Del negativo forzado a 3.200 a los 'drones'

El área de imagen del diario es la que más retos ha superado y la que más se ha transformado con las innovaciones tecnológicas aplicadas al fotoperiodismo

Vista aérea de un punto de la Via Catalana del 11-S pasado tomada desde un 'drone' .

Vista aérea de un punto de la Via Catalana del 11-S pasado tomada desde un 'drone' .

XAVIER JUBIERRE

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En ninguna otra área del periodismo la revolución tecnológica ha hecho cambiar tanto la forma de trabajar como en la fotografía. La formación continuada ha sido una constante durante estos 35 años, hasta el punto que el trabajo de los reporteros gráficos actuales, nada tiene que ver con lo que se hacía en los años 70.  Se ha perdido la magia que significaba el cuarto oscuro (poniendo un papel en una cubeta con un líquido aparecía una imagen), pero, en cambio, se ha ganado mucho, muchísimo, con la  socialización  del mundo de la imagen. Tomar fotos o videos con unos resultados más que notables, está al alcance de cualquiera, cuando en el pasado era casi, casi, algo esotérico. Ahora que las calles se llenan de fotógrafos que disparan a discreción a todo lo que se mueve o cuelgan fotos filtradas en Instagram, hay que recordar que todos estos artilugios no son más que herramientas que facilitan el trabajo, pero finalmente el ojo y el cerebro humano son los que hacen la fotografía.  A pesar de que las  instantáneas que se necesitan en los periódicos suelen ser directas, informativas, sin trampas y sin filtros, son las más difíciles de hacer. El mérito estriba en estar en el lugar y  momento oportuno y saber cuando hay que  disparar.  Hacer la foto en ese segundo mágico, que nunca se repite, es la diferencia entre una gran imagen y una de anodina.

Si reprodujera una conversación entre reporteros gráficos del año 1978, en la primera redacción de EL PERIÓDICO, en la calle de Llúria, y luego la comparara con una de  actual se vería la radicalidad del cambio.

-«¿Cómo has cubierto este tema?»

-«Con TRI-X 400 forzado a 3.200 pero un poco corto».

--«Entonces, cuando lo pongas a revelar con el  HC-110 déjalo respirar».

--«Vale, pero, ¿qué hago con el grano?»

--«Tranquilo, haz la copia con Ilford 1 o 2 y ganarás grises, luego con la palomita reservas las partes más oscuras».

O, cuando  se tenía que revelar  rápido, con mucha prisa, para entrar en la edición:

--«¿Qué tienes en el tanque?»

--«Uno sin forzar a tres minutos».

--«Como el mío está forzado y necesita seis minutos, apaga la luz roja que lo cargo».

Y así era, a medio revelar unos carretes, se abría el tanque, se cargaban más y luego, a medida que se iban revelando, se abría el tanque una y otra vez, para ir sacándolos. Se  mojaban con fijador, sin baño de paro, se secaban con una secadora que quemaba y a la ampliadora, a copiar. Si los sesudos químicos de Kodak que fabricaban el producto se llegaran a enterar de las barbaridades que hacíamos, se hubieran llevado las manos a­ la cabeza. Pero siempre llegábamos a tiempo al cierre de la edición. Y eso era lo importante. La calidad, para otro día más tranquilo. Pero de esos había muy  pocos. Una visita a la hemeroteca y un vistazo a los diarios de esos años es un retorno al pasado indispensable para los ahora aspirantes a reportero gráfico.

Con este diario nació la primera sección de Fotografía de la prensa en España, y desde ese momento comenzamos un largo camino para reivindicar el fotoperiodismo en la redacción. EL PERIÓDICO se convirtió en el diario gráfico por excelencia.

En nuestro día a día, cuando ya controlábamos los tiempos de revelado del blanco y negro, byn, llegaron las diapositivas. Y con ellas una reveladora de cuatro metros de largo con ocho tanques de distintos productos químicos, que, a pesar de nuestros esfuerzos, siempre se acababan contaminando los unos con los otros. La poca flexibilidad a la hora de acortar los tiempos y el minucioso mantenimiento que requería el monstruo hacía que más de un día publicásemos fotos de color «tabaco», como las denominaba el director. Un carrete de diapos tardaba casi una hora en revelarse. De allí iba a la tricotosa para el enmarcado y así quedaba listo para visualizar en la mesa de luz.

Y también fuimos pioneros en hacer nosotros mismos la edición gráfica, es decir, en poner en página las imágenes, y no los redactores que escribían la información. Y empezamos a viajar a los lugares donde había noticia. Y los partidos del Barça, en lugares remotos, nos empezaron a dar dolores de cabeza.

El fin de la luz roja

Y cuando aprendimos a saltarnos unos cuantos pasos de la reveladora E-6 y lo de la tricotosa ya era coser y cantar, llegó el negativo color. Y con él unos minilab más rápidos e higiénicos. Con ellos se acabó el cuarto oscuro. Apagamos la luz roja, encendimos los fluorescentes y empezamos a vernos las caras: «Hombre, Carbó, te imaginaba más mayor, eres muy joven».

Llegamos a ser unos 30 profesionales en la sección de Fotografía. Y vinieron los Juegos Olímpicos de Barcelona-92 y las bodas reales y más, y más, y más...

Y cuando los negativos en color ya salían rápidos como churros,  llegó un tipo que nos habló de un nuevo artilugio que hacía algo que él llamaba escanear. Y con él una especie de fotocopiadora donde metías la foto y de golpe aparecía en una pantalla que no era de tele. Le llamaban ordenador. A él llegaban cada día unas 4.000 fotos de las agencias.  Y no sabíamos cuál escoger. Y publicamos páginas y páginas solo fotográficas del 11-S del 2001, de las guerras, de los grandes acontecimientos...

Y cuando el ratón, el mouse, ya volaba en nuestra mano aterrizó otro tipo que nos dijo que había cámaras que disparaban sin carrete. Un tal Píxel lo grababa todo. Y se acabaron los forzados, los revelados, las tricotosas, los escáneres. Una cámara, una Compact-flash, un lector de tarjetas y un ordenador era todo lo que necesitábamos. El diario ganó en calidad, en rapidez y en eficacia. Nos sentamos al lado de los compañeros de compaginación, de diseño. Y, con las fotos ya en la pantalla, nos pusimos a maquetar con ellos. Y se sumaron las fotos de los lectores, de las redes sociales… Cada vez más imágenes y más y más... Había tantas fotografías y de tanto interés que no cabían en el diario en papel, pero sí en las galerías visuales de la web.

Y cuando las fotografías ya estaban en el papel, la web y las redes sociales,  empezamos a producir vídeos. Y nuevas palabras entraron a formar parte de nuestras conversaciones, como frames, transiciones, entrelazados, ingestas…

Y empezamos a publicar  unos códigos (QR) en el papel, desde los cuales los lectores visualizaban los vídeos.

Y cuando nuestro estómago se acostumbró  a la ingesta de vídeos, apareció otro tipo y nos explicó que podíamos hacer gigafotos de grandes acontecimientos. Y otro más que nos dijo que tenía drones teledirigidos para hacer fotografía aérea. Que se ponía unas gafas y veía lo mismo que la cámara que estaba a 50 metros de altura, colgada en una especie de platillo volante con hélices.

Cuántas cosas en 35 años. Cuántos cambios desde el inicio hasta ahora. Parecen mundos distintos, pero en una misma vida. Nuestra vida.