El turismo no es el problema

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ORIOL ANGUERA-TORRELL, DIRECTOR DEL GRUP DE RECERCA EN HOTELERIA CETT-UNIVERSITAT DE BARCELONA

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Los datos hablan. En Barcelona, el turismo representa aproximadamente un 15% del PIB y casi un 9% del empleo. Barcelona ha pasado de tener 1,7 millones de turistas en 1990 a más de 9 millones el año pasado. Un aumento del 423%. La receta mágica: modernismogastronomíaclima, playa, identidad cultural propiaconectividad e inestabilidad política a destinos sustitutivos. A pesar de las cifras positivas, cada vez son más altas las voces que hacen hincapié en los inconvenientes que genera el sector turístico en la vida cotidiana de los barceloneses, hasta el punto de que el concepto turismofobia ha pasado a formar parte de nuestro diccionario.

Como en muchas actividades económicas, la industria turística genera externalidades. En un mercado se producen externalidades cuando sus participantes no tienen en cuenta la totalidad de los efectos que crean para el conjunto de la sociedad. Estas externalidades pueden ser positivas negativas dependiendo de si generan beneficios o costes a terceros (en este caso, los ciudadanos de Barcelona). El turismo crea los dos tipos. Un ejemplo de una externalidad positiva es que, en parte, gracias al turismo, los ciudadanos de Barcelona se pueden beneficiar de tener el octavo aeropuerto mejor conectado de Europa. Por el contrario, la excesiva congestión del espacio y de los servicios públicos y el cambio en la composición social de algunos barrios son algunos de los efectos de las externalidades negativas. Actualmente, hay indicios de que en ciertos lugares de la ciudad las externalidades negativas del turismo pesan más que las positivas. En este caso, el mercado turístico sería ineficiente y se terminaría produciendo y consumiendo por un precio menor y una cantidad superior a los que serían socialmente óptimos.

Sobrepasar la cantidad socialmente deseable

¿Esto significa que debemos demonizar a los turistas? Rotundamente no. ¿Esto quiere decir que estaríamos mejor sin turistas? Rotundamente no. El problema no es el turismo, sino una producción que puede sobrepasar la cantidad socialmente deseable en algunas zonas de la ciudad. ¿Y cómo podríamos alcanzar esa cantidad? Mediante una intervención de las administraciones que reajuste la cantidad producida y compense a los ciudadanos que sufren los efectos negativos. Las administraciones disponen de dos instrumentos principales para corregirlas: grabar las actividades turísticas (los llamados impuestos pigouvianos) o poner un límite máximo a la cantidad turística producida. En Barcelona se están aplicando las dos. Por un lado, los turistas pagan la tasa turística por pernoctación (al menos los que lo hacen en alojamientos legales). Por otro, la aprobación del Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), que tanto debate está generando, congela el número de alojamientos turísticos en el centro de la ciudad.

En cuanto a la tasa turística, hay cuatro puntos a considerar. En primer lugar, se debería abrir la puerta a incrementar este impuesto para que se pague el precio socialmente óptimo para el turismo. Actualmente el importe de la tasa turística va desde 0,65 a 2,25 euros por pernoctación dependiendo de la categoría del alojamiento turístico. De este modo, si nos comparamos con destinos de primer orden como Amsterdam Berlín (donde cobran el 5% del importe de la habitación) parece que hay margen suficiente para aumentarlo. En segundo lugar, se debería poner sobre la mesa que este impuesto no solo varíe por la categoría del alojamiento sino también en función de su ubicación. En la situación actual, el impacto social que genera un establecimiento es diferente en un barrio como El Gòtic que en otro como La Sagrera.

Apartamentos turísticos

Apartamentos turísticosEn tercer lugar, hay que acabar con la actividad de los apartamentos turísticos ilegales y no solo porque representan una competencia desleal susceptible de empeorar la calidad de los servicios ofrecidos, sino que los que se alojan no pagan la tasa turística a pesar de producir externalidades negativas.

Finalmente, no tiene ningún sentido que una parte importante de la recaudación de este impuesto se utilice para promocionar Barcelona como destino. Al contrario, para que el impuesto sea eficiente, la recaudación se debería utilizar principalmente en actuaciones que beneficien y impacten positivamente en el día a día de los ciudadanos (mejora en los transportes, construcción de equipamientos sociales, dinamización de otros sectores productivos, ...). Esto, a su vez, ayudaría a hacer tangibles los efectos positivos que el turismo puede tener para los barceloneses.

El Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos, asimismo, intenta poner freno a la gentrificación. Como es sabido, la gentrificación es el proceso por el cual los ciudadanos de renta más baja son desplazados de los centros de las ciudades como consecuencia de incrementos en el precio de la vivienda y por cambios en el tejido comercial. Cabe decir que no causados únicamente por el turismo.

Sin embargo, tenemos que decidir si queremos que Ciutat Vella deje de ser asequible para la mayoría de ciudadanos con los peligros que ello conlleva, o si queremos preservar la composición social e identidad cultural propia del centro de la ciudad (por otra parte, una de las claves del éxito del turismo). Como ya abogaba la teórica y activista del urbanismo Jane Jacobs, un uso mixto de los espacios es necesario para el desarrollo económico y urbano de las ciudades. Por tanto, más allá del plan de alojamientos turísticos, el PEUAT, necesitamos políticas que aseguren que ciudadanos de renta baja puedan continuar viviendo en Ciutat Vella así como que algunos de los tenderos de este distrito no tengan que irse.

Fórmulas innovadoras

¿Soluciones? A corto plazo, se deben ofrecer ayudas sociales a la vivienda, incentivar (de forma efectiva) que los pisos y locales vacíos en manos de los bancos se añadan a la oferta y exigir un porcentaje de vivienda social en las nuevas construcciones. A largo plazo, se debería mejorar la red de transporte público para que otras zonas de la ciudad resulten atractivas y, desde el urbanismo y la arquitectura, se deberían buscar fórmulas innovadoras que permitieran incrementar la oferta de viviendas, que al fin y al cabo ayudaría a mantener los barrios asequibles.

En definitiva, el turismo es una pieza fundamental de la economía que nos beneficia en muchos sentidos, y no solo en los económicos. En el lado mejorable: externalidades negativas que se deben corregir. ¿Cómo? Gestión, gestión y gestión.

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