Contra los despachos, cadenas

ERNEST FOLCH

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Y llegó la gran cadena. Los días previos, el puente aéreo publicado nos amenazaba con el habitual ruido de despachos. Supimos que ya estaban a punto un sinfín de reuniones bilaterales y por supuesto se filtraban los encuentros clandestinos entre los dos presidentes sin que nadie esclareciera de qué hablaban exactamente. Pero ha bastado que unos cuantos cientos de miles de personas se hayan cogido de la mano para que hayan vuelto a saltar por los aires los puentes. Las impactantes imágenes que ayer dieron la vuelta al mundo son la tercera réplica de un terremoto que empezó un 10 de julio del 2010, continuó con el tsunami de hace un año y llegó hasta esta   tercera y brutal oleada en forma de cadena. A cada réplica del movimiento sísmico el impacto es mayor y la vuelta atrás se hace utópica. Por el camino se han devastado viejas ideas ambiguas y políticos caducos, que intentan poner puertas al campo de este nuevo terreno de juego con el viejo lenguaje de ambigüedad que ya no se traga nadie. Se ha instalado en Madrid una idea muy curiosa, que provoca un extraño e inédito consenso en izquierda y  derecha, y que se puede resumir así: la culpa de todo la tiene  Artur Mas. La capital bulle de reuniones, encuentros y comidas donde diversos escritores, empresarios y periodistas de renombre tratan de encontrar el mecanismo para desactivar el que, según ellos, es el culpable del desaguisado. De debajo las mesas aparecen teorías peregrinas que aseguran que todo se arreglaría si Mas dimitiera, si Mas aceptara un pacto fiscal, si Mas claudicara, si Mas, si Mas. A este Madrid que ve a Mas como al autor intelectual de todo lo que sus ojos ven pero no creen, les tenemos que comunicar una pésima noticia: el president no es ni ha sido nunca el sujeto de este movimiento, sino una pieza más de una cadena que no la activa ningún líder sino una masa informe de gente indignada. Mas no instiga nada: su mérito es el de escuchar. Como bien dijeron las urnas, Mas no lidera sino que va a remolque. A los miles de personas que recorrieron ayer centenares de kilómetros para cogerle la mano a un desconocido no las movilizó ningún ente supraterrenal. Tampoco fueron al dictado de ninguna conspiración judeomasónica de la tele y radio públicas catalanas, como dice la última cantinela, porque en Catalunya ya no hay rebaños sino personas adultas que no van a dejarse manipular ni tan siquiera por los políticos que dicen compartir sus ideas. Es la gente la que arrastra al poder, y no al revés, y lo hace a sin eufemismos: en la cadena nadie hablaba ayer de una consulta sino de un referendo, como nadie pronunciaba el vocablo incomprensible de Estado propio sino que se apelaba a la independencia pura y dura. El mensaje es claro: contra los despachos, cadenas.