Sin las preguntas correctas, no hay buenas respuestas

La cuestión relevante no es si hemos entrado o salido de una crisis, sino si estamos bien o mal preparados para sacar el máximo partido a los periodos de bonanza y para afrontar las próximas crisis, que seguro vendrán.

Sin las preguntas correctas, no hay buenas respuestas_MEDIA_2

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LUIS MIRAVITLLES. DIRECTOR IQS EXECUTIVE EDUCATION. UNIVERSITAT RAMON LLULL

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En 'La punta del alfiler', uno de los relatos más conocidos del escritor y periodista Gilbert Keith Chesterton, su protagonista, el Padre Brown, dice en un momento determinado que «no es que no puedan ver la solución, es que no pueden ver el problema», refiriéndose a la investigación de un crimen con apariencia de suicidio. Y creo que eso es lo que nos está pasando en estos momentos. Hemos aceptado comúnmente que la causa de nuestros problemas es la crisis económica y, por ello, concluimos que deberían acabarse en el momento que la crisis se dé por finalizada. Y a mí me parece que esto es un error.

En los últimos 10 años, como consecuencia de la famosa crisis de las 'subprimes', Europa, y especialmente España, han vivido una época muy difícil y dolorosa. Entre el 2008 y el 2012 los indicadores nos muestran que España entró en clara recesión con una caída media anual del PIB del 0,9%, un crecimiento del paro hasta el 25,77% y un déficit público que alcanzó el 10,47% del PIB, mientras que entre el 2013 y el 2016 el crecimiento medio anual fue superior al 1,5%, con una tendencia de crecimiento sostenido por encima del 3%, una tasa de paro que se situó en el 18,63% a finales del 2016 y bajando, y un déficit público del 4,51%. Estos indicadores nos dicen que después de tocar fondo en el 2012, llevamos más de cuatro años en el camino de salida de la crisis y, por tanto, que ésta puede darse por finalizada o casi.

Repetición de problemas

Y ahora en el 2017 ¿qué estamos viendo? Pues que empiezan a producirse los mismos problemas que hicieron que la economía española reaccionara tan mal a la crisis en el 2007. Todo parece indicar que cerraremos este año con una inflación entre 1,8 y 1,9 % y con la presión general de la mayor parte de la sociedad para incrementar los salarios y las pensiones y, así recuperar en los próximos años el poder adquisitivo perdido y ¿A dónde nos conducirá esto? Pues con toda probabilidad a nuevos crecimientos de la inflación y a la pérdida de competitividad de nuestra economía, mientras mantenemos aún tasas de paro muy altas y un déficit cercano al 100%.

La pregunta a hacerse entonces es porqué la economía española pierde competitividad cuando crece y la respuesta cabe encontrarla en un indicador al que habitualmente se le hace poco caso. En estos 10 últimos años, la productividad de la economía española se ha mantenido prácticamente estancada, sin mejora alguna, con un promedio ligeramente negativo de -0,2%, todo ello a pesar de la caída en picado de uno de los sectores menos productivos, la construcción. Si el crecimiento se mantiene y se crea más empleo, la productividad seguirá bajando. Todos los expertos indican que esta baja productividad es consecuencia de tres factores: el pequeño tamaño de nuestras empresas, la falta de inversión en I+D+i y el desajuste entre el tipo de empleo que se ofrece y la mano de obra disponible.

De crisis en crisis

Volviendo al inicio de mi artículo, mi tesis es que no nos estamos haciendo las preguntas correctas. El mundo económico avanza a base de crisis sucesivas en periodos más o menos largos, seguidos por otros de recuperación y, por lo tanto, la cuestión relevante que debemos hacernos no es si hemos entrado o salido de una determinada crisis, sino que tan bien o mal preparados estamos para sacar el máximo partido a los periodos de bonanza y para afrontar las próximas crisis que seguro vendrán. Y tengo que decir que, desde mi punto de vista, la respuesta a esta cuestión es que hemos avanzado muy poco. Para que nos hagamos una idea, en el 2016 la inversión en I+D+i en España fue inferior a la inversión en el 2006, el modelo de formación profesional está estancado desde hace muchos años y muy poco adaptado a los tiempos que vienen y, aunque es verdad que el tamaño medio de nuestras empresas ha crecido un poco, lo ha hecho, sobre todo por la desaparición de muchas microempresas durante la crisis.

Respecto a Europa debo decir que no está mucho mejor. En estos últimos 10 años, mientras en el resto del mundo se está afrontando con decisión la transformación empresarial necesaria para competir en un entorno de cambio tecnológico y social de magnitud aún desconocida, en Europa nos estamos dedicando básicamente a lamernos las heridas, intentar como sea sostener un Estado del bienestar poco eficiente y a mantener un mínimo nivel de cohesión entre los distintos países sin demasiado éxito.

Y para muestra, un botón. En el ránking de las 100 empresas más grandes del mundo en el 2017 por cotización bursátil, las nueve primeras son americanas y las dos siguientes, chinas. Y lo que es más preocupante, entre las 15 primeras empresas, nueve compiten en sectores relacionados con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y … ninguna de ellas es europea. Para hacernos una idea de qué significa el tamaño, vale la pena destacar que el valor conjunto de las 10 primeras compañías del planeta es ya hoy superior al PIB de 180 de los 194 países en el mundo. El mundo económico está cambiando el centro de gravedad y, lamentablemente, Europa se está quedando en la periferia.