición. Azuzado por una prensa madrileña que nunca había sido tan canallesca como ahora, Rajoy ha desplegado toda su artillería en la táctica tradicionalmente exitosa de ir contra todo lo catalán.

Los desplantes

Con actitud colonial ha dejado que los agravios hacia los catalanes crecieran sin darse cuenta que bajo su mandato, el independentismo ha pasado de ser una actitud marginal a convertirse en un enorme canto coral. Rajoy se debía frotar las manos con las invectivas lingüísticas de Wert o los desplantes airados de Montoro sin ser consciente de estar arrojando gasolina a los rescoldos de una Catalunya ardiente.

¿Y la ilusión, insisto? Ni está ni se la espera. Aunque fuera con la ilusión del ilusionista, el Gobierno del PP ha sido el gran divisor de una sociedad catalana que, si por algo se caracterizaba, era por ser tranquila, pacífica y paciente. Ya no. Agitada e impaciente, por suerte continúa siendo pacífica. Ahora Rajoy monta en cólera. Manda cartas de desamor. Llama a embajadores para la regañina y empieza a darse cuenta de que la cosa puede ir en serio. La consulta por el derecho a decidir tal vez acabe celebrándose, pero para el Gobierno y sus miopes plumíferos la campaña, por fin, ya ha empezado. No tienen ilusión para repartir, solo la amenaza. Pero eso, ya se sabe, es marca de la casa.